Después de dos años de la crisis generada por la pandemia de la COVID-19, el sector del turismo está realizando importantes esfuerzos de recuperación. Sin embargo, no son los problemas sanitarios los únicos que pueden afectar a este importante rubro de la economía mundial. Y para algunos países, en particular algunos de nuestra región, principal contribuidor al PIB. Hay veces que un solo hecho puede producir efectos cuyo plazo dura meses. La crisis en la aviación civil que siguió al 11 de septiembre no se superó, en términos de flujos de pasajeros, sino nueve meses después.

Esto es especialmente visible ahora en Europa. Hace unos meses, contra Bielorrusia, donde meses antes ya había habido el desvío de un avión de Ryanair y la detención de Roman Protasevich, la Unión Europea estableció unas sanciones por el problema de transportes de migrantes. Éstas afectaron unas líneas aéreas, pero en fin se trató de algo marginal y local. Nada respecto a los problemas que, desde hace tres semanas, pone la guerra que se está combatiendo en Ucrania. Por supuesto, son problemas de una gravedad que trasciende la de un particular sector económico. Pero las consecuencias secundarias en lo que a turismo se refiere son relevantes e importantes. Y esto en dos sectores, globalmente en el de las comunicaciones, con cierre de espacios aéreos, sanciones a aerolíneas, reducción y aumento de costo de la oferta, e individualmente en el de los turistas, o trabajadores u hombres de negocio, bloqueados, a veces a miles de kilómetros de distancia de su país, con dificultades para un regreso y problemas para pagar los costos de su permanencia, por limitaciones al acceso a formas de pago con las cuales contaban.

Y hay otros temas que afectan el turismo. En nuestro país se recordará la crisis de 2019. Su origen algunos casos de deceso en hoteles, que, amplificados por una campaña de prensa internacional, en los últimos meses de ese año, redujeron abruptamente, con porcentajes de dos dígitos, las tasas de ingreso de turistas al país.

Hay que estar preparados. Estos problemas no se pueden enfrentar con decisiones tomadas por unidades de crisis bajo la presión de los acontecimientos. Son temas que los especialistas han estudiado, analizando las alternativas, y evaluando su factibilidad, eficacia, efectos negativos colaterales.

Hace unos meses me llamó la atención, en un periódico on line de Estados Unidos, eturbonews (etn), con el cual ocasionalmente he colaborado en estos dos años, el anuncio de un libro cuyo título era muy llamativo: Tourism crises and Destination Recovery, publicado por la SAGE publ. Co.

Me interesó porque pensé que el tema podía volverse de alto turmequé, cuando la pandemia fuera superada. Aunque no estoy totalmente convencido de que así sea, ese momento ha llegado y creo que pueda ser útil compartir con mis lectores algunas reflexiones motivadas por la lectura de ese libro.

El autor, australiano, David Beirman, es profesor de la University of Technology de Sydney. Es un interesante, porque muy raro, caso de profesional, (veinte años de extraordinaria experiencia internacional como consultor privado de muchos gobiernos sobre estos temas), que se vuelve académico. Libros sobre este tema no son frecuentes. Un antecedente es un libro, de hace una quincena de años, de Joan Henderson, profesora de la Nanyang Technological University de Singapur. Sin embargo, no se crea que la motivación del libro de Beirman haya sido la “oportunidad” de la crisis de la COVID-19, aunque, como era de imaginar, se le da importancia, dedicándole un entero capítulo en adición a lo que ya estaba previsto publicar, desde antes de la crisis.

El libro está dirigido principalmente a dos públicos, los decisores políticos y los estudiantes universitarios. El análisis, en correspondencia a distintos riesgos de crisis, de números estudios de caso, es enriquecido, en algunos casos, por la experiencia directa del autor. Este análisis permite a los decisores políticos evaluar, con referencia a experiencias de casos concretos, la eficacia de las posibles medidas, y a los estudiantes adquirir competencias que les serán útiles en su futura profesión. Esto lleva a considerar un tercer público, potencialmente interesado, las autoridades académicas de universidades que ofrecen carreras de turismo. En esas carreras, el tema del estudio de las crisis debería ser básico. Y hay algunas universidades, multicampus, donde inclusive la oferta de carreras de turismo carreras puede caracterizar un Campus.

Muchos ejemplos se refieren al turismo asiático. Esto no debe sorprender, no solamente por las experiencias profesionales del autor, sino también cuando se considere el aumento exponencial del turismo asiático (y no solamente de China) en los últimos tiempos (prepandemia, de acuerdo).

Pensando en el caso dominicano, quisiera concluir esta nota con tres observaciones.

El autor dedica un capítulo del libro a las crisis ligadas a la seguridad, y esto sugiere una reflexión sobre lo que ocurrió hace tres años, para evaluar su eficacia. Es un estudio que debería hacerse, aunque una tal evaluación puede ser difícil ya que pocos meses después se superpuso la crisis de la pandemia.

Hay reflexiones interesantes de carácter general, como la comparación entre la rapidez de reacción de los países avanzados y en desarrollo a los actos de terrorismo. Afortunadamente es algo que no tenemos, pero el tema de la prontitud de la reacción no depende de la causa de la crisis.

Hay otro aspecto que, por mis intereses, me parece importante, aunque es solamente uno de los tratados. Estoy convencido de que debería interesar a los políticos la relación entre recuperación y políticas regionales, por ser los países vecinos al mismo tiempo potenciales socios en campañas regionales y competidores en la atracción del mercado. Sería interesante, pero está por fuera de esta nota, comparar las políticas puestas en marcha para sortear la crisis de la pandemia en nuestro país y en Jamaica, donde también se han logrado interesantes resultados.