“La historia tendrá que tomar nota de que la tragedia mayor de esta época de cambio social no fue el clamor estridente de la gente mala sino el silencio terrible de la gente buena”

Martin Luther King 

 

Hecho No. 1: El pasado lunes 18 de septiembre, durante la visita del presidente Abinader al Foro de Líderes Mundiales de la Universidad de Columbia en la ciudad de Nueva York, la estudiante Lizzie George Griffin agotó un turno para preguntarle cuáles son las medidas que está tomando la República Dominicana para combatir la homofobia (discriminación a las personas homosexuales), la transfobia (discriminación a las personas trans) y el colorismo (jerarquización de la gente en base al color de la piel). El presidente contestó que en el país no tenemos un problema de racismo porque el 85% de la población es mezclada. La estudiante insistió varias veces a lo que el presidente le contestó también en varias oportunidades que ésa era su opinión y destacó la solidaridad de RD con la población haitiana. A continuación la joven se retiró sin esperar el resto de la respuesta. 

Hecho No. 2: El pasado sábado 23 de septiembre se cumplieron 10 años de la sentencia 0168-13 del Tribunal Constitucional estableciendo que las personas que habían obtenido la ciudadanía dominicana desde el 1929 hasta el 2010 por el hecho de haber nacido en territorio dominicano (aunque sus padres y madres no fueran ciudadanos dominicanos) dejaban de tener derecho a la misma. Esta sentencia se basó en la Constitución del 2010 que cambió la forma de obtener la ciudadanía al pasar en la práctica del principio de jus solis (la ciudadanía se obtenía por el hecho de haber nacido en el suelo o territorio como sigue pasando en EEUU) al de jus sanguinis (la ciudadanía se da no por dónde se nace sino por la conexión por la sangre, o sea, por ser descendiente de personas del país). 

El primer hecho, el intercambio entre la estudiante y el presidente, tuvo una gran cobertura en los medios dominicanos y en las redes sociales. De ahí se pasó casi de inmediato, como me imagino que también han visto, a los insultos y amenazas a la joven como lamentablemente se ha hecho costumbre ante quien sea que trate de recordarnos que sí tenemos racismo y anti-haitianismo en nuestra querida República Dominicana (como existe, por cierto, en todos los países del mundo). Tanto es así que hubo gente que hasta llegó a publicar los datos personales, la orientación sexual y la dirección de la joven (una práctica de intimidación llamada “doxing” en inglés) para que sea más fácil ubicarla e incluso agredirla físicamente.  

El segundo hecho, el décimo aniversario de la Sentencia 168-13, no parece generar el mismo interés. Las personas afectadas y múltiples grupos aliados han realizado varias actividades incluyendo una rueda de prensa de Reconoci.do que tuvo lugar antes de ayer. Pero la cobertura ha sido, por lo menos hasta ahora, limitada en comparación con que pasó en Nueva York. Sin embargo, como ha explicado muchas veces la gente experta en estos temas, con esa sentencia violamos uno de los principios fundamentales del ámbito jurídico: la no retroactividad de las leyes. O sea, las decisiones constitucionales y legales se aplican a partir de la fecha en que se toman y no se usan para cambiar lo ocurrido antes de su promulgación como hace esa sentencia con las generaciones y generaciones de personas que nacieron aquí en esas ocho décadas incluyendo gente que nunca ha salido de RD.  

Ambos hechos tienen que ver con la forma en que vemos (o mejor dicho, no queremos ver) el tema racial en nuestro país. En RD, como en el resto de Latinoamérica, vivimos diferentes versiones de lo que en las ciencias sociales llamamos “el mito de la democracia racial”. O sea, la idea equivocada de que en América Latina no tenemos racismo porque somos una mezcla de diferentes razas: la indígena, la blanca europea y la negra africana. Fíjense que ése fue el argumento principal utilizado por el presidente Abinader en su respuesta como si no supiera de las deportaciones masivas de personas que ha llevado a cabo su gobierno. Deportaciones que supuestamente tienen por objetivo remover a las personas indocumentadas pero que realmente se enfocan en las personas negras (el Departamento de Estado de EEUU incluso recomendó a sus nacionales de piel oscura no viajar a RD) mientras dejan tranquilos a las y los turistas blancos que se quedan en Cabarete o Las Terrenas sin ningún tipo de documentación.

En estos días justamente estoy conversando con mis estudiantes sobre la desigualdad racial en una clase nueva que estoy dando sobre América Latina. Y les explicaba que en eso Latinoamérica y EEUU tienen problemas opuestos. En nuestra región nos es muy difícil hablar de nuestro racismo. Mientras que en EEUU se habla con frecuencia del tema pero no de la desigualdad entre clases sociales (de hecho, la mayoría cree que es clase media), un tema que vemos más (aunque tampoco hemos resuelto) en Latinoamérica. Por ejemplo, el sociólogo estadounidense Howard Winant destaca estas diferencias en su libro The World is a Ghetto (El Mundo es un Ghetto) con los casos de Estados Unidos, Suráfrica y Brasil. 

