Las políticas educativas de la República Dominicana, sus normativas y reglamentaciones, toman en cuenta aspectos que están vinculados a la persona del docente. Cabe destacar la diversidad de derechos y de responsabilidades que contempla la Ley General de Educación 66-97, que está en proceso de revisión. Esto se puede observar, también, en el Estatuto Docente y en los lineamientos éticos que orientan la vida de los centros educativos. El Pacto Nacional para la Reforma Educativa también aporta referentes que, directa o indirectamente, inciden en la persona del docente. Entonces, los lectores de este artículo podrían decir que no hace falta una atención mayor a la persona del docente.
Pero, el incremento de la violencia escolar, la detección de violaciones sexuales reiteradas de estudiantes, las tensiones en las relaciones estudiantes-docentes y entre estos y familias, indican que no basta la preocupación e inversión en la formación técnica. Se evidencian fracturas en la persona del docente, muchas de ellas causadas por la falta de una formación integral; y por carecer de habilidades personales para la autogestión de sus propios actos. Por carecer, además, de una adecuada atención, que no sólo priorice sus desempeños como técnicos, sino como ha de hacerlo un ser humano.
Estamos frente a una necesidad que demanda atención prioritaria, para garantizar eficiencia y armonía en el sistema educativo dominicano y, especialmente, en las aulas. En la medida en que avanza el tiempo, las aulas dominicanas se convierten en hogueras y los centros educativos pasan a ser lugares inseguros y temidos. Por ello, la necesidad que se plantea no tiene espera; están en juego, los aprendizajes de los estudiantes y su estabilidad. Asimismo, constituyen focos de atención los sentimientos y las emociones de los docentes, su salud mental y su participación social. Es tiempo de romper una visibilidad docente vinculada, generalmente, a huelgas y a conflictos éticos.
Las políticas educativas que deseen prestarle mayor atención a la persona del docente han de establecer mecanismos educativos y de gestión que permitan diferenciarlo de un objeto de la administración, del sindicato de profesores y del liderazgo de los centros educativos cooptados por las tendencias de los partidos políticos y del sindicato magisterial. Lo primero que se ha de trabajar en el docente como persona es la capacidad de pensar por sí mismo. Que adquiera pensamiento propio y reconozca sus propias capacidades. Los objetos y los animales no piensan. La persona humana, sí. Trabajar en este sentido es un esfuerzo de humanización loable. Este trabajo debe hacerse desde el Nivel Inicial.
Este trabajo ha de hacerse, también, desde los centros de formación docente. Si realizan un trabajo en esta dirección, deben profundizarlo. Los indicadores de esta necesidad están a la vista en los centros educativos y en las aulas; de igual modo, en los medios de comunicación y en las redes sociales. Aún más, están vivos en educadores del sector público y del sector privado. Por esto urgimos a volver a pensar lo que llamamos formación docente integral y, también, el acompañamiento integral de los docentes. De integralidad no encontramos rastros; la dimensión humana no cuenta, se da por sentado que el docente es una máquina perfecta, en la que el desequilibrio no cuenta.
Lejos de mi como educadora está infantilizar al docente; lejos, además, pretender convertir al Ministerio de Educación de la República Dominicana en un ente protector. No. Lo que interesa es que la persona del docente reciba atención plena para que contribuya al equilibrio esperado en las aulas y en el centro educativo. Por ello, este Ministerio ha de revisar cuáles son las políticas educativas que salvaguardan la salud mental de los docentes, cuáles son las políticas que impulsan su participación social, para que vincule el centro educativo con la realidad socioeducativa y político-económica del país. Es necesario romper el énfasis técnico como exclusivo. Se ha de abrir la concepción y visión sobre la incidencia de la persona del docente en procesos y resultados educativos eficientes.
Si la persona del docente contara para algo, la preocupación debería ser qué sabe, qué aprende y, unido a esto, qué siente, qué vive, qué sufre. Sencillamente, el docente ha de convertirse en un ser humano, con el apoyo de políticas educativas específicas y evaluables. Estas políticas deben aterrizar en la práctica y romper la hegemonía discursiva. En todo momento han de interesar las variables determinantes de un docente deficiente y con práctica ética reducida. Asimismo, ha de interesar el comportamiento y la producción de un docente marioneta con salud mental precaria.
La persona del docente impele a repensar la integralidad de la formación y a establecer políticas y estrategias comprometidas con la humanización de los docentes como actores claves del desarrollo educativo y del avance de la sociedad dominicana.