El país se ha visto conmovido por los acontecimientos de los últimos días, muchos dominicanos han perdido la vida y muchos otros han perdido sus bienes; nos referimos a las consecuencias ocasionadas por las intensas lluvias que azotaron al país el pasado sábado 18 de noviembre.

Deberíamos observar que, en noviembre 4 del año pasado, de igual manera, fuertes lluvias afectaron la vida normal a gran parte de la ciudad, con trágicas muertes incluidas, ¿seguirá siendo éste un patrón de comportamiento producto del cambio climático? Me declaro ignorante de esos temas, por lo que la respuesta a esa pregunta se las dejo a los especialistas en esa materia. Solo he de señalar que la de esta ocasión ha tenido repercusiones mucho más amplías en términos del territorio, como también de la intensidad y cantidad de las lluvias y, por supuesto, de pérdida de vidas humanas y destrucción de estructuras físicas; y una vez más, como consecuencia de la cultura de arrojar la basura y plásticos en calles y cañadas, en gran medida por un bajo nivel educativo y educación ciudadana, el drama se ha hecho más difícil.

Como ha sido característica de la cultura política, los funcionarios de turno lo primero que hacen es buscar culpables en la acera del frente, sobre todo cuando lo que los mueve en el fondo es el provecho político que se le puede sacar a dichos acontecimientos, a veces no reparando en el dolor de las personas y familias afectadas, que bien pudieran estar ubicadas en cualesquiera de las opciones políticas del patio o, sencillamente, no estar colocados en ninguna de ellas.

En el fondo es la manifestación de negarse a darle continuidad a las obras del gobierno anterior, pues la misma no acredita logros a su gestión, pero sobre todo la carencia de una visión de estado, cuyas instituciones son las que deben velar por el desarrollo de las políticas públicas. Efectivamente, ninguna obra pública de importancia puede ser emprendida y completada por un gobierno en particular, sin embargo, al final de cuentas, solo se trata de hacer aquello que le pueda dar ganancia de causa al partido que en un momento determinado tiene el control de la “cosa pública”.

Esta cultura de confundir las cuestiones de gobierno con la de estado, son en parte las responsables de las consecuencias que estas situaciones traen consigo. Ningún gobierno, como sería el actual, escapa a esta realidad. El actual gobierno tiene sus obras que viene ejecutando, pero con los mismos criterios de los anteriores. Estoy seguro de que, en algunos años por venir, o quizás no hay que esperar tanto tiempo, le serán inculcadas responsabilidades de falta de planificación, como incluso, hasta de corrupción administrativa.

En educación este continuo desconocimiento de que las políticas educativas son cuestiones de Estado nos tiene en la situación que todos conocemos: miles de millones de pesos invertidos y unos pobres resultados de logros de aprendizajes en nuestros estudiantes en todos los niveles, solo que los efectos de la tormenta “baja calidad de la inversión educativa” tiene repercusiones no solo a corto, sino sobre todo a mediano y largo plazo. Cada día tenemos más jóvenes frustrados que no terminan la educación o con muy pobre desarrollo de habilidades y competencias, aún terminándola. Ya hemos dicho antes haciendo uso de la palabra del propio Ministerio de Educación que el nivel de escolaridad real de nuestros estudiantes que terminan el nivel secundario completo es apenas de 6.5 años de escolaridad real. Dicho de manera más simple, que a pesar de completar doce o más años un estudiante que termina la secundaria apenas ha tenido una escolarización de real como la indicada: 6.5 años de clases efectivas. Quizás podríamos decir que los pocos logros de aprendizaje mostrados en las evaluaciones obedecen más bien a los esfuerzos propios de los estudiantes más que a la ejecución efectiva de las políticas. Los efectos de esta tormenta son los que explican gran parte de la delincuencia, así como el desorden generalizado en el tránsito de las principales ciudades, como de las carreteras que las empalman y otros problemas similares.

La diferencia fundamental de estos efectos es que lo viven principalmente los niños, niñas y jóvenes de los sectores más empobrecidos que, por lo general, no tienen dolientes. Son los que engrosan los más del 50% de los estudiantes que no terminan los estudios básicos (primaria y secundaria) en doce años y que luego tienen que “buscárselas” para poder sobrevivir. En un estudio realizado por EDUCA se habla no solo de jóvenes que ni estudian ni trabajan, sino, de jóvenes sin habilidades y competencias para la vida y el trabajo. Los niños, niñas y jóvenes de sectores medio alto y alto, por supuesto, no viven esa realidad, a ellos la vida les tiene otro destino.

Esa tormenta no es ocasional, es perenne y permanente, pero solo despierta las inquietudes sociales a través de la prensa y las redes sociales cuando son dados a conocer los resultados en los estudios y evaluaciones en los que se nos recuerda de nuevo los bajos logros alcanzados.

¿Qué importa si el plantel tiene varios años y aún no concluye su terminación y el inicio de las clases? ¿Qué importa si los libros de textos y el resto de los materiales didácticos no llegan a tiempo o cuando estos son requeridos efectivamente? ¿Qué importa si al plantel aún no le llega agua potable? ¿Qué importa incluso si los maestros están pobremente formados a pesar de que las universidades recibieron el pago por su formación a tiempo? ¿A quién le importa si el horario y el calendario escolar se cumple por la razón que sea? ¿Adónde han ido a parar los 4.5 billones de pesos “invertidos” desde el 2013? Complete usted esta larga lista de cuestiones ya conocidas.

Por supuesto que duelen las víctimas de los derrumbes y de las inundaciones, por supuesto que duelen las pérdidas de los bienes inmuebles y los enseres del hogar por las inundaciones, por supuesto que duelen las pérdidas de las siembras hechas y arrasadas por las aguas, por supuesto que duelen las comunidades que quedan incomunicadas por los puentes y carreteras destruidas por la crecida de los ríos, pero cuánto duelen los miles y miles de niños, niñas y jóvenes que no tienen esperanza de tener en su haber una buena educación que les permita afrontar los rigores de una vida moderna que cada vez es más exigente y complicada, y que requiere de mayores habilidades para vivir decentemente en ella, o solo sobrevivir. Al final a muchos de ellos solo les queda la esperanza de conseguir un trabajito de esos que no les da ninguna seguridad social y de salud, además de un pésimo salario y unas muy malas condiciones de trabajo; o quien sabe que otra opción les queda para sobrevivir.

Las carreteras, los puentes y elevados se repararán más o menos de inmediato generando, eso sí, notas de prensa y hasta anuncios que costarán millones de pesos, lo que no se reparará ni a corto, ni a mediano, ni a largo plazo es el escaso desarrollo y formación de los miles y miles de ciudadanos y ciudadanas dominicanas por no contar con una educación de calidad, que nunca será la obra de ningún gobierno en particular.

A estas alturas no sé si seguir preguntándome ¿quién o quiénes le pondrán el cascabel al gato?, pues parece que ya el gato no se atreve a salir de su escondite.