Al parecer, el abordaje somero y superficial sobre las bases del racismo en nuestro país, hablando sobre África, su historia y la relación que guarda con la nuestra, no surtirá los efectos de llamada a la reflexión que se promueve desde los inicios de este intento de poner sobre la mesa, este espinoso, pero importante tema. Y es que no queremos entender que andamos desasistidos, a la carrera, como alma que lleva el diablo, como caballo desbocado, no entendemos razones ni nos detenemos a escucharnos, a escucharles, a escuchar. Como consecuencia de ello, las muertes por dengue y su propagación, los asaltos arrastrando mujeres para arrebatarles sus carteras, violencia de género y muertes de mujeres a manos de sus parejas o exparejas acompañados de consiguientes suicidios, la mal llamada “inseguridad ciudadana” para disfrazar la falta de atención a las necesidades básicas de la población mayoritaria y medalaganariamente excluida, el asesinato de niñas y jóvenes con balas perdidas en asaltos que solo consiguen atestar más aun, de juventud que pudiera valer para otras muchas cosas, la tristemente célebre cárcel de La Victoria, por solo mencionar esta tumba de humanos vivos.

Y es que los puntos de la atención de las instituciones del Estado no están poniéndose donde deben, las causas de los problemas, sino sobre las consecuencias, aportando, para colmo, más condimento, a la profundización de las primeras, sin tener los medios de contención de las segundas. Ni siquiera detenerse a poner atención, ni mirar a ellos. Pero con todo este desbarajuste estructural, lo que importa ahora, lo que se debe resolver y la mayor y más importante preocupación es salir ganancioso de la contienda electorera que se avecina. Porque es solo de eso que se habla, es solo sobre eso que se discute, es ahora lo único que preocupa, y lo más importante.

Se asemeja a los árboles del bosque en que Darío Maestripieri, llevó a cabo sus primeras investigaciones para el análisis de la conducta de la competencia intraespecífica en unos primitos muy cercanos que tenemos, los monos Rhesus, https://humdev.uchicago.edu/directory/Dario-Maestripieri, para demostrar cómo y qué tanto nos parecemos y actuamos igualito idéntico a ellos. De manera que es muy divertido imaginarnos como estamos últimamente brincando entre ramas y copas de árboles, vigilando quién, y cómo se descuida para, ñaauuu, entrarles a dentelladas a algún frutito apenas le veamos cuajar en la mata, esto es, en el presupuesto.

Y es que efectivamente no hemos evolucionado, ni como bestias, ni como organización social. Favor de preguntar a Darío, en consultas a sus trabajos, si en verdad es que no lo somos, no somos bestias y nos comportamos tal cual lo hacen ellas, las que no tienen capacidad para “racionalizar”. Pero nosotros, ¿sí? ¿Acaso es lo que creemos? Pero y por qué entonces la rebatiña? ¿Por qué entonces éstos sí, y aquéllos no, por qué entonces para mí sí, y para ellos no? ¿Porque entonces no hacemos las tareas que tenemos pendientes desde hace más de 100 años, como la revisión de los estamentos jurídicos que rigen y norman el comportamiento social y la observancia del respeto al derecho de todos, de cada uno, y el de los demás, sin perjuicio del propio? El Código Civil, por ejemplo. O los Códigos de la Jurisdicción Inmobiliaria, que tanto se ha prestado para esa mencionada rebatiña, especialmente de la forma más burda y feroz, robando el recurso tierras a trocha y mocha. ¿Y por qué entonces nos dedicamos desde las instituciones y a través de mecanismos fraudulentos, a hacer las trampas más burdas que jamás podrían imaginarse para extraer beneficios personales de nuestro ejercicio público, prácticas que enrojecerían de vergüenza al más ecuánime si se le requiriera? Ya ven que sí, ¿nos ha vencido la animalidad frente al atisbo de racionalidad que creímos una vez nos diferenciaba?

Es que no es necesario inventar el agua tibia. Los conjuntos de leyes que rigen nuestra sociedad datan de hace dos siglos, y las que más cercanas están de nuestro tiempo tienen un retraso de más de medio siglo, 60, 70 años, cuando la población apenas alcanzaba 3 millones 700 mil personas. Los procedimientos y el funcionamiento social no era el mismo, la descomposición de los valores morales que hemos sufrido, el valor de la palabra empeñada y la dignidad de las personas, se ha vuelto una vulgar mercancía lista para ser engullida por el más hambriento de los megalómanos, cuyo despunte promueven sin cesar desde las copas más altas de los árboles de esta selva que suponemos sociedad, los que han demostrado ser más hambrientos, más angurriosos, más ambiciosos, más inescrupulosos. Pero para excusarlos, o justificarlos, a eso le llaman complejidad social.

El 20 de mayo despuntará el sol como cada día lo hace, y entonces tal vez nos encontremos con que nada en realidad va a haber cambiado, que las tareas pendientes seguirán pendientes. El reto está en poder aportar para ver un verdadero avance, una verdadera evolución, que cada vez más personas se unifiquen en el objetivo de conseguir que cambiemos el árbol de la selva, por el espacio social de respeto y valoración del derecho de cada uno, tomando en cuenta lo que cada uno puede aportar desde su lugar para que ya no haya más asaltantes en las calles, para que nos alcance el salario que cubra nuestras necesidades básicas, para que nuestra salud, educación y calidad de vida sea cada vez mejor, y no haya que arrancarla a dentelladas. Hagamos que suceda.