El excelente comportamiento del PIB de la República Dominicana se ha ganado la primera página de nuestros periódicos. Es solamente desde el final del año pasado que su comportamiento para 2022 empieza a ser puesto en entredicho a partir de las amenazas globales y locales que la inflación proyecta sobre el mundo.

Se ha glosado sobre nuestra rápida recuperación económica que ha sorprendido a más de un observador. También se ha  destacado el excelente comportamiento del turismo que ha sido acompañado, entre otras, por las esperanzadoras imágenes de los cruceros que visitan Puerto Plata y reactivan la ciudad como polo turístico privilegiado.

Con un discurso dominante lleno de optimismo, una gran parte de la población espera el goteo que estas noticias dejan entrever mientras sus vidas transcurren en lucha permanente por la subsistencia en medio de la violencia estructural y de una inseguridad creciente generada por la pandemia.

Parece todavía existir cierta desconexión entre las diferentes realidades, reseñadas de manera cotidiana por la prensa, y que no dejan de inquietar a los analistas sociales.

Iglesias, psicólogos, ongs, docentes, padres, madres y tutores se muestran preocupados por la violencia creciente en los más diversos sectores de la sociedad.

Como lo señala el Diario Libre del 17 de enero, 18 personas murieron y otras 14 fueron heridas en diferentes balaceras y conflictos a lo largo y ancho de la geografía nacional en este principio de año. Dos de estas víctimas fueron niños, uno por bala perdida y el otro como víctima colateral de un feminicidio.

Esos datos no toman en cuenta los 3 muertos y 9 heridos en un incidente con armas blancas y de fuego en la cárcel de la Victoria, el pasado fin de semana.

La realidad es que el 35 % de las dominicanas ha sufrido algún tipo de violencia por parte de su pareja y que 1 de cada 10 dominicanas ha sido víctima de violencia sexual en algún momento de su vida.

El psiquiatra José Gómez apunta para 2022 un “aumento de la depresión, la ansiedad, el estrés, el consumo de drogas, la violencia social, los suicidios y los trastornos desadaptativos y neuropsiquiátricos”.  Señala que la armadura que ayuda a resistir son los factores protectores: familia, pareja, trabajo, ahorro, actividades sanas, amigos sanos, espiritualidad, inteligencia emocional y proyecto de vida saludable.

No podemos olvidar que gran parte de nuestros niños, niñas y adolescentes nacen, viven, crecen y se desarrollan en una sociedad que no les garantiza sus derechos fundamentales y no los provee de estas armaduras protectoras.

Carecen de familias funcionales y viven muchos de ellos en familias donde impera la violencia intrafamiliar. Los padres y madres de estos hogares viven del trabajo informal y, en el mejor de los casos, si no son inmigrantes y si tienen cedula, reciben algunos subsidios.

En las escuelas públicas impera la violencia y la represión como sistema educativo. Las familias no exigen calidad educativa y ven la tanda extendida como un mecanismo que les permite asegurar las comidas de sus hijos y trabajar, lo que ha sido puesto en entredicho por la pandemia.

Las infraestructuras escolares, incluyendo las construidas con el 4%, no han sido concebidas para poner a las personas en el centro ni para propiciar vínculos de aprendizaje. No toman en cuenta  la inexistencia de espacios de sana diversión en la mayoría de los sectores vulnerables que ofrecen más bien puntos de drogas en  sus diferentes esquinas.

En cuanto a las iglesias, nada más oír algunas de las prédicas que se realizan con bocinas en las calles para cuestionar el carácter vehemente de algunos mensajes religiosos.

La violencia intrafamiliar, de la calle, de la escuela, de la policía, y la dificultad de conseguir empleos dignos lleva a una parte de la juventud a la irresponsabilidad ciudadana, al individualismo y a la auto destrucción. Los teteos, el desafío al orden, las respuestas violentas a cualquier situación son manifestaciones que no se encaran solamente con una reforma de la policía.

La mejor inversión es la que se hace en prevención de la violencia desde la niñez, desde la escuela, en el barrio,  en el seno de las mismas familias. Hoy en día la alfabetización emocional es tan importante como la alfabetización formal. Toda la sociedad necesita practicar una real cultura de paz y reconocer el valor de la mediación para resolver conflictos.