La región de América Latina y el Caribe vive, con pavor, la situación de Nicaragua. Este país hermano se destruye a sí mismo día a día. En esta nación, desde 2018, se incrementan acciones que vulneran los derechos humanos, sociales e institucionales. Además, se producen decisiones que extinguen la democracia. Esta realidad se vuelve más preocupante al constatar que la pareja presidencial niega los principios y valores de la Revolución Sandinista. Estamos ante un liderazgo anacrónico y desenfocado de las necesidades del siglo XXI. La situación nicaragüense no solo impacta el ámbito local, sino que incide en el desarrollo y en la madurez de la democracia del continente.  Por esto emergen interrogantes que, además de inquietar, esperan respuestas. ¿Por qué los demás países de la región permanecen impávidos? ¿Dónde están las plataformas y alianzas para prevenir situaciones más extremas? La ruta de Nicaragua está a corta distancia del abismo. La eficiencia de los organismos continentales e internacionales se ha de notar ya.

Es un imperativo reconceptualizar el concepto de soberanía. Sí. Es necesario respetar el derecho de cada pueblo a un funcionamiento autónomo. Es necesario, también, ponerle límite, con mecanismos democráticos y legales, a regímenes que niegan los derechos fundamentales. Es un proceso complejo, pero se vuelve más difícil si los demás países de la región se limitan a una observación pasiva. No planteamos la intervención de Nicaragua. Sostenemos la necesidad de una acción regional que cuestione y desactive la dictadura de la pareja presidencial. Se ha de iniciar un movimiento a favor de la libertad de la gente. Se ha de movilizar una corriente continental de opinión que active el pensamiento crítico de la población. Es necesario que los sectores identificados con práctica dictatorial cambien de actitud y de postura. El silencio de los líderes de la región los convierte en cómplices de la muerte de la democracia y de la libertad en Nicaragua. Se repite la indolencia que se muestra ante el pueblo haitiano, salvo raras y aisladas excepciones. Estamos frente a un liderazgo regional que no se inmuta hasta que Estados Unidos no le dicta lo que debe hacer. Este liderazgo, débil y desarticulado, constituye una amenaza para el fortalecimiento de la calidad y de la sostenibilidad de la democracia en el continente.

 

Es importante reconocer que la mayoría de los países de la región enfrentan momentos difíciles en sus respectivos territorios. Asimismo, es cierto que los problemas derivados de la pandemia, como la inflación, el hambre y la violencia, absorben su tiempo y sus decisiones. A pesar de esta situación, no se justifica ni la indiferencia ni la complicidad velada. Urge otra Nicaragua. Son muchas las razones que justifican este tipo de urgencia: En primer término, la paz y el desarrollo de este pueblo; en segundo lugar, la salud de la democracia de América Latina y el Caribe; en tercer lugar, la coherencia entre el discurso de la fraternidad entre los pueblos de la región y la acción para liberar al pueblo de una dictadura que muestra cada vez más ferocidad. Es el tiempo de mostrar hechos. Es la hora de llenar de sentido las palabras. El liderazgo regional se cuestiona a sí mismo por la poca capacidad para impulsar procesos que prevengan la práctica dictatorial y, sobre todo, que promuevan una acción transformadora en la sociedad nicaragüense.  Creemos que otra Nicaragua es posible.