El general Arturo Espaillat, veterano militar y primer jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), es nombrado cónsul en Nueva York en sustitución de Minerva Bernardino, para que sea el responsable de traer a Galíndez a República Dominicana.

Sabiendo que fallarle a Trujillo tiene consecuencias, monta una operación con toda regla. Alrededor de las diez de la noche del 12 de marzo de 1956, es secuestrado en su apartamento en la ciudad de Nueva York. Fue visto por última vez alrededor de las 8.30 en una estación del metro en Manhattan. Acababa de impartir docencia en la Universidad de Columbia y se dirigía a su casa, donde fue secuestrado por agentes de Trujillo, algunos de los cuales presumiblemente conocidos por él. A partir de ese momento el vasco se colocó a una pulgada de la muerte.

El secuestro en territorio norteamericano de un hombre, que además era un informante del FBI, generó un escándalo internacional, y llevó al gobierno de EU a investigar el caso. Fue fácil establecer la responsabilidad del dictador dominicano. Pero Galíndez no era un muerto cualquiera. Tenía dolientes en el norte, donde se diseña la política mundial y se dispone de la vida de muchas personas, incluyendo líderes, presidentes y dictadores como Trujillo.

Empezaron a dar señales claras de que sabían que el dictador dominicano era el autor del secuestro, lo cual era, y así se lo hacían saber, un desafío inaceptable. La Embajada norteamericana en el país, en cierta forma, presiona esclarecer el hecho, lo que preocupa al Jefe. Entonces decide matar a los que habían participado en esa operación para no dejar testigos que eventualmente pudieran involucrarlo. Ordena, sin medir consecuencias, hacer una especie de operación limpieza para no dejar rastros. Era la lógica de sus crímenes. Un crimen, para encubrirlo, generaba otro crimen, y a veces una cadena de crímenes, como precisamente iba a ocurrir con el de Jesús de Galíndez.

II

Entre los que iban a matar, como parte de ese chapeo bajito, estaba en primera fila el piloto norteamericano Gerald Murphy. Este fue el piloto del avión que trajo, junto al médico Miguel Rivera, secuestrado y endrogado, desde Nueva York, y pasando por el aeropuerto de Long Island, a abastecerse de combustible, a Galíndez hasta RD, donde sería torturado y asesinado. Gerald piloteaba el avión y el médico Rivera se encargaba de mantenerlo endrogado. Algunos sostienen que en ese avión venía también el ganster Félix W. Bernardino, quien fuera el brazo ejecutor de toda la operación Galíndez. El avión aterrizó en Montecristi y de ahí lo llevaron por tierra a Dajabón, desde donde lo trasladaron por aire a Ciudad Trujillo, donde lo esperaba el león ansioso por comérselo vivo.

Cuando el pobre Galíndez, cuya vida en ese momento ya no valía una guayaba podrida, se despertó, se encontró de repente frente a Trujillo, vuelto una fiera. Lo que le esperaba era una muerte atroz, ordenada por un dictador implacable. La ofensa de Galíndez iba a ser cobrada en grande. Dicen que le hizo comer varias páginas de su tesis doctoral encontrada en su apartamento en Manhattan cuando fue registrado, y que fue también torturado salvajemente antes de ser arrojado a los tiburones del mar Caribe.

Galíndez era ya un expediente listo y servido. Pero si Trujillo creyó que con su muerte y la de ese reguero de muertos que dejaba la operación limpieza, como la desaparición del piloto Murphy, el problema estaba resuelto, pronto sabrá de su grave equivocación. Por llevarse de Félix W. Bernardino el problema picaba y se extendía en una pediente enjabonada y peligrosa que iba a desembocar en su propia muerte.