Soñé con la Virgen de Altagracia (jeans, blusa floreada, afro, sandalias de piel y un macuto lleno de textos feministas), quien me decía: “Soy firme partidaria de un cambio profundo de las estructuras”. No me asusté ni pasó por mi espíritu un ápice de arrepentimiento por todas mis alegres herejías. Ella no me pidió que entonara un mea culpa. Todo lo contrario: se sentó en la sala y habló: “¡A mí no se me convence con una simple celebración de mi centenario! ¡Conciencia! ¡Esa debe ser la búsqueda de los altagracianos!” (Mientras tanto, José, su compañero, fumaba pipa, se mesaba la barba y revisaba los diarios llenos de masivas confesiones de fe).