El turismo sustentable que el Gobierno se ha propuesto desarrollar en breve en Pedernales sería impensable al margen de una solución integral al grave problema de la frontera abierta con Haití. Y uno de los pilares de esa salida sería una verja perimetral, como la anunciada el 27 de febrero por el presidente Luis Abinader en su primera rendición de cuentas a la Asamblea Nacional. La realidad la impone; obviarla resultaría catastrófico.

Esta provincia del sudoeste es la séptima más grande en superficie de la República Dominicana (2,080.5 kilómetros cuadrados), pero una de las más despobladas por la emigración progresiva que ha parido el desamparo gubernamental (52 mil habitantes, una densidad de 15 por kilómetro cuadrado). Dista a 307 kilómetros de la capital dominicana.

La línea fronteriza de esta comunidad, en tierra, abarca desde la desembocadura del río Pedernales, en el mar Caribe, hasta colindar al norte con la provincia Independencia, por Loma del Toro (2,200 metros sobre el nivel del mar), en el parque nacional Sierra Baoruco.

Son unos 53 kilómetros, entre valle y sitios abruptos e inhóspitos, donde es imposible controlar el tráfico a pulso de patrullajes con ética de cartón y cuarteles escuálidos.

Ni hablar de la desnudez de la frontera marina. Las islas Beata y Alto Velo, el islote Los Frailes y el cayo Piedra Negra, puntos estratégicos de la República, no reciben el cuido merecido. Vulnerabilidad que aprovechan las mafias internacionales y los depredadores de los recursos naturales.

El robo de vehículos, trasiego de drogas, tráfico de ciudadanos asiáticos y haitianos, prostitución, contrabando de productos, circulación de pandillas criminales y cruceteo permanente por cualquier punto fronterizo, a cualquier hora, y alto riesgo de enfermedades infecto-contagiosas son factores generadores de incertidumbre para pobladores y visitantes. Y cada día son más comunes.

Nada de eso pega con el turista de hoy, a quien nadie lleva a lo desconocido, como antes. Éste primero investiga para conocer las características del destino. Busca vivir una experiencia singular en un lugar seguro, tranquilo, donde se respete el medio ambiente, la cultura viva y la masificación y el hacinamiento no sean protagonistas.

El caos tampoco pega con los intereses de ambos países. El desorden imperante sólo enriquece a la delincuencia y empobrece más a los pobres de los dos pueblos.

El Gobierno está obligado a afrontar ese desafío, sin temor. Es su deber regular los movimientos migratorios en su territorio, además de proteger la soberanía. Y a nadie debe pedir permiso. Lástima que haya tardado tanto. El monstruo se ha asentado y cada día le nacen más tentáculos. Los intereses son muchos y poderosos. Y ahora deberá redoblar las fuerzas para vencerlos. Es la gran prueba.

https://acento.com.do/actualidad/republica-dominicana-reforzara-la-frontera-con-haiti-para-enfrentar-inmigracion-ilegal-y-narcotrafico-8917912.html.

El canciller Roberto Álvarez ha especificado que el Gobierno construiría en dos años una valla de 190 kilómetros en toda la línea hasta Montecristi (cinco provincias), y el costo con financiamiento blando de poco más de 100 millones de dólares. Ha adelantado la información sobre países interesados en el proyecto, como Israel y España, y hasta ha hablado de planes de licitación.

Ahora bien, la barrera ni los dispositivos tecnológicos anunciados serán suficientes si la intención oficial real es contener el caos. Es imprescindible un cambio de actitud de muchas autoridades encargadas de los controles (militares, policiales y civiles) porque están enfermas de hipercorrupción y viven de los delincuentes. De eso sufrimos una vieja plaga.

De no ser así, los negocios turbios, los ilícitos penales, seguirían con igual o mayor fuerza. Incluso, los cobros para garantizar la evasión aumentarían de manera exorbitante porque los traficantes alegarían mayor riesgo en vista de un ambiente más vigilado.

Para el ambicioso proyecto de desarrollo turístico de Pedernales la verja es vital y ha de construírsele una puerta de entrada y salida elegante, y edificaciones dignas para la operación del mercado binacional, frente a Anse –a- Pitres. Lejos de nacionalismo rancio, sería una apuesta al orden y a las relaciones transparentes entre los vecinos.

Ese sitio, bien pensado y diseñado, podría convertirse en otro atractivo para turistas y otros visitantes. Bien administrado, resultará beneficioso para los dos pueblos empobrecidos. Igual que el mismo departamento de Anse –a- Pitres, si lo modernizan y ordenan.

Oremos para que el Gobierno no se quede en el discurso.