En el primero de una serie de artículos que escribí sobre el problema de la violencia (Sobre la violencia (I) | Acento), me referí al planteamiento popular de que se requiere “mano dura” para la solución del problema de la violencia callejera.

Partiendo del supuesto señalado, se justifica facilitar que la ciudadanía pueda adquirir armas para poder “defenderse” o se valida la militarización de las calles por parte de la policía.

Además del problema ético del irrespeto a los derechos humanos -implícito a la “mano dura”- esta práctica no resuelve el problema de la violencia, en muchos casos, lo recrudece.

Como ha señalado la antropóloga Tahira Vargas ( Seguridad ciudadana versus militarización | Acento), el problema de la violencia es estructural. Cuando una cuestión es constitutiva de las relaciones sociales de poder o de las instituciones, el ataque a los individuos que forman parte de la cadena de agresiones ni siquiera puede paliar el problema porque esos individuos se convierten en piezas reemplazables de una maquinaria social alimentada desde instancias de poder.

Al mismo tiempo, la “mano dura” refuerza el círculo vicioso del proceso de socialización violento que forma en actitudes, gestos, discursos y prácticas agresivas replicando dicha cultura de generación en generación.

Además, en sociedades donde existe una tradición arraigada de autoritarismo, la militarización promueve el abuso de poder, los apresamientos injustos, las discriminaciones basadas en prejuicios o estereotipos negativos y todas las modalidades de violencia que socavan una sociedad democrática.

Como problema multifactorial, la violencia requiere de un abordaje transdiciplinario que aborde la cuestión desde distintas aristas incorporando a la solución los agentes que son las principales víctimas del proceso social.

Dicho enfoque debe subrayar el problema de los imaginarios de la violencia, la cuestión de todas las idealizaciones, imágenes, conceptos, discursos, prejuicios y estereotipos que configuran una cultura violenta. Este es un trabajo a largo plazo que debe complementarse con las medidas inmediatas de abordaje de las distintas modalidades de la violencia, como el inicio del prometido proceso de profesionalización de la policía y el robustecimiento de los programas de reincorporación social de la juventud de los barrios dominicanos.