El mundo no ha salido de un sobresalto desde que a inicios del año 2020 se declarara la pandemia del covid-19, y justo cuando se había reactivado la economía con un inusitado impulso gracias a la inmunización lograda por la aplicación de vacunas e incidencia de casos, lo que generó un encarecimiento de bienes y servicios por la alta demanda al mismo tiempo, llegó la invasión rusa a Ucrania, la cual en adición a la tragedia humana que representa por las víctimas de esta horrible guerra, ha complicado el panorama económico internacional generando altos niveles de inflación.

Esta situación mundial acontece en un momento en el que hay una crisis de liderazgos, que en el caso de los Estados Unidos de América, paradigma democrático, recibió los embates de un líder republicano populista y autoritario, con poco respeto a la institucionalidad y al Estado de Derecho, pero que sorprendentemente sigue generando adhesiones, y aunque se logró una transición a pesar de escenas tan inauditas como la toma del Capitolio, el presidente Biden y su partido democrático no han logrado cohesionar voluntades suficientes para desarrollar muchas de sus políticas, y penosamente muchos confunden liderazgo con  autoritarismo, como el que representa el dictador ruso Putin, quien, a pesar de sus indignas acciones y atropellos a derechos y valores democráticos, acumula seguidores.

El reciente triunfo de Emmanuel Macron en Francia con un 58.55% de los votos si bien se esperaba, afortunadamente tuvo un margen de diferencia mucho mayor del proyectado con su contrincante Marine Le Pen, quien obtuvo un 41.45% de las votaciones, lo cual devolvió la tranquilidad a la Unión Europea, a los liberales franceses y del resto del mundo, pero al mismo tiempo deja una profunda inquietud ante el continuo avance de la extrema derecha gala, ya no solamente evidenciado en el alto porcentaje  alcanzado por Marine Le Pen, sucesora de su padre Jean Marie, quien aunque cambió el nombre al otrora Frente Nacional por Reagrupamiento Nacional y ha moderado su discurso extremista, sigue siendo la expresión del nacionalismo a ultranza, del antieuropeísmo y del populismo, sino en el surgimiento de nuevos líderes de extrema derecha.

Las fracturas existentes en un país que vivió intensas luchas protagonizadas por los “chalecos amarillos”, y que experimenta grandes conflictos sociales derivados de una inmigración herencia del pasado colonialista que en muchos casos no se ha integrado a esa sociedad, o se ha sentido rechazada, se reflejan en la muy alta abstención registrada de alrededor de 28%.  Consciente de lo que esto entraña, el reelecto presidente expresó que: “Su silencio ha significado un rechazo a elegir, al cual debemos responder”, pues conoce el gran peligro de una inconformidad cada vez más alta, y de un descreimiento en las opciones moderadas o centristas, cada vez más amenazadas por “la cólera y los desacuerdos” que llevaron a muchos a votar por la extrema derecha.

En un mundo fracturado y dividido, que oscila como un péndulo entre los fantasmas ultranacionalistas que han escrito las páginas más lúgubres de la historia de la humanidad, generalmente asociados con la extrema derecha, y los de una extrema izquierda o movimientos populistas que surgen en muchos casos  por el hartazgo ante la corrupción y las enormes diferencias, y que alimentan sueños revolucionarios de conquistas sociales aunque en la mayoría de los casos han sumido en más pobreza sus poblaciones, especialmente en América Latina, contar con liderazgos moderados que expresen apego a la institucionalidad y los principios democráticos, es una enorme ventaja no siempre apreciada en su justa dimensión.

La cólera, la insatisfacción, la frustración pueden llevar a decisiones equivocadas, y por eso es tan importante que las nuevas generaciones conozcan la historia de su país y del mundo, pues resulta chocante que muchos jóvenes de hoy adopten discursos y sigan consignas que tanto mal han hecho, sembrando el odio, la discriminación y la intolerancia, lo que en un mundo tan interconectado e interdependiente como el actual es además un absurdo, lo que los mismos que propugnan por tales tendencias saben, pero siguen apostando a la división, con tal de despertar pasiones, exacerbar vilezas y acumular poder sin que les importen las consecuencias. Vivimos tiempos difíciles y convulsos, por eso se impone comprender las circunstancias, conocer los antecedentes históricos, analizar las consecuencias, actuar con sensatez y trabajar por encontrar el equilibrio que impida fracturas mayores.