El año 2024 es un período muy importante para los dominicanos. Es la época en la que se habrá de elegir los representantes municipales, congresuales y presidencial. Un ciudadano comprometido con el desarrollo del país y, particularmente, con un cambio cualitativo en las condiciones de vida de las personas, debe estar atento. No puede dejar a un lado lo que ocurre en la campaña electoral actual. El ciudadano podrá tener argumentos de más para ser indiferente, pero el tipo de campaña que se hace requiere una implicación responsable que genere cambios en la forma de hacer política.
El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española indica que el término huero significa vano, vacío, sin sustancia. Son tres palabras para pensar. Indican que no hay nada, todo está en el aire. Por tal motivo, las palabras, los gestos, las consignas y las acciones penden del soplo de los vientos. Esta realidad se produce en pleno Siglo XXI. Este es un tiempo que exige un paso más y diferente en la campaña electoral dominicana. Continuar con una práctica electoral vacía constituye un engaño para los propios políticos y para la sociedad. Ser cómplice de un engaño es inadmisible. En este tenor, la sociedad debe ponerle fin a este derroche de acciones insustanciales.
Los indicadores fehacientes de que la campaña electoral del momento es vana son la cantidad de promesas sin estudios ni planeación; asimismo, la utilización de consignas y símbolos que con facilidad comprometen los sentimientos y las emociones de los prosélitos. Otra evidencia significativa es el terror que se le tiene a los debates de los problemas centrales de la nación. Es más fácil la arenga que envilece y propone como realidad aquello que en sí es un vacío sin ejes que lo puedan convertir en hechos concretos, sustentables y medibles. La mentira política no puede continuar mareando a la población y provocando despilfarro económico y de tiempo.
Pero, lo más urgente es el cambio de mentalidad de los políticos. Los menos formados, y hasta los de estudios y experiencias cualificadas, creen que el dominicano es un conjunto vacío. Por esto no se esfuerzan en transformar la cultura demagógica que exhiben.
Es preciso darle un vuelco a esta situación. Los candidatos deben, por coherencia, hacer un esfuerzo mayor y cuidar su formación política. A estas alturas, requieren una participación en la contienda electoral con criterios, perspectivas y propuestas claras y sólidas. En esta misma dirección ha de prepararse la ciudadanía. Sólo así dejará de ser un mero instrumento de los partidos políticos y de los líderes que los representan. La formación de la conciencia crítica continúa siendo una prioridad en esta sociedad. Pedro Poveda, Paulo Freire y Mamá Tingó nos urgen a prestarle mayor atención a la formación del pensamiento crítico; y al diseño y ejecución de propuestas transformadoras.
Las universidades, los Institutos de Educación Superior y las Organizaciones de la sociedad civil han de establecer alianzas. Les corresponde ofrecer aportaciones teórico-prácticas actualizadas sobre sentido, prioridades y modalidades de campañas electorales en un contexto como el de esta nación. Estos aportes han de suscitar cambios en el modo de hacer campaña electoral en la República Dominicana. Pero, lo más urgente es el cambio de mentalidad de los políticos. Los menos formados, y hasta los de estudios y experiencias cualificadas, creen que el dominicano es un conjunto vacío. Por esto no se esfuerzan en transformar la cultura demagógica que exhiben.
Los candidatos están obligados a presentar el programa que proponen y defienden verbalmente. No tienen derecho a mentir de forma abierta y sistemática. El pueblo tiene que conocer cuál es el programa, cuáles son sus propuestas, qué nivel de congruencia existe entre lo que plantea el programa y las necesidades sentidas y priorizadas por la sociedad. La gente tiene que saber con qué van a ejecutar lo que proponen. Además, debe tener claro cuál va a ser su participación en la identificación y solución de los problemas de su comunidad, del país.
Los representantes de los partidos no deben obstaculizar la participación consciente de los ciudadanos. No deben utilizar ni la soberbia ni la ignorancia para huirle a una campaña electoral transparente y con significado. Esto requiere de ellos concepciones diferentes sobre la persona, la política y la campaña electoral. Hemos de avanzar, demandando su alfabetización política, que mejoren sustantivamente su formación. A la minoría que posee formación en el campo de la ciencia política, sencillamente, hemos de solicitarles más responsabilidad y autenticidad. Trabajemos por una campaña electoral formativa, honesta y coherente con las necesidades e intereses de la sociedad.