Las escenas de violencia que vive el mundo, diariamente, son preocupantes y desestabilizadoras. Puede hablarse de un sistema de violencia, porque permea el pensamiento, las acciones, el discurso y las relaciones de las personas y de las instituciones. Lo más grave es la violencia institucionalizada, la cual pasa desapercibida muchas veces, pero que tiene un impacto fuerte en el modo de pensar y de actuar de los individuos. La institucionalización viene dada por ser un componente estructural de los sistemas sociales y políticos. La violencia institucionalizada se reproduce y se expande sin control en la esfera mundial y nacional.
En República Dominicana, el problema de la violencia se está convirtiendo en un fenómeno normal. Proliferan las bandas de menores y de adultos; el entorno familiar, para muchos, es un espacio irrespirable. Este está dejando de ser el espacio de la acogida y del diálogo. Se va transformado en espacio de conflicto y de menosprecio de la vida. El círculo familiar se ha vuelto más complejo, lo que ha sido una vía para la agudización de los conflictos en las familias. La situación de las familias influye en las demás instituciones y sectores de la sociedad. Esta, a su vez, incide de forma significativa en la realidad familiar. Una y otra se intercambian valores y antivalores.
Por ello, el llamado permanente a los Estados para que diseñen y establezcan políticas públicas que favorezcan el bienestar de la población; un bienestar que alcance a todos. De la misma forma, hay demandas de implementación de políticas que cuiden e incentiven la educación y el compromiso de las familias con la educación y el aprendizaje de los hijos. Las familias que son sostenidas por los parientes que se dedican al sicariato, al robo, a la violencia, necesitan ayuda especial para que establezcan rupturas con esa práctica. La carencia de una educación continua y de calidad hace de la familia una entidad sin principios ni valores orientadores. Es necesario un trabajo permanente con las familias.
El trabajo que se ha de realizar requiere la participación consciente y activa de las familias. Está claro que los paquetes enlatados de contenidos y consignas, por buenos que sean, no ayudan. Es imprescindible partir de las necesidades sentidas de las familias para que puedan involucrarse; y, sobre todo, para que se pueda entender cuál es la ayuda real que necesitan. La institución familiar demanda una reconstrucción a fondo. Sin procesos educativos sistemáticos y sin un trabajo que les permita, por lo menos la sobrevivencia, no podemos contar con estabilidad, paz y vida en el seno del 80 % de las familias dominicanas.
Para frenar las olas de violencia que se producen en las familias, es importante actuar con rapidez. No se le puede dar tanta vuelta a problemas cuyas raíces son evidentes. La realidad familiar interpela a los gobiernos pasados y al actual. Cuestionan también a los legisladores del país, que viven más allá de la luna; y trabajan poco o nada a favor de las familias dominicanas. Esta situación requiere que pongamos los medios que estén a nuestro alcance para alentar procesos y políticas creadoras de una paz vertebrada por la justicia, la equidad y la solidaridad. Apoyemos la educación de las familias. Trabajemos para posibilitar una vida familiar más segura y revitalizadora.