Muchas veces hemos oído decir: “soñar no cuesta nada”; más, puede ser de mucho valor. Soñar puede servir para iluminar la oscuridad de la conciencia; puede ser una notificación para insinuar algo grande venidero; puede ser un deseo que se tiene pendiente; pudiera ser preaviso del cumplimiento de un esperado tiempo de paz o fin de un conflicto emocional o real. Soñar, puede ser el anuncio de una nueva era que se avecina.

“Soñar no cuesta nada”; pero, puede ser de una trascendencia imaginable; es posible que sea previsión, advertencia profética, manera subyacente que ilumina la conciencia, espabila la susceptibilidad, y previene desajustes de las emociones.

Hay sueños que avisan vicisitudes que afloran a nuestro alrededor, y no salen flote mientras estamos despiertos; pero, se desvelan en hechos posteriormente.

En la Biblia hay relatos de sueños en que Dios habla a las personas consideradas mensajeros reales y específicos que delatan señalamientos proféticos, consejos para desenredar problemas, dilucidar desengaños, y aclarar asuntos enigmáticos. Entre estas memorables alucinaciones tenemos:

Jacob soñó con una escalera apoyada en tierra, y cuya cima tocaba los cielos, y he “aquí que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella”. (Genesis 28: 29ss). Era un símbolo de la comunicación que Dios facilitaba entre el cielo y la tierra.

José el hijo de Jacob, soñaba e interpretaba sueños de otros. (Génesis 37:2-50:26). Un día soñó que el sol, (representa su padre), la luna (representaba su madre) y once estrellas (figuras de sus hermanos) se inclinaban ante él y lo adoraban. (Pasado los años, sucedió de forma efectiva simbólicamente).

Daniel interpreta el sueño que perturbaba al rey Nabucodonosor, emperador de Babilonia. (Daniel, capítulo 2ss). El sueño era una profecía de los imperios sucesivos que regirían “sobre toda la tierra”, representados por medio de una estatua compuesta de diversos metales, uno por cada reino.

Los sueños registrados en el Nuevo Testamento, y en momentos contemporáneos. Son casos para dilucidar percepciones enigmáticas e intrigantes, como la cuestión de José, el comprometido de la Virgen María. (Mateo 1: 20-24). O, como el golpazo del Pastor Martin Luther King en el discurso en una manifestación en Washington, 28 de agosto,1963, cuando dijo: “Tengo un sueño”. El grito de este sueño confirmó el destello del rayo de luz para condenar la discriminación racial en los Estados Unidos de América.

El sueño del profeta Jeremías fue una visión metafórica de la venida anhelada de paz, armonía y restauración de Israel y Judá en la tierra prometida, después de permanecer 70 años exiliados y en condiciones de cautiverio en Babilonia. (Jeremías, capítulos 20 al 52). Además, ese sueño pronosticó un “nuevo pacto”, concebido en estas palabras de Dios: “Yo, el Señor, pondré mi ley en el corazón y la escribiré en la mente. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”. (Jeremías 31:33)

En este momento, tal como le ocurrió a Jeremías, millones de personas sueñan con el fin del conflicto entre judíos y palestinos en la llamada Tierra Santa. Se necesita tener la presencia de Dios en la mente y el corazón; pues, la conducta de los pueblos de Israel y Palestina es impropia, vergonzosa y desvinculada de los principios ético-morales-virtuosos de espiritualidad y amor; en verdad, hace falta conciencia religiosa y sensibilidad humana.

Por otro lado, hay muchos soñando con el futuro de los haitianos que sufren una continua persecución, violencia, incertidumbre, falta de ejercicio gubernamental, carencia de sanidad, vulneración de los derechos humanos, hambre, extorsión, secuestros…

Aquí en la isla Hispaniola, los que habitamos la parte oriental y conformamos la República Dominicana; nosotros también estamos soñando, despiertos o dormidos.

Soñamos con el fin de las algarabías y diatribas políticas; soñamos con un país continuamente renovado y en desarrollo, con una sociedad de paz, convivencia pacífica, altura espiritual, estabilidad general, valores morales, luces culturales, bienestar social a todos los niveles y de manera sostenida. Por tanto, oramos a Dios, diciendo: “Qué te dignes poner fin a las guerras en todo el mundo”. Amén.