Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, fue muy reiterativo durante todo el período de campaña electoral de que lograría terminar la guerra entre Rusia y Ucrania en las primeras 24 horas de mandato, si ganaba las elecciones de noviembre.

También prometió que para lograr ese objetivo sentaría en una mesa de negociación al líder ruso Vladimir Putin y al presidente ucraniano Volodymir Zelensky.

Con esa posición, Trump quería demostrar que él, como mandatario de EE.UU., tenía el poder y la influencia de incidir en las decisiones y acciones de los gobernantes de Rusia y Ucrania, lo mismo que en líderes de gobiernos de cualquier país del mundo.

Cuando habían transcurrido más de 48 horas de haberse instalado en la Casa Blanca, cambió su estrategia frente a este tema, al reconocer que las causas que originaron esa guerra son muy complejas, por los intereses geopolíticos y económicos que envuelve.

Todos sabemos que sin la ayuda económica de EE.UU., las posibilidades de Zelensky de continuar en el poder son mínimas, aunque reciba apoyo incondicional de los países europeos, especialmente de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Pareciera que las primeras iniciativas de Washington a través de sus representantes diplomáticos han fallado, o han llegado a un punto innegociable que afecta los intereses y objetivos estratégicos de la región que defiende Putin.

De ser así, es entendible que Trump haya optado por iniciar un mecanismo de presión con su política de paz a través de la fuerza, amenazando con aumentar las sanciones contra Rusia si Putin no acepta un diálogo de paz bajo las condiciones que propone EE.UU.

Imponer más sanciones contra Rusia es complicar aún más la situación económica de Europa, que hoy en día es crítica por su dependencia del gas, el petróleo y otros productos agrícolas procedentes de esa gran nación.

Para entender mejor la nueva posición del presidente estadounidense, habría que conocer cuáles son las condiciones planteadas por Washington ante Putin para que este detenga su avance en Ucrania, y que probablemente el líder ruso la haya rechazado.

Trump reconoce calladamente que bajo la administración demócrata del ex presidente Joe Biden el poder geopolítico de EE.UU. se redujo de forma considerable, afectando su incidencia como primera potencia mundial.

Hoy en día, las relaciones entre Rusia y China son mucho más fuertes y con mayor influencia en países que estaban bajo el liderazgo estadounidense.

Revertir esos logros, que han aumentado los poderes económico, político y militar de estas dos naciones, no será una tarea fácil para la nueva administración republicana. Mucho menos iniciando un nuevo período de gobierno con otras amenazas que afectan a países latinoamericanos.

Con el ascenso de Trump al poder, el mundo enfrenta de nuevo un político que aunque muy conocido, regresa con prepotencia y bravuconadas renovadas. Las órdenes ejecutivas y leyes firmadas en sus primeras horas de mandato así lo reflejan.

Una de ellas tuvo que ver contra la Organización Mundial de la Salud (OMS), al sacar a EE.UU. de ese organismo.

Trump firmó el decreto que declaró como una emergencia nacional la frontera sur con México, donde aumentará la presencia de la Guardia Nacional, para evitar la entrada de indocumentados, drogas ilícitas y delincuentes internacionales.

Declaró a los carteles de la droga como organizaciones terroristas, significando que los contactos internacionales de esos grupos serán perseguidos por la justicia estadounidense como cómplices terroristas.

Estableció que los EEUU solo reconocerá “dos sexos: masculino y femenino”, poniendo fin a todos los programas, política, declaraciones y comunicaciones gubernamentales que promuevan o apoyen la “ideología de género”.

Un trago amargo para el colectivo LGTB ya que perderán presencia, poder e influencia en todos los estamentos del gobierno y posiblemente en el sector privado.

Ordenó el retiro de los EEUU del acuerdo climático de Paris, que buscaba limitar el aumento de las temperaturas globales. Puso fin el arrendamiento de los parques eólicos y la “imposición” de los vehículos eléctricos.

Otra medida conflictiva es intentar renombrar el Golfo de México por el de “Golfo de América,” retomar el control del Canal de Panamá, comprar la isla de Groenlandia y enviar astronautas a Marte entre otras medidas ejecutivas.

Toda una serie de medidas que de hecho no son complacientes y que afectan variados intereses, tanto a lo interno como a lo externo de los EE.UU., que harán de esta nueva administración Trump se mantenga siempre en el ojo de la tormenta.

Como vemos, el iracundo nuevo inquilino de la Casa Blanca ha regresado poniendo “las patas del mundo hacia arriba”, con sus nuevas medidas y leyes que reflejan lo que será la “era dorada” de los EE.UU. como ha prometido.