La fotógrafa no toma fotos
de vuelta a su tierra ancestral.
No tiene el tiempo ni la soledad
necesaria para sacar su cámara.
Está rodeada de gente, de primos,
de amigos. Pisa calles y jardines
que llevan los nombres de
sus abuelos. Que suerte
y honor ver a ellos reconocidos
en la madre patria. Ella
puede regresar a casa ahora
en el Nuevo Mundo sonriendo
con una maleta llena de
talismanes, libros, cuadros,
y el sueño no imposible
de volver y seguir
volviendo al ritmo
de la sangre
que fluye siempre
por el océano
del cuerpo hasta encontrar
obstáculo y quedarse
varada, sin salida,
al fin del viaje.