Como bien político y social, la educación debe ser preservada de intereses particulares, sean estos personales o corporativos.
Su función sagrada, la de formar a los ciudadanos y ciudadanas del mañana que permitan la continuidad de la memoria histórica y el futuro mismo de la nación, que desarrolle en dichas personas las competencias y habilidades necesarias para preservar la vida en todas sus manifestaciones, que construya los hombres y mujeres que con su accionar transformarán la realidad en sus ámbitos económico, cultural y político, haciendo posible una sociedad centrada en la justicia y la inclusión, en el bienestar social y la felicidad de todos, en la participación social plena como forma de vida democrática, en el trabajo digno que transforma la realidad, en fin, una educación que nos haga seres humanos, en toda la extensión de ese concepto, para la vida plena, debe ser preservada de lo coyuntural y, por supuesto, aún más, de las circunstancias particulares de un período de gobierno.
Una educación pensada y construida en ese sentido, traspasaría toda aspiración coyuntural y, por supuesto, la preservaría de una cultura política cortoplacista y cleptocrática, que la toma como forma de promover el oportunismo, el patrimonialismo y el nepotismo, que tanto daño hace y ha hecho a nuestros pueblos latinoamericanos y a nuestro propio país.
No es posible que un bien tan importante y estratégico para el desarrollo económico y social del país se vea envuelto, como se ha visto en múltiples ocasiones, en las nimiedades de personas y grupos cuyas aspiraciones solo rondan en las orillas del individualismo personal o corporativo infértil. En ocasiones, rebajando la figura del maestro a un mero seguidor de causas particulares y circunstanciales, echando a un lado su esencia como profesional de la enseñanza.
El pueblo dominicano, a lo largo de su historia, ha librado grandes luchas y ha derramado mucha sangre de sus hijos e hijas, por alcanzar una sociedad distinta en que impere el bien común y la libertad. En esa perspectiva, la educación y la escuela debe ser preservada, como garantía de esa aspiración histórica y social, pues la educación debe ser capaz de prefigurar la sociedad que anhelamos, que soñamos y aspiramos, y no solo el instrumento de “cohesión social”, como se afirma en algún documento institucional del momento presente.
Los sueños anhelados por muchos, desde hace ya algo más de 30 años, cobra hoy mayor importancia, interés y sentido, cuando a pesar de todos los esfuerzos de reformas, de pactos por la educación, de la disposición de una suma extraordinaria de recursos económicos por la vía del presupuesto e incluso de los préstamos, los obstáculos políticos partidarios, entre otros factores, no han hecho posible alcanzar las expectativas enunciadas y aspiradas desde entonces: que nuestros niños, niñas y adolescentes, sobre todo los más pobres, tengan la oportunidad de desarrollar sus competencias y habilidades, sus aspiraciones y sueños, alcanzando altos logros de aprendizaje, y de esa manera, enfrentar los retos que les plantea un mundo en continuo cambio y transformación.
La educación es un bien público, al servicio del bien común, para crear las bases fundamentales emocionales, espirituales, actitudinales y racionales, para la construcción de una sociedad de todos y para todos. La política educativa, como bien señala Jurgo Torres, no puede ser comprendida de manera aislada, descontextualizada del marco socio-histórico concreto en el que cobra auténtico significado. Por ello, en el momento en que vive hoy toda la humanidad, atrapada en un modelo económico que solo sustenta el lucro de unos pocos y la miseria de muchos, cobra mayor sentido lo dicho por el maestro de maestros Paulo Freire: “La educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo”.
Al igual que el maestro y genio dominicano Osvaldo García de la Concha*, y por supuesto, sin pretender de ninguna manera colocarme a su altura intelectual, y que en su libro “La Cósmica”[1] le brindó la posibilidad al otro genio de la física judío-alemán Albert Einstein la base fundamental de su teoría de la relatividad, hay que seguir planteando y quizás exigiendo, como lo hizo él ante el presidente Horacio Vázquez a mediados de los años 20 de los 1900, el que a la educación y la escuela se le preserve su autonomía. Por supuesto, como era de esperarse, no solo fue despedido de su cargo como director y maestro de la Escuela Normal, sino que murió en la miseria y el ostracismo.
¿Seguiremos repitiendo y reproduciendo constantemente esa cultura política sin visión de futuro, atrapada en el inmediatismo coyuntural o algún día asumiremos el sueño duartiano plasmado en el óleo de Luis Desangles (1982) “El sueño de Duarte”?
*Nota para una próxima entrega: Osvaldo García de la Concha quien solo ha merecido por nuestra parte el nombre de una calle en el Barrio de Villa Juana y un edificio en el Instituto Tecnológico de Santo Domingo, conocido como el Edificio GC, y posiblemente, una tarja en su casa que vivió junto a su esposa y sus cuatro hijos en el barrio de San Miguel, fue un autodidacta que se mantuvo retirado de la escuela hasta los 24 años, y que por su extraordinaria inteligencia a los cinco años de su ingreso obtuvo el título de bachiller. Llegando a ser maestro normal y siete meses después, licenciado en matemáticas de la Universidad Nacional de Santo Domingo. Su genialidad singular quedó plasmada de manera evidentísima en el Prólogo de su obra La Cósmica, escrito por Andrés Avelino en el 1931 expresando lo siguiente:
“Dos meses después de la muerte de Osvaldo García de la Concha, en un cablegrama a Mount Wilson, decíamos a Alberto Einstein: El profesor García de la Concha ha resuelto, en su obra La Cósmica, la unidad funcional del espacio cuando demuestra que la gravedad, la luz y el electromagnetismo no son más que diversas manifestaciones del espacio que varía en función del tiempo que lo expresa y lo contiene. Días después, un amigo enviaba de París un recorte en el cual el sabio alemán anunciaba que iba a Pasadena a cerciorarse “si, en realidad, la luz, la gravedad y el electromagnetismo no son más que las distintas manifestaciones de una misma cosa”.
He ahí la epopeya de la relatividad en América”.
Osvaldo García de la Concha un maestro dominicano a quien la educación dominicana solo ha proporcionado el olvido.
[1] García de la Concha, O. (1932). La Cósmica. Nueva teoría de la relatividad formal e intrínseca, fundada en el origen espiritual de la materia o en el tiempo como el factor cósmico por excelencia. Madrid.