La República Dominicana es un país hermoso. La belleza natural que lo adorna, la alegría y  la bondad de su gente, lo hace más atractivo y habitable. Nacionales y extranjeros disfrutan en territorio dominicano de una hermosura natural que asombra y provoca emociones que nutren el alma. Pero todo este primor puede desaparecer en breve tiempo, por encontrarnos en un contexto en el que la vida cotidiana está sometida a presiones elevadas. Los factores amenazantes se incrementan, al tiempo que la calidad de vida de las personas y de los demás seres vivos enfrentan peligros tangibles e intangibles. Respecto de las personas, se les complejiza la situación por la incidencia de factores que parece son incontrolables. Mientras los representantes del gobierno señalan diariamente que están protegiendo a la población con las políticas públicas y sociales que impulsan, la gente de los sectores vulnerables, que son  la mayoría,  tiene que hacer magia para comprar los alimentos, el gas y la medicina. La excusa es que participamos de un problema mundial  generado por la pandemia. Es una respuesta razonable, pero no convence. Los ajustes se les aplican a la clase media -en proceso progresivo de desaparición- y a los sectores más vulnerables. Mientras tanto, los empresarios y los más poderosos económicamente logran hasta evadir impuestos con la gracia de los políticos y gobernantes. Por ello la desigualdad y la inequidad se fortalecen en la práctica y se ocultan en el discurso.

La vida cotidiana del dominicano está amenazada, además, por la delincuencia política y empresarial. En este espacio geográfico hay políticos que se organizan para mentirles a las personas durante la campaña. Cuando asumen los cargos, se olvidan del servicio que le deben al pueblo. Se organizan para acumular riquezas basadas en el robo de los bienes públicos. Estos líderes tienen más suerte que aquellos que hurtan rulos y huevos. Ningún robo es admisible, sea de la naturaleza que sea. Pero todavía en nuestra nación se establece una diferencia abismal entre lo que hace un líder político o empresarial y lo que realiza la gente común. La fuerza del liderazgo delincuencial se ha visto reforzada en fecha reciente, en la depredación de las dunas de Baní, en la agresión al río Yuna, en la siembra de plantas de aguacates en un Parque Nacional. Ante la presión pública, se incautan equipos, se anuncian y se hacen sometimientos que se convierten en burbujas. Todo esto, porque hay Ministerios que no quieren comprometer los votos electorales. La agresión a la naturaleza es una amenaza a la vida cotidiana y a la vida de las futuras generaciones.

Las tensiones cotidianas se elevan exponencialmente con el alza continua de los combustibles. La pandemia profundiza la pobreza y se recrudece con el alza del precio del transporte y de todos los productos de consumo ordinario que dependen de la importación. Esta realidad genera angustias en las familias, cuyo presupuesto ya no resiste más incremento de precios. El problema presupuestario en el ámbito familiar eleva las tensiones en el seno de esta institución. Tales tensiones alteran la comunicación y las relaciones intrafamiliares. Este ambiente dispara las agresiones y convierte a las familias en calderas vivientes. De igual manera, la escasez y el hambre se convierten en factores que hacen explosionar la vida familiar. Una vida cotidiana en estas condiciones, además de aumentar el suicidio, produce un déficit profundo de aprendizajes y de deserción escolar. En este contexto, el desorden de INABIE, las malas prácticas del INPOSDOM y los desafueros recurrentes de legisladores anteriores y actuales, constituyen actos violentos contra la paz pública y de la vida cotidiana.

El déficit de calidad y de institucionalidad de las instituciones públicas y privadas es también un atentado a la cotidianidad organizada y pacífica. La sociedad dominicana tiene derecho a una vida cotidiana con un impacto mínimo de amenazas. Tiene derecho, además, a una cotidianidad en la que no solo se persiga  a los delincuentes comunes, sino que haya régimen de consecuencias, con el mismo rigor, para los delincuentes de cuellos y corbatas finos. Estos proliferan y han actuado, históricamente, con amplio margen de libertad y con estructuras de apoyo al más alto nivel.  Si bien el Ministerio Público actual, constituye un factor importante, en el proceso de devolución de la serenidad y la confianza básicas que necesita la vida cotidiana dominicana, la sociedad en su conjunto ha de preservar y defender el derecho a una vida con calidad integral y más armónica.