En estos días hubo elecciones en tres países importantes, cuyos resultados nos devuelven cierto optimismo respecto a las tendencias que veíamos por el mundo en tiempos recientes.

Incluso, pensándolo bien, las elecciones al Parlamento Europeo, a cuyos resultados nos referimos en el artículo Alemanes de pura cepa”, del pasado 17 de junio, fueron fundamentalmente negativos en los países más grandes como Alemania, Francia e Italia, pero no tanto en los países escandinavos ni la Península Ibérica.

Ahora las noticias auspiciosas nos llegan con las tres elecciones que fueron celebradas la semana pasada, en Irán, Francia y Reino Unido. En los dos primeros fue grata sorpresa, mientras en el último estaba previsto por las encuestas.

Irán está muy lejos de nosotros, pero para los derechos humanos (particularmente de la mujer), el progreso y la paz mundial, fue bueno que ganara la presidencia un individuo moderado y reformador. Lástima que el poder real lo ostenta la Teocracia, y el presidente tiene atribuciones muy limitadas.

En Francia se logró frenar a la ultraderecha neofascista y euroescéptica, obteniendo el primer lugar un bloque de izquierda. No es que las cosas van a cambiar mucho para bien, pues Francia es un país muy presidencialista y centralizado (herencia de De Gaulle), contrario al resto de Europa.

Nadie consiguió mayoría absoluta, y falta por ver cómo logrará Macron articular un gobierno que garantice ciertos consensos básicos, con algunos partidos con los que es difícil. Por ejemplo, la Francia Insumisa, el principal partido del bloque ganador, quiere mejorar la vida de los pobres incrementando los impuestos a los ricos, a lo que se opondrán los más conservadores.

Además, plantea en su programa volver la edad de jubilación a los 60 años, lo cual es un contrasentido en tiempos en que el mundo trata de adecuar la seguridad social al envejecimiento demográfico. Por lo demás, es innecesario, pues en el mundo actual (y más en Francia) una persona de 60 años conserva todas las energías para seguir activo por muchos años.

De todas formas, lo importante es saber que, un país tan importante (la segunda economía de Europa, con poder nuclear y su influencia política y cultural en el mundo) por ahora no toma el derrotero tan arriesgado a que parecía conducirnos.

A mi juicio, los más satisfactorios son los resultados del Reino Unido, después de la debacle a que gobiernos conservadores han conducido a ese país, coronada por el Brexit. Aunque desde antes, la economía británica era un desastre; entre el 2014 y el  2021, mientras el  PIB per cápita de los Estados Unidos creció 11% y el del Área Euro en 7,5%, en el Reino Unido lo hizo en solo 0,1%. En ese mismo período, el de China aumentó un 49%.

La situación se agravó marcadamente a partir del Brexit, en que ninguna de las promesas de sus promotores se vio cumplida, y los únicos beneficiarios fueron los bancos y algunos proveedores de servicios tecnológicos, principalmente por encargo.

Se dice que la única rama de la economía que ha crecido de manera espectacular es la de los llamados bancos de alimentos, una especie de comedores económicos no sustentados por el Estado, sino por la beneficencia de hogares menos necesitados con las sobras para los que pasan hambre.

“El crecimiento de los salarios entre 2010 y 2020 fue el más bajo en un período de diez años en tiempos de paz desde las guerras napoleónicas. La tasa de crecimiento anual de la productividad del país desde 2007 ha sido de un minúsculo 0,4%, la más baja en un período equivalente desde 1826” https://www.foreignaffairs.com/united-kingdom/british-elections-keir-starmer-labour-victory-fintan-otoole.

No es que el nuevo gobierno lo tendrá fácil, sobre todo, teniendo en cuenta que después del infeliz recetario económico aplicado por Margareth Thatcher, sucesivos gobiernos, incluso conservadores, se vieron precisados a volver a subir tasas impositivas, pero no para mejorar servicios a la población, sino para atender los crecientes costos de la deuda en que se habían metido y para ayudar a los Estados Unidos en sus cruzadas guerreristas, como ocurrió con la invasión y virtual desmantelamiento del Estado y la economía de Irak, bajo el pretexto engañoso de buscar armas de destrucción masiva.

Llegados a este punto, los indicadores de bienestar social británicos no son nada alentadores. Se estima que el estado actual del Servicio Nacional de Salud, fuente del mayor orgullo británico desde su creación en 1948, está en pesimas condiciones y que el desempeño hospitalario es posiblemente el peor en su historia, con más de ocho millones de ciudadanos en lista de espera para ver un médico.

Desde que los conservadores tomaron el poder, tres cuartos de millón de niños británicos adicionales viven en la pobreza y 4,3 millones de niños pasan hambre.

En el Reino Unido, cuna del parlamentarismo, el Congreso y el partido gobernante sí tienen poder. Para comenzar, ni siquiera hay presidente, y el monarca es un adorno que exhibir ante el mundo. El propio primer ministro y ninguno de sus ministros podría serlo si antes no han sido elegidos por el pueblo para un curul en la Cámara de los Comunes, a la cual tienen que rendir cuentas.

La limitación puede venir por la misma trampa que se tendió el Partido Laborista que, reacio al riesgo, aceptó en su programa las mismas restricciones fiscales impuestas por los conservadores, sin decir cómo pretende recaudar los ingresos que necesita si quiere apuntalar los servicios públicos y aumentar la inversión.

Se recuerda que muchos de los logros de la socialdemocracia británica han sido destruidos por los conservadores. Casi todos los servicios públicos –desde la salud y la asistencia social hasta la policía, los tribunales y prisiones, pasando por el agua y el alcantarillado, las escuelas y las bibliotecas– están en dificultades.

Han quebrado diversas agencias locales llevando a profundos recortes en servicios básicos como la recolección de residuos, la asistencia social; y la Agencia Ambiental ha descubierto que en 2023, las empresas que gestionan el suministro nacional de agua (servicio privatizado por el gobierno conservador de la primera ministra Margaret Thatcher a fines de la década de 1980) vertieron más efluentes humanos crudos y sin tratar en los ríos y mares del país que en cualquier año anterior registrado.

Pero el laborismo ha aceptado las restricciones fiscales que ha heredado de los conservadores; una estrategia tan cautelosa correría el riesgo de desperdiciar una mayoría parlamentaria tan abrumadora para resolver reales problemas.