A las 8:17 de la noche del 3 de marzo de 2023, un ciudadano había advertido en un tuit al Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones (MOPC) sobre una falla en la losa lateral sur del paso a desnivel del crucero  de la 27 de febrero con Máximo Gómez, que este sábado 18 de noviembre se ha desprendido por la presión sin canalización adecuada de las fuertes lluvias causadas por un disturbio tropical y ha aplastado varios vehículos con resultado de ocho personas fallecidas.

El digital Acento.com.do, en X, este sábado, ha colgado el reporte: “Buenas noches, tienen que prestarle mucha atención al túnel de la Gómez en dirección sur-este, se  está desprendiendo y puede causar daños irreversibles”. Luego, una fotografía mostrando la falla y el remate de su mensaje: “Está muy despegado, le puede caer a cualquier vehículo”.

Las autoridades no actuaron y vino la tragedia. Cerca de la medianoche, los organismos de socorro intervinieron para desplazar la pared y rescatar las víctimas, mientras una brigada del MOPC usaba bombas para sacar agua del área.

No es el primer caso. Ni será el último. Una frase de una promoción sobre los apagafuegos, que difundía en los años 70 Radio Pedernales, precisaba: “No esperes la tragedia para pensar en los bomberos”.

En la RD del siglo XXI seguimos esperando las tragedias para luego acudir a los auxilios espectaculares y a las justificaciones vacías. Parece que es más bonito recoger cadáveres y lesionados. La planificación es sólo discurso. Una vergüenza.

Baste una muestra:

La tarde del 14 de agosto de 2023 ocurrió una gran explosión en la fábrica Vidal Plast, en el mercado viejo del municipio San Cristóbal, con un saldo de 37 personas muertas y varias heridas. De inmediato, llegaron los chapulines. Actores de la comunidad habían advertido sobre el peligro, pero las autoridades no actuaron.

En los últimos días se alertó a las autoridades de Salud Pública acerca de casos de cólera en la comunidad sudoestana La Ciénaga, provincia Barahona. Lo negaron y no intervinieron. Varios seres humanos han perecido a causa del descuido. Ahora, el MSP admite un brote de la peligrosa enfermedad diarreica.

Igual ha pasado con el derrumbe que ocurrió el 25 de septiembre en esa zona y bloqueó la carretera Barahona-Pedernales. Hasta los chinos de Bonao presagiaban esos desprendimientos en la vía en construcción, pero no hubo acciones preventivas. Termina noviembre y el caos persiste en el derrumbadero.

Ni hablar del muy precario servicio de la Empresa Distribuidora de Electricidad del Este (Ede-Este). Primero, antes de llamar, hay que respirar hondo para esperar hasta media hora porque usted debe escuchar una letanía innecesaria y, al final, nadie toma el teléfono para el reporte.

Y, si lo logra, la atención a una urgencia de alto voltaje o apagón nunca será urgente para ellos. En dos o tres días, el cliente puede morir electrocutado, perder sus electrodomésticos o dañarse todo en la nevera. Nada importa el usuario.

Las denuncias ciudadanas desatendidas se cuentan por decenas y abarcan todo el país. La callada o los bobos casi siempre son las respuestas de las instituciones, pese a que los ciudadanos pagan impuestos para recibir servicios de calidad y a tiempo.

La tragedia del paso a desnivel de la intersección 27 de febrero con Máximo Gómez tiene sus culpables. Los indiferentes son responsables de luto que ahora ha llegado a varias familias dominicanas.

A causa del cambio climático, las inundaciones son cada vez más agresivas. Y eso es predecible, pero la Alcaldía y el Gobierno no apuestan a resolver la carencia del sistema de drenaje pluvial que demanda la ciudad. Se limitan a decir que cuesta mucho dinero. Poco importa que están en juego la salud, la vida y bienes de la gente. Esas bajas salen baratas.

No hay que ser experto en nada para saber que ninguna construcción aguanta los golpes de lluvia cada vez más recurrentes, si no hay desagües adecuados. Peor si se  suma que aquí hay una cultura de construir a lo loco, bloqueando escorrentías naturales y sin planes de mantenimientos reales. Todo es politiquería.

En República Dominicana sufrimos un problema grave con las instituciones y sus funcionarios.

Una vez son designados sufren el síndrome de la indolencia. Se olvidan de quienes pagan los impuestos de donde el Estado saca sus salarios, vehículos, viajes, dietas y onerosos gastos de representación.

Su engreimiento sólo les permite activarse y recibir llamadas cuando huelen que el presidente anda cerca, o les llaman influyentes mediáticos o empresario poderosos. El ciudadano de a pie nada vale, salvo para cogerlo de tonto útil en campañas electorales.