Es probable que uno de los acercamientos recientes más provocativos en torno al cine sea el del filósofo y psicoanalista Slavoj Zizek, como en tiempos más remotos lo fue el del filósofo norteamericano Stanley Cavell.
Zizek explora las posibilidades que otorga el cine para pensar en términos visuales, llegando a afirmar que para entender el mundo de hoy necesitamos del cine, ya que en él encontramos esa dimensión crucial que no estamos preparados para confrontar en nuestra propia realidad.
Para Zizek, el deseo es una herida de la realidad. El arte del cine consiste en despertar el deseo, jugar con él, pero al mismo tiempo, domesticarlo, hacerlo y mantenerlo a una distancia prudente.
Stanley Cavell, a su vez, sostiene que lejos de tener como referencia las morales abstractas, lo que el cine nos ofrece cuando pone en escena nuestras confrontaciones cotidianas con los otros (nuestros amantes, nuestros amigos, nuestros padres, maestros o, simplemente, nuestro prójimo) es una moral de lo ordinario.
Ambos filósofos sitúan el cine más allá del simple entretenimiento. Aunque algunas películas nos parezcan “ficción”, siempre transmiten frases, juicios y valoraciones que constituyen territorios visibles de una filosofía para educar durante toda la vida.
En la película el Club de los poetas muertos, por ejemplo, el ideal difundido por John Keating, un profesor inspirador, inconformista, libre pensador, es aquel que nos invita vivir cada día plenamente como si fuera el último: “Carpe Diem”.
Esta expresión fue concebida por el poeta romano Horacio. Su traducción literal otorga relevancia a la frase “cosecha el día”, cuyo contenido intenta alentar el vivir el tiempo tomando conciencia de su valor existencial.
Sin embargo, y a pesar de los notables esfuerzos de Keating por alentar a sus alumnos a disfrutar de cada momento, también nos enseñó otra valiosa lección: “Hay un momento para el valor y otro para la prudencia. El que es inteligente, sabe distinguirlos”.
Y hay otras tantos mensajes y provocaciones filosóficas: “Descubre quién eres y hazlo a propósito” (Un verano para recordar). “La muerte nos sonríe a todos, devolvámosle la sonrisa” (Gladiador). “Enterramos nuestros pecados, lavamos nuestras conciencias” (Río Místico). .“¿De qué sirve confesarme, si no me arrepiento?” (El padrino III).
Ciertas películas pueden considerarse legítimamente agentes de pensamiento, al mismo nivel que la literatura filosófica. Con esta visión, tanto Zizek como Cavell, sobrepasan la tradicional perspectiva que se limita a tratar el cine como un amplio reservorio de ejemplos didácticos, en vez de retos sociales.
El debate formal inspirado en la película Karate Kid resulta inspirador no sólo para los profesores, sino para todos los actores del sistema educativo. Genera alertas vigentes para todas las épocas. La película nos habla a todos. Nos provoca a todos.
La voz del señor Miyagi en Karate Kid nos habla a todos los involucrados en la educación. Nos invita a dejar de lado el sueño de hacer grandes genios de la próxima generