Los reportes epidemiológicos del Ministerio de Salud Pública de la República Dominicana informan que la COVID-19 va perdiendo intensidad y letalidad en el país. Pero a pesar de las evidencias que aportan las autoridades, continúan haciendo esfuerzos para que las personas se vacunen y tomen en cuenta los procedimientos que pueden disminuir el contagio y la exposición  a este. A partir de esta realidad, la responsabilidad principal del autocuidado y del cuidado colectivo recae en cada ciudadano. Este es un contexto que posibilita el desarrollo de la corresponsabilidad y del ejercicio de la libertad vinculada a la gestión responsable de la salud.  En este ambiente se celebra la Semana Santa.

Después de dos años de confinamiento y de inseguridad en el ámbito de la salud, ahora se disfruta de condiciones más seguras y estables; por lo cual, la Semana Santa volverá a ocupar un lugar central en la dinámica del Distrito Nacional y de cada provincias y pueblos del país. Es importante destacar que la Semana Santa ha evolucionado mucho en cuanto a la participación de los fieles y a la incidencia en los diferentes sectores sociales.  Se observa cómo el comercio y las empresas de la recreación y del turismo amplían sus influencias en el tiempo de Semana Santa.  Estas empresas crecen; sus estrategias para atraer al público cada vez son más creativas y con potencialidades para crear necesidades a la carta, para impactar las preferencias principales de los ciudadanos y la débil iniciativa para reempezar.

Los paquetes comerciales y turísticos cada vez son más sugerentes; influyen de forma significativa en la mentalidad de jóvenes y adultos. Estos factores influyen de tal modo, que debilitan la estabilidad y el silencio reflexivo que requiere la vivencia espiritual propia del tiempo de Semana Santa. No hay oposición entre vivencia de la Semana Santa y las experiencias turísticas y recreativas. Lo que parece impropio es que, en el tiempo de la Semana Santa, las actividades comerciales y empresariales adquieran tal fuerza, que dificultan el recogimiento y la paz que los creyentes y la sociedad en general necesitan. Los excesos, las muertes, los accidentes y la ingesta de alcohol, son factores perturbadores. Le roban la alegría y la ecuanimidad a cualquiera. El ocaso de la pandemia ha provocado un deseo ardiente de recuperación de las fiestas, de la vida social y, sobre todo, de la vida que el confinamiento bloqueó. La ciudadanía tiene derecho a una vivencia libre, a disfrutar  de las bellezas naturales del país y a restaurar lo que el confinamiento le llevó. De igual manera, los creyentes tienen derecho a vivir la Semana Santa en un clima sereno y con las condiciones necesarias para recomponer sus propias vidas, también.   Los líderes religiosos han de activar la creatividad y el testimonio, para que la Semana Santa vuelva a llenar de sentido la participación de los creyentes en las actividades específicas de este tiempo. La vivencia de la Semana Santa en el ocaso de la pandemia ofrece oportunidades para la autointerpelación, para la recreación del espíritu y una conversación renovada con el Dios de la Vida y de la Verdad.