El mes de junio es la época en la que se celebra la fiesta de los maestros. Por lo tanto, es un período en el que es propicio pensar sobre su estado en la sociedad y las condiciones en las que operan. Esta fiesta ha ido evolucionando, tanto en el sentido como en la forma de celebrarla. La festividad mantiene su vigencia sin relevancia social, pero con significación dentro del sector magisterial. La fecha es el 30 de junio. Ni la prensa ni la radio ni, las redes sociales se hacen eco de la festividad del maestro. En décadas anteriores, la fiesta concitaba la atención de las familias y de las comunidades. No ha de sorprender que haya cambios, nada es estático. Las razones sí han de interesarnos.

Las profesiones tienen su historia, sus especificidades; y, especialmente, un estilo propio. La profesión docente en la República Dominicana se ha banalizado progresivamente. Los indicadores más notables del proceso de banalización responden a factores diversos. Ninguno incide unilateralmente, se entretejen y conforman una red que complejiza la cuestión docente en la sociedad dominicana. Los factores causales tienen componentes personales, sociales, políticos y económicos. Unos componentes tienen más fuerza que otros, pero, todos contribuyen al deterioro de la profesión docente en el país. Esta profesión se convierte en un objeto utilizable más allá del sentido adecuado.

La distorsión del sentido de la profesión docente en el país contrasta con el alto nivel de valoración que la educación alcanza en el mundo hoy. Su valía es indiscutible. Su necesidad es, también, un aspecto innegable. Para que la educación no pierda el ritmo del desarrollo que demanda este tiempo, la profesión docente ha de estar a la altura de la calidad y de la eficiencia que este requiere. Pero, en nuestra nación, hay un tramo distante entre la importancia de la educación, la necesidad de la profesión docente y el nivel que se demuestra en su ejercicio. Existe una  gran necesidad de un ejercicio de la profesión docente con el rigor, calidad y equidad requeridos.

La necesidad de la profesión docente está fundamentada por estudios y por el desempeño de los ciudadanos en la sociedad. En la República Dominicana, hace mucho tiempo que la profesión docente es un medio útil para la sobrevivencia, es un recurso para garantizar estabilidad laboral; es una palanca para cumplir con deudas y favores políticos. Además, es un refugio cuando la profesión elegida originalmente por la persona se vuelve irrealizable. Todavía mucho más, la profesión docente se degrada y pierde su importancia cuando se torna mercancía cotizable con el respaldo del 4 % y con beneficios de la Educación Superior.  El carácter de mercancía introduce a la profesión docente en el ámbito de las transacciones comerciales. Estas someten a la profesión docente y al que la ejerce a un cuestionamiento permanente desde el punto de vista ético, educativo y social

Todo lo señalado es fuente y canal de desprestigio en la sociedad. Esta es una de las profesiones con más alto descrédito en la organización social. Se ha elevado esta deshonra a tal punto, que los mismos que la ejercen la niegan, la sustituyen por otra profesión y la esconden para no sentir la fuerza del desprestigio. Al ser ejercida por muchos como un medio de vida más, se margina el estudio, la investigación, el examen crítico del ejercicio de la profesión. Se niega la evaluación del desempeño, la autoevaluación sistemática y la planificación intencionada. Un resto de la población docente responde con la adecuación debida, pero la sociedad ni se da cuenta de su existencia. Es un desprestigio etiquetado.

Este desprestigio no se agota en la educación inicial, básica y secundaria. Alcanza al ejercicio docente en la educación superior. La erradicación del desprestigio social de la profesión docente ha de formar parte de una política educativa pública. Ha de implicar al Gobierno, a los Ministerios comprometidos con la Educación  en el país, a los partidos políticos, a los gremios que lideran a los educadores en el sector público y en el sector privado. Ha de implicar, de forma proactiva, a las instituciones formadoras de docentes. Esta implicación ha de ser orgánica. Para ello es necesario la definición de un horizonte común y el establecimiento de alianzas.

Las alianzas estratégicas que se establezcan han de garantizar la construcción del sentido de la profesión y su articulación con los más altos niveles de las ciencias de la educación, de la formación del pensamiento crítico; y de la investigación educativa y social, como también de los avances tecnológicos. Asimismo, estas alianzas han de proponer un perfil ético innegociable en el proceso de formación y en el ejercicio de la profesión docente. En esta misma dirección, se ha de procurar una formación docente abierta a la riqueza que aporta la diversidad de ciencias. De igual modo, se ha de dar impulso al desarrollo intelectual de los docentes, de la corresponsabilidad social y ecológica que les compete. Estos, a su vez, han de asumir la profesión docente con responsabilidad, con vocación vivificante, con una cultura de estudio que les permita repensar su práctica y transformarla para una incidencia real y significativa en la sociedad.