Pero en nuestro caso, además de la ceguera que representa el mito de la democracia racial, como sociedad nos hemos dejado envenenar por el mito del Haití como enemigo que por décadas se ha cultivado en el sistema educativo dominicano. Por eso, aunque la migración haitiana a nuestro país y la comunidad dominicana de ascendencia haitiana son realidades diferentes, el maltrato histórico a ambos grupos se alimenta de la forma distorsionada en que enseñamos la historia. Como decía en una columna anterior, por ejemplo, vivimos recordando los 22 años de invasión de Haití para justificar el maltrato a sus nacionales y a sus descendientes. Pero vemos a España como nuestra querida “madre patria” a pesar de que ocupó nuestro territorio por muchísimo más tiempo: más de 3 siglos.  

Usamos la misma doble moral en nuestras reacciones con la diáspora de ambas naciones. Cuando nuestra gente tiene éxito en Estados Unidos, en España o en otros lugares, en RD celebramos esas hazañas sin prestar atención al hecho de que también son ciudadanos de los países en que viven. Como me decía con sorpresa una colega en una universidad vecina, incluso las hijas e hijos de dominicanos en EEUU se definen como “dominicanos” sin más; no como “domínico estadounidenses” (“Dominican American”) como hacen otras comunidades inmigrantes. Sin embargo, cuando hacen lo mismo las personas dominicanas hijas de haitianos en RD, por ejemplo representando al país en competencias deportivas internacionales, nos inventamos todo tipo de pretextos para decir que no son dominicanos. Y peor aún, hay gente que les insulta y les amenaza como ahora hacen con la estudiante de Columbia.   

Pero la situación es todavía peor para las personas dominicanas de ascendencia haitiana afectadas por la sentencia que ni siquiera pueden aportar al país estudiando, trabajando, usando su creatividad y sus talentos porque les hemos dejado en un limbo legal eterno. Más de 200,000 personas que desde que nacieron solo han vivido en la República Dominicana siguen congeladas en el tiempo y condenadas a la pobreza mientras el resto nos hacemos los chivos locos y miramos hacia otra parte. Mi gente, le hemos hecho a estos miles de ciudadanos y ciudadanas nuestras lo mismo que Trump quería y no pudo hacerle a nuestra gente y otras comunidades inmigrantes en EEUU: dejar sin su ciudadanía a la gente que la ha obtenido por naturalización pero que desde su punto de vista no son estadounidenses y también eliminar la ciudadanía por nacimiento.  

Esta ceguera colectiva y los discursos de odio que la refuerzan nos impiden ver de manera calmada los hechos. El primero es que Haití y República Dominicana no van a dejar de compartir la isla y de ser países vecinos. El hecho de que, por más que le pidamos a la comunidad internacional intervenir en Haití (¿se imaginan cómo reaccionaríamos si otro país tuviera la cachaza de pedir que intervengan a República Dominicana?) la relación con Haití será siempre una prioridad mayor para RD. Otro hecho clarísimo es que Haití, lo hemos dicho ya varias personas, no es solo un problema sino una gran oportunidad. Es nuestro segundo mercado de exportación después de EEUU y hay sectores completos como la construcción, el comercio y la agricultura que no pueden funcionar sin la mano de obra haitiana porque la dominicana hace mucho que casi no incursiona en esos trabajos. 

Mi colega Rosario Espinal ha advertido varias veces en este mismo diario el peligro que representa seguir jugando con fuego al utilizar el sentimiento anti-haitiano con fines electorales. A veces creo que este es uno de los temas en que preferimos seguirnos comportando como un adolescente temperamental. Queremos tomar decisiones unilaterales como cerrar la frontera o usar el río Masacre (hay varias tomas del lado dominicano) sin querer que lo usen también nuestros vecinos. También queremos echarle la culpa de todos nuestros problemas al hermano con el que compartimos nuestra habitación, o sea, esta nuestra isla Hispaniola, en vez de buscar las causas reales para poder solucionarlos. 

Y en vez de aprender a crear una relación sana y adulta con ese hermano (migración regulada, medidas humanitarias, comercio beneficioso para ambos lados, etc.) nuestros líderes siguen gritándoles a papá y a mamá (EEUU, Canadá, Francia y otras potencias) para que intervengan y lo pongan en su sitio. Queremos los beneficios de tener aquí la mano de obra barata que representa la migración haitiana pero sin que tengan derechos, como seres humanos que son, a la educación, la salud y las demás cosas que sí queremos para nuestra gente aquí y en el extranjero. Es cierto que nuestros recursos, como los de cualquier país, tienen límites. Pero Haití no se va a mover a ninguna parte. Nuestras y nuestros compatriotas de origen haitiano tampoco. Si realmente queremos encontrar soluciones duraderas entonces, como decía la historiadora Quisqueya Lora a propósito del intercambio entre la joven y el presidente, necesitamos dejar de fijarnos tanto en la forma y concentrarnos en el fondo.