Torres Falcón define la violencia como “una conducta humana intencional, que transgrede un derecho, ocasiona un daño y busca el sometimiento y el control”.
De modo que, partiendo de la definición expuesta por Torres Falcón, distinguimos los siguientes elementos: la violencia es una conducta intencional, no accidental, que transgrede el derecho a la integridad física, a la vida, a una vida sin violencia, y que tiene como finalidad ocasionar un daño y lograr el control y sometimiento de la víctima.
Para Medina (2019) “cuando hablamos de la violencia del hombre contra su esposa o compañera, nos estamos refiriendo a cuatro tipos diferentes de violencia: la violencia física, la violencia sexual, la violencia psicológica y la destrucción de propiedad. Quizás la violencia psicológica sea la más difícil de delimitar. Se trata de algo más serio que un insulto. Incluye la humillación intensa y continuada, las amenazas de violencia, el control y vigilancia constante de las acciones del otro, los cambios de humor sin lógica, la desaprobación contínua, etc.”.
Jacobson y Gottman (1998) indica que “el golpear a una persona es una agresión física que tiene un objetivo: controlar, intimidar y someter a otro ser humano.”
En un estudio realizado en España (Instituto Andaluz de Criminología de Sevilla), estudiado por Garrido y Redondo, se pudo confirmar que el 93% de los varones que frecuentemente maltrataban físicamente a la mujer también exteriorizan su agresividad contra otras personas.
Partiendo de estos resultados, entendemos que, al crear programas para la prevención de la violencia contra la mujer, estaríamos contribuyendo a mitigar la violencia en general.
En otro de los estudios, citados por los autores en referencia, se hacía una comparación entre la violencia comunitaria y la violencia contra la mujer sosteniendo la teoría del aprendizaje social como una conexión entre ambas. (Pamela Jenkins, 1996). Por otro lado, a partir de resultados de otros estudios referentes a la violencia, se verifica que aquellos países con altos niveles de violencia y pobreza, tienden a tener elevados niveles de violencia contra la mujer (Garrido y Redondo).
En otro orden, se tiende a pensar que la violencia contra la mujer es un problema de desigualdad; sin embargo, se han realizado estudios comparativos entre países europeos y EEUU en los que se pudo verificar que Suiza, siendo uno de los países con más igualdad que otros países, tienen tasas de homicidio más altas que en países con menos desigualdad (Garrido y Genovés). Por tanto, se podría considerar que alegar que la violencia es producto de los niveles de desigualdad en la sociedad es una explicación reduccionista. Por otra parte, se ha determinado que los agresores no son un grupo homogéneo, por lo que cada caso debe ser estudiado en concreto. Diversos factores inciden en la violencia íntima de pareja, por vía de consecuencia, su estudio debe ser de carácter multidisciplinar.
Respecto a la personalidad del hombre que maltrata, Medina (2019), sostiene que “en la experiencia del programa no he constatado un perfil tipo de personalidad, pero sí una serie de actitudes, entendidas éstas como patrones de comportamiento y esquemas de pensamientos relativamente estables que son comunes a muchos hombres que maltratan. Estas actitudes podrían tener su origen en el aprendizaje social durante la infancia y la adolescencia, aunque no existen estudios controlados sobre el tema aún. La observación de modelos significativos que hacen uso de la violencia en el hogar puede tener un profundo impacto en el niño.”. Sin embargo, algunos autores, entre los que se encuentran Echeburúa, Jacobson y Gottman; entre otros, han establecido ciertos perfiles de agresores, sobre todo, con la finalidad de establecer el tipo tratamiento que los agresores deberían cumplimentar.
Regresando a Medina, dicha conclusión refuerza la teoría de la transmisión intergeneracional de la violencia, a partir de la teoría del aprendizaje social, tal como sostiene Pamela Jenkins, en el que el niño llegado a la adultez replica el mismo patrón aprendido en el hogar. Reiteramos, constituyendo el aprendizaje social una de las teorías explicativas de la violencia contra la mujer.
Torres Falcón entiende que “la dinámica de las relaciones de violencia es muy compleja. Hay una alternancia entre amabilidad y maltrato; los conflictos no se resuelven; y acaba rompiéndose toda comunicación posible. Las mujeres se enfrentan a muchos obstáculos para salir de la relación: dependencia económica, aislamiento, vinculación afectiva, falta de apoyos, etc.”.
En relación con el aumento del riesgo de homicidio, Jacobson y Gottman (1998), lo resaltan de la manera siguiente: “el peligro de sufrir una agresión grave, e incluso el homicidio, aumenta espectacularmente cuando las mujeres agredidas abandonan a la pareja que abusa de ellas.” En adición, establecen que el mejor predictor de violencia futura es la violencia pasada (Jacobson y Gottman).
El artículo 42.1 establece que el Estado garantizará por ley la adopción de medidas necesarias para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la mujer.
Dicho artículo implica una garantía de que el Estado adoptará o implementará las medidas necesarias con el objetivo de mitigar la violencia contra la mujer.
Tal como hemos expuesto, los altos niveles de violencia que exhibe nuestra sociedad es un indicador importante del nivel de violencia que surge en el ámbito íntimo. A pesar de que muchas mujeres víctimas de violencia deciden no interponer denuncia contra su agresor, quedando aquella criminalidad oculta; es decir, pasando a formar parte de lo que se conoce como cifras negras.
Jacobson y Gottman (1998) señalan que “considerar al marido responsable de la violencia, independientemente de lo que la mujer haga o diga, es un paso necesario, pero no suficiente, para poner fin a las agresiones. Ser consciente de la responsabilidad significa que, además de castigar al agresor, éste debe sentir que el castigo es justificado. Raro es el agresor que siente de este modo, lo que ayuda a explicar por qué es tan infrecuente que la violencia cese por sí misma. En lugar de sentirse responsables, los agresores minimizan la gravedad de sus acciones violentas, niegan ser responsables de ellas y las distorsionan hasta convertirlas en una trivialidad (…).” Es decir, distorsiones cognitivas y mecanismos de justificación del maltrato.
De la misma manera, señalan Jacobson y Gottman (1998), atendiendo a estudios realizados con grupo de parejas en los que predominaba la violencia grave; establecen lo siguiente: “comprobamos que, en nuestra muestra, la violencia raramente cesa por sí misma de no mediar terapia o algún tipo de castigo judicial. Aun en los casos en que los agresores tienen que asumir su responsabilidad por estas conductas delictivas, bien sea mediante una sentencia judicial o algún tratamiento impuesto por los tribunales, no está claro que tales intervenciones obtengan resultados positivos.”
En lo que se refiere a las acciones adoptadas por los operadores de la justicia, pasamos a reproducir lo señalado por Garrido y Redondo (2013), “mucha gente confiaba en las órdenes de protección como una respuesta de alta eficacia para evitar las agresiones a mujeres, en particular los homicidios. El problema es que esas órdenes precisan del sistema de justicia para funcionar (…)”. Luego continúan señalando que “en vez de generar recursos directos para atender de un modo ágil a las mujeres que lo precisan, todas las intervenciones se hacen depender de previas actuaciones de la justicia, cuya característica más destacada no es precisamente la rapidez”.
En cuanto a la prevención, los autores anteriormente referido, recomiendan lo siguiente: “La prevención más eficaz y a largo plazo de la violencia de pareja requerirá la adopción de medidas e intervenciones en los diferentes frentes etiológicos y de riesgo de este complejo problema social y criminal (Echeburúa y Redondo, 2010): 1) prevención general sobre varones adolescentes y jóvenes, incluyendo múltiples iniciativas y pautas educativas relativas a la igualdad de mujeres y hombres, prevención de la agresividad, educación emocional, etc.; 2) prevención específica sobre varones en riesgo de maltrato de pareja, que ya han dado signos de alerta, particularmente en las primeras etapas del noviazgo y de relación de pareja, tales como conductas posesivas, celotipia, alta impulsividad o abuso de alcohol; 3) prevención, tanto general como específica, con mujeres en riesgo de ser víctimas de violencia de pareja, particularmente de aquellas jóvenes o mujeres adultas en que puedan concurrir diversos factores de vulnerabilidad (chicas muy jóvenes e inexpertas, fuerte dependencia emocional o económica, discapacidad, aislamiento social, etc.)”.
Para concluir, procedemos a añadir ciertas recomendaciones con el objetivo de prevenir y, posiblemente, reducir las altas cifras de homicidio que cada año se presentan en nuestro país:
Primero, las órdenes de protección no deberían estar sujeta a la imposición de la denuncia;
Segundo, crear campañas que promuevan la denuncia de los casos de violencia contra la mujer;
Tercero, con el sometimiento de la denuncia, debería convencerse a la mujer de acudir a un centro de acogida. Como hemos observado, el riesgo de homicidio incrementa cuando la pareja intenta dejar o separarse del agresor;
Quinto, no se debería permitir la conciliación en los casos de violencia contra la mujer. El consentimiento de la misma podría estar viciado por el control que ejerce el agresor sobre la pareja. En esa tesitura, la violencia grave, atendiendo a los predictores de riesgo de violencia futura, han confirmado el alto riesgo de homicidio en dichos casos.
Sexto, dentro del ámbito de la prevención especial, continuar con los planes de tratamiento para los casos de los agresores que han sido apresados. A pesar de que en algunos casos la respuesta al mismo no será positiva, por el tipo o perfil de ciertos agresores (Jacobson y Gottman, 1998).
Séptimo, tal como sostiene Garrido y Redondo (2013), abordar el fenómeno de la violencia contra la mujer desde el ámbito de la educación. Educar a las mujeres desde la etapa de la adolescencia para que puedan detectar ciertos comportamientos inapropiados, controladores y de intimidación.
Octavo, tomar en cuenta las denuncias que se impongan en estos casos, y ante las mismas aplicar una escala de predicción de riesgo de violencia futura contra la mujer de manera que permita intervenir con la celeridad que el caso amerita.
Es importante recalcar que la violencia contra la mujer no se circunscribe a una causa en específico (como las distorsiones cognitivas que se pudiera tener sobre el rol de la mujer); por tanto, su estudio requiere de una visión multidisciplinar, con el objetivo del desarrollo de programas de prevención especial y general que consideren todas las posibles causas que intervienen en la conducta del agresor.