Me escribes desde Walmart en College Station

tales cosas que nunca pude imaginar: poesía lírica

en oferta en los estantes al lado de salchichas

y pan blanco, un peluquero que corta tu cabello

como si fueras un perro de cabello largo,

un hombre juguete que empieza a gritar

y gritar hasta que su cabeza explote, y te quedan

algunos bombones flotando en el vacío.

Y entrevistas a los clientes preguntando

qué libro de poesía es su favorito para

estos tiempos de guerra humana y ecológica.

Te reúnes con tus amigos poetas , unos cincuenta

registrados en el census del condado donde

se encuentran la universidad y unos bares

donde vaqueras bailan con migrantes

centroamericanos con el fin de celebrar

la unión de los continentes de manera

brutal, en una sola generación, y no

la asimilación gradual que describen

los poetas de generaciones anteriores

entre ellos mi papá, autor del libro

originario: La boda de los continentes.