La República Dominicana históricamente ha tenido que padecer las embestidas de las prácticas corruptas de gobernantes, políticos, empresarios, representantes de iglesias y de los ciudadanos que no le encuentran sentido al comportamiento ético. Con este planteamiento no afirmamos que el pueblo dominicano es corrupto. No. Es un país que cuenta con personas con una honestidad probada y un alto sentido del bien común. Pero, unido a esto, se ha de reconocer que se ha ampliado la cultura individualista y de acumulación para obtener provecho propio. Se ha fortalecido la lógica de recabar bienes, prestigio y dinero, sin importar los medios utilizados para lograrlos. Producto de esta práctica, el desarrollo socioeconómico, educativo, político y cultural, no solo se ha ralentizado; se ha vuelto cada vez más  desigual y sin asomo de equidad.

 

Ahora, el trabajo es redoblar esfuerzos; definir estrategias y articular personas para avanzar hacia otra cultura en la que la corrupción tenga el mínimo espacio. Es una tarea difícil. En la vida cotidiana se han normalizado actuaciones que tienen una apariencia simple; sin embargo, forman parte de la telaraña de la corrupción. Estas pequeñas prácticas pasan desapercibidas en la familia, en los centros educativos, en las organizaciones sociales y políticas. De igual modo, se asumen con naturalidad en las instituciones académicas y empresariales. Puede resultar increíble, pero las instituciones eclesiales también, consciente o ingenuamente, se dejan impactar por el cáncer de la corrupción.

 

Amplios sectores de la sociedad dominicana tienen la certeza de que es posible avanzar hacia una cultura que posibilite un desarrollo integral, en el que la corrupción,  si no está totalmente erradicada, esté significativamente disminuida. El trabajo del Ministerio Público del país aporta referentes teóricos y prácticos que estimulan una vida, un ejercicio ciudadano y profesional comprometido con principios y valores anticorrupción. Es importante acoger las lecciones que derivan de la experiencia que vive el Ministerio indicado. Ha de ser una acogida que genere cambio en el pensamiento y en la práctica. Son múltiples los indicadores que motivan a pensar en el bienestar del país y de las colectividades.

 

Se ha de subrayar el no a la corrupción desde una postura comprometida con la transparencia y la honradez. Estos valores han de tener atención prioritaria en todos los espacios de la vida nacional. Por ello los diferentes ministerios han de sanear los procesos  y las acciones que actualmente desarrollan. Hoy más que nunca es necesario concederles validez a las instancias de veedurías en las instituciones y en los movimientos sociales, para que impulsen una acción anticipadora, capaz de prever y controlar a tiempo decisiones y prácticas revestidas de corrupción. Plantearse el No a las acciones corruptas implica, a su vez, un trabajo activo a favor de la verdad y del respeto a todo aquello que de forma legítima pertenece a otro. La Semana Santa es una oportunidad valiosa para discernir y buscar el bien de todos, como también para recuperar energía y decirle No a la agresión humana y social provocada por la corrupción.