Como se temía, las elecciones del pasado domingo en Venezuela terminaron mal. El Consejo Nacional Electoral (CNE), sin hacer el debido cotejo de TODAS las actas de los colegios electorales, como es obligatorio para todo organismo de esa naturaleza, declaró ganador al candidato del gobierno, mientras la oposición dice tener en su poder el 73% de las actas que dan ganador al suyo. Esa circunstancia profundiza la profunda y larga crisis política, económica, social y demográfica que virtualmente ha conducido la nación a la tragedia. Las protestas serán incontrolables y, contrario a la deseada transición hacia un régimen cimentado en la gobernabilidad democrática, el país parece encaminarse hacia el totalitarismo.
Eso esperaban evitar varios gobernantes de incuestionable trayectoria democrática, Petro, Lula, Boric, entre otros. Pero es evidente que no lograron convencer a todo el liderazgo del gobierno venezolano de que solo a través de unas elecciones sin cortapisas y la aceptación de sus resultados, se podía superar la insostenible situación en que discurría el régimen. Los hechos pre y post electoral le confirmaron que ese liderazgo había escogido el camino de la confrontación, que es lo mismo que el camino de su perdición. La contundencia de la exigencia de los referidos gobernantes de que solo el conteo transparente de actas podía validar esos resultados que abruptamente informa el CNE, es un indicador de que sabían cuál iba a ser la reacción del gobierno y qué realmente sucedió en las urnas.
Sabían, y saben, que resulta insostenible mantener una economía en bancarrota, a pesar del respiro que ha tenido últimamente, con sus principales fuentes de riqueza disminuidos, como la producción petrolera y la metalúrgica, con generalizada escasez de productos de consumo diario, con los sistemas electorales y judiciales al servicio del régimen y con un alarmante proceso de éxodo de la población que priva a esa nación de gran parte de sus mejores talentos. Antes, de nuestro país y de Colombia, entre otros, emigraba una gran cantidad de gente hacia Venezuela, hoy es lo contrario. Sabían, y saben, como toda persona con un mínimo de racionalidad política, que el madurismo es incapaz enfrentar esa tragedia. Son sus directos responsables.
Sin embargo, la presión de gobiernos, instituciones y personalidades de diversos países será insuficiente para que Venezuela salga del pantano en que lo han sumergido un liderazgo no solo incapaz, sino que se le atribuyen serios actos de corrupción. Esa presión es importante, pero será la acción/presión que en todos los escenarios haga la oposición la que en última instancia podrá terminar las desventuras que vive ese país. Pero, lamentablemente esa oposición no tiene clara la opción que propone para la nación, su posición de la urgencia de cambiar de rumbo es correcta, pero insuficiente. Es compleja configuración de los actores que la integran, se mezclan sectores de derecha de todo signo, progresistas y corrientes del Partido Comunista, y eso dificulta el diseño una inevitable salida negociada. También allí hay obcecación, menos,naturalmente, pero hay.
El madurismo ha reaccionado como todo régimen que carece de legitimidad: con amenazas, represión, el mito del complot en su contra, la negativa al sometimiento a reglas y con su negativa de enseñar las actas esclarecedoras de lo realmente ocurrió.
Y aquí volvemos al principio. Lo único que vale la pena negociar es que las fuerzas del régimen se convenzan de que el país no puede seguir el derrotero que lleva, y ahora ese convencimiento sólo es posible lograrlo con la fuerza de la acción sostenida y no violenta en las calles. En más de una ocasión el régimen ha desconocido resultados electorales y las protestas no se han detenido. Según conocedores de los procesos electorales en esa nación, nunca como ahora las encuestas expresaban tanta distancia con relación intención de votos a favor de la oposición. Ese hecho, junto al descalabro del sistema, la indignación de la población y por cómo ha discurrido el presente proceso electoral determina que la expansión de esa indignación se torne indetenible, como también el final del régimen. ¿Cuándo?, es la cuestión.
El madurismo ha reaccionado como todo régimen que carece de legitimidad: con amenazas, represión, el mito del complot en su contra, la negativa al sometimiento a reglas y con su negativa de enseñar las actas esclarecedoras de lo realmente ocurrió. Rompe y/o tensa sus relaciones con sectores que en su momento lo apoyaron, y el apoyo que recibe del exterior es básicamente de gobiernos sin legitimidad por ser desconocedores del principio de la alternancia del poder mediante el voto libérrimamente expresado. También, de reducidos sectores que se ubican en el progresismo pero que no entienden que la defensa de gobiernos como esos y del madurismo, reduce al mínimo sus posibilidades de vinculación con el país real de sus respectivas sociedades.
Finalmente, lo que actualmente sucede y lo que pueda suceder en ese país depende básicamente de los venezolanos. Pero en este mundo globalizado resulta absolutamente inadmisible que a una población se le impongan resultados sin las actas que lo validen, que sin ellas un tribunal electoral entregue un pergamino de ganador a un candidato. Por coherencia, los gobiernos y sectores políticos y sociales que insistieron en una salida negociada a la crisis están obligados a exigir un peritaje de todas las actas levantadas en cada colegio electoral como única salida.