En una conversación vía WhatsApp conversaba con alguien que me contaba sobre una pequeña crisis por la que justamente atravesaba en estos días. Crisis que inicialmente ni siquiera sabíamos que era crisis, pero que durante la conversación fue que bautizamos como una crisis de soledad, porque aquello de crisis de mediana edad no se, no suena bonito en mi cabeza y no se corresponde con mi actitud de vida; porque aún después de los 40 ni me siento doña y mucho menos vieja. Por alguna razón, y lo saben quienes me conocen, mi mente registra mi edad entre los 27 y los 32, no más. Y la mal llamada crisis de la mediana edad, para mí, en mi cabeza, suena a eso, a adultez, a ocaso, a final de los días llenos de resignación. Y de ocaso andamos lejos, si el fin es envejecer con dignidad y actitud bonita.

Mientras me contaba sus preocupaciones, su incertidumbre ante el futuro, lo que podría venir y cómo podría pasar sus días en soledad, me dio risa y se lo dejé saber en el chat, sin intención alguna de subestimar el momento y muchos menos anular sus sentimientos, sino porque todo lo que me contaba y le ocupaba la mente, ya yo había estado allí y había pensado lo mismo, con la salvedad, o el agravante para quien piensa en futuro, de que de mí dependen mis dos hijos y ese no es su caso. Era mi forma de dejarle saber que lo mismo que le ocupaba la mente y el corazón, me ha pasado a mí y que está bien sentirse así.

En un momento, cuando aún no habíamos bautizado esta situación como una crisis de soledad, me habló sobre crisis de mal de amores de adolescente y ahí reparé y me detuve para abundar si ciertamente se trataba de mal amores, si había una persona involucrada, si esto era fruto de una desilusión, yo tratando de buscarle sentido, y me aclara que no, que “ya en estas edades no hay crisis de mal de amores”. Hasta aquí llegamos y obligué un alto, porque con eso sí que no pude estar de acuerdo y tampoco identificarme con el comentario.

¿Quién dijo que no ataca el mal de amores después de los 40? ¿Quién es que nos ha metido en la cabeza que uno no se enamora y se entrega como muchacho ilusionado después de los 40? Claro que hay vida y amor después de los 40. Claro que uno sí se enamora y siente después de los 40. Que uno gestione ese mal de amor distinto, es otra cosa. De alguna forma nos han metido en la cabeza que a partir de los 40 la vida toma rumbo a la deriva y que se debe vivir en total conformidad con la voluntad de lo que la vida, o nuestras propias decisiones, ha dispuesto.

Recuerdo que yo de muy muchachita asociaba los 40 años a la imagen de gente muy vieja que ya no le quedaba más que asumir la vida sentados en casa y vivir del éxito que se supone ya a estos años debería estar cosechando. Y nada más alejado de la realidad. La vida me ha demostrado con creces que sí que estaba equivocada. La vida se siente probablemente más plena que a mis 20, el amor se siente con una intensidad más noble, más propio, más consciente y aunque lo del éxito es relativo, uno aprende a cosechar, celebrar y disfrutar las pequeñas victorias. Pasa que a veces uno hasta encuentra la vocación, el amor y hasta el éxito, después de los 40.

Las crisis siempre están. Ya sean de soledad, económicas, a largo plazo por ansiedad, de reservas en el amor, de desamor por falta de práctica; e irremediablemente también llegan las de salud, pero esas son inevitables y todas, hasta esta última, se resuelven con cuidarnos. Cuidarnos el alma, el bolsillo, el corazón y el bienestar propio. Es más, estoy convencida de que estas crisis son necesarias para mantenernos activos y en constante crecimiento. Que cada día sea un desafío que nos impulse a buscar lo necesario para nosotros, para los hijos y para el futuro, pero vivos al fin y al cabo. Porque las ganas de amar y vivir son las únicas que no aguantan crisis y que no nos pueden faltar, así sea después de los 40, los 50, los 60 o hasta que el corazón tenga fuerzas para latir.