En la tarde-noche del viernes 18 de diciembre de 2020, en mi auto viajé desde el municipio norestano San Francisco de Macorís hasta la capital, en el sur. Un recorrido de 134 kilómetros (83 millas) por las carreteras Presidente Antonio Guzmán Fernández y Juan Pablo Duarte que, como siempre, percibí interminable.

Para este tiempo, oscurece temprano y el desplazamiento es más difícil. Y si llueve, el infierno es peor porque el asfalto absorbe las luces delanteras de los vehículos. Nada se ve.   

Hoyos por todas partes. La escasa señalización no reflecta. No se distingue entre la zanja y la vía. A partir del peaje, el muro New Jersey es un peligro público. Está mugriento. Por falta de pintura y el golpe de luces de los vehículos conducidos por chóferes imprudentes en dirección sur- norte, resulta invisible.

El desastre se agrava con el mar de chóferes irresponsables que circulan a cualquier hora de cada día. Parecen psicópatas predispuestos a usar sus artefactos sobre ruedas para matar a otros humanos.

Ninguna regla cumplen. Las normas vigentes son las de ellos. Es su selva: vehículos pesados todo el tiempo en el carril izquierdo; velocidades de hasta 200 kilómetros por hora pese al límite de 80; uso de barras led para estallar los ojos de los conductores; defensas de hierro extras para chocar y destruir a los otros; camiones, camionetas y  furgones articulados sobrecargados y como bólidos; autobuses atestados de pasajeros, zigzagueando y hasta echando carreras; motociclistas en vía contraria sin la mínima prudencia, haciendo peripecias y compitiendo; cruces y retornos a granel y sin controles… Y como si eso fuera “chin”, la delincuencia callejera al acecho 24/7.

El instinto asesino predomina en aquella jungla. Es la constante. Uno suspira hondo cuando llega a salvo al destino.

La autoridad, sin embargo, siempre le ha dado de lado a ese drama que tantas muertes y heridas provoca cada año. La vigilancia es cero.

Por suerte, brigadas de instituciones gubernamentales trabajan en la iluminación y pavimentación de aquellas importantes vías. Avanzan a buen ritmo.

En el caso de la colocación de lámparas con luces de mercurio, parece que llegarán hasta el mismo Santo Domingo.

No conozco precedentes de un proyecto así. Aplausos. Ojalá lo extiendan a la carretera Pedernales-Barahona, ahora que tanto se habla de desarrollo turístico.

Pero eso es insuficiente. Por más grande que sea la inversión en infraestructura, no bajará la alta tasa de mortalidad por siniestros de tránsito (41.7 por cada 100,000 habitantes en 2014), si tal esfuerzo no es acompañado de controles policiales reales, estrictos y permanentes, día y noche, para detener en seco la plaga de desalmados responsable de tanta sangre en las carreteras.

Y, a la par, de una inversión sostenida –lo necesario-  para construir una cultura de prevención, no una fachada mediática.

Se requiere desaprender la violencia entronizada en las mentes de mucha gente, para edificar un ser humano amante de la vida y respetuoso de los demás.

El desafío es grande y de largo aliento. No acepta improvisación.

El gobierno actual debe de acometer sin dilación esa tarea. La deuda de desatención acumulada ya es insufrible.