El sábado, sin proponérmelo y sin nostalgia de fracaso, recordé a quien fue mi primer novio después del divorcio. Una relación bonita, que me devolvió esa certeza que la mujer divorciada, muchas veces sin saberlo, necesita para volver a creer en sí misma y en su capacidad para regresar a la vida de soltera y amar otra vez. Y a quien le debo la gratitud de, bajo los efectos del cariño y la entrega, me empeñó en aprender a hacer moro de guandules para complacerlo. Una historia para contar tantos años después y reírme.

Lo recordé y no fue culpa ni de la cerveza y mucho menos de la nostalgia que dan aquellas relaciones que no se dieron, que no funcionaron y que dejaron de ser. Lo pensé porque siempre le dije, y todavía se lo recuerdo, que no importa cuántas personas pasen por su vida, yo estaré ahí para cuidarlo cuando sea ya un viejito cascarrabias y los años traigan consigo las complicaciones naturales del ser.

“Cuando seas un viejo yo voy a ser quien te va a cuidar” y de vez en cuando hablamos, se lo reitero y nos reímos. El cariño ha trascendido aquella relación que no funcionó y hoy seguimos siendo tan amigos, que lo puedo contar entre mi base de apoyo. De esa gente que llamo sin reservas y tengo la certeza de que va a responder y resolver.

Tantos años después, la vida se ha encargado de darme la razón en aquello de que nunca se sabe quién terminará cuidando de uno. Y demostrármelo con creces.

Me vi frente a una mujer muy mayor que, por lo visto y cuestión de años y lógica de la naturaleza, parece estar viviendo, siendo optimistas, sus últimos años. La vi tan frágil, tan vulnerable, tan infantil, que sin darme cuenta me vi pasándole la mano por la frente con cariño, peinándola y supliendo aquella avidez de afecto que encontré en sus ojos o que quizás me imaginé. No lo sé.

Lo cierto es que la vi allí acostada mientras la alistaban para dormir, que caí en cuenta de lo mismo que siempre le he expresado a ese ex novio, uno nunca sabe con certeza quién estará allí en los últimos respiros de vida.

De igual manera también reparé en el hecho de que, aunque no se crea en karma ni en lecciones de la vida, uno debe procurar ser buena persona. Hasta por si acaso.

Más allá de la tranquilidad que da hacer las cosas bien, está la paz de uno saberse que cuando llegue el momento de vernos ahí vulnerables y expuestos, tener la capacidad de recibir el afecto y el amor de donde sea que venga.

La vida no nos debe nada, pero es muy lindo saberse merecedor de muestras de amor y cuidados solidarios, especialmente en momentos que parecen venir con la soledad incluida. Buen momento para reflexionar y pensar en eso que estamos sembrando ahora para después no cultivar tempestades.