Uno de los mayores peligros a los que se enfrentan las sociedades modernas es la venta de historias únicas, a través de las redes sociales, páginas de internet y múltiples plataformas digitales, donde se nos venden narrativas que se construyen en despachos sin ningún rigor científico o que simplemente se inventan en uno de los laboratorios de la llamada era de la posverdad.
Chimamanda Ngozi Adichie, exquisita escritora y autora del libro “El peligro de una historia única”, sostiene que “la historia única crea estereotipos, y el problema de los estereotipos no es que sean falsos, sino que son incompletos. Hacen que una historia se convierta en la única historia”. Esta idea transforma un pequeño libro en una gran obra con un profundo mensaje, explica en su libro el verdadero peligro de la construcción de estas narrativas.
Los políticos actuales que se auxilian de estas plataformas piensan que, vendiendo contenidos engañosos o narraciones únicas, pueden ascender en la escala de la verdad histórica y en los acontecimientos futuros. Sin embargo, no es así. Solo resonarán en las circunstancias vacías del momento, sin ningún impacto duradero. Un ejemplo paradigmático de narrativa única fue la administración del expresidente Trump, constantemente cuestionada y escudriñada por los principales medios de comunicación.
Por tanto, es importante ser conscientes del peligro de una única historia y buscar múltiples perspectivas y narrativas para tener una comprensión más completa del mundo que nos rodea. Debemos ser críticos con las historias que nos venden y buscar la verdad más allá del nivel superficial. Solo entonces podremos comprender y apreciar verdaderamente la complejidad y diversidad de las experiencias que se nos pretende vender.
Es interesante mencionar la pluma de Ignacio Ramonet, director en París del mensual Le Monde Diplomatique y experto en geopolítica, cuando dice en su libro La era del Conspiracioinismo, cito “cuentan cómo se pueden construir millones de conspiracionistas en todo el mundo, cuando una verdadera industria de fake news y oscuros activistas digitales se combinan con la experiencia personal de expertos” es aquí el peligro de seguir con esta narrativa única.
A lo largo de sus cuatro años de presidencia, Donald Trump hizo casi 30.000 comentarios falsos o engañosos, según los principales medios de comunicación norteamericanos. Muchos de ellos eran mentiras absurdas que iban en contra de su función.
Bob Woodward, a quien considero el mejor biógrafo estadounidense, escribió varios libros titulados “Furia, Miedo y peligro”, tres obras donde señala de manera quirúrgica momentos de la administración Trump. En su libro furia, que comienza en el momento exacto en que el presidente fue informado de que la epidemia de COVID-19 sería la mayor amenaza para la seguridad nacional durante su presidencia.
Ese libro se basa en 18 entrevistas que el ex residente de la Casa Blanca concedió a Woodward a lo largo de siete explosivos meses. Una de las revelaciones más interesantes del libro es la admisión de Trump de que, a pesar de conocer la gravedad del virus, siguió restándole importancia públicamente, afirmando: “Siempre quise restarle importancia. Sigo queriendo restarle importancia porque no quiero crear pánico”. Esto conecta de nuevo con la premisa del artículo, ya que vemos cómo estas historias únicas del momento solo tuvieron un efecto circunstancial, sin tener en cuenta la posible importancia histórica de la pandemia.
Observando este comportamiento del político y el viejo dicho de que tus actos te preceden es que en la actualidad la juez Tanya Chukan decidió dictar una orden de silencio tal como habían solicitado los fiscales contra el ex presidente trump. La orden de silencio es esencialmente una medida cautelar contra la publicidad adversa durante un juicio con jurado. Con esto la magistrada procura mantener alejada la posibilidad de que se monte una campana con unos relatos únicos.
La orden prohíbe a todas las partes hacer declaraciones públicas que “señalen directamente” al fiscal especial Jack Smith, a su personal o a “cualquier otro miembro del personal del tribunal”. También están “estrictamente prohibidas” las declaraciones relativas a sus familias. El objetivo es impedir la construcción de relatos singulares que puedan influir en la percepción que el jurado tiene del caso o de sus participantes.
El juez dejó claro que, aunque Trump puede argumentar que las acusaciones contra él tienen una motivación política, no puede menospreciar al fiscal llamándole matón ni “alentar implícitamente la violencia contra funcionarios públicos que simplemente hacen su trabajo”. Además, Trump y todas las partes tienen prohibido hacer declaraciones sobre los testigos del caso. La orden de silencio pretende esencialmente garantizar un juicio justo, impidiendo que ninguna de las partes contamine la percepción que el jurado tiene del caso o de sus participantes.
El tribunal espera que esta medida contribuya a un resultado justo basado únicamente en los méritos del caso, y no en la construcción de una narrativa singular para garantizar que no venda una narrativa basada en el populismo penal. Los ataques de Trump no se han limitado a quienes testificaron o votaron contra él. También ha atacado a sus propios designados, como el ex fiscal general William Barr y el ex secretario de Estado Mike Pompeo, a quienes ha acusado de ser “débiles” y “desleales” por no hacer lo suficiente para apoyar sus infundadas afirmaciones de fraude electoral en el pasado. A pesar de los ataques de Trump, muchos de sus objetivos se han negado a dar marcha atrás. Adán Schiff respondió a los insultos de Trump diciendo: “Los llevo como una insignia de honor”. Romney se encogió de hombros de forma similar ante los insultos de Trump, diciendo: “Tengo los hombros anchos”.
En última instancia, los ataques de Trump solo han servido para poner de relieve una estrategia que le funcionó cuando fue elegido en 2020, pero que puede no ser tan eficaz en este momento cuando se dirige contra las autoridades judiciales en un país donde estás gozan de tanto prestigio.
Entendía que estas reacciones solo se daban en América Latina, donde la política es cada vez más frustrante y los niveles educativos, académicos y culturales son considerablemente inferiores a los de los países del primer mundo.
Se debe poner mucha atención a este tipo de plataformas digitales que se pasan todo el día montando relatos únicos o narrativas engañosas solo para promover anti valores y tratar de incidir en las voluntades populares que al final únicamente laceran la democracia participativa. Así como la actual administración del presidente Biden decidió regular la inteligencia artificial (muy correcto por esta administración), se debe ir pensando en regular las plataformas que se dedican a este accionar dañoso, que hoy día cuenta con la licencia perversa de la muy socorrida frase llamada, “libertad de opinión”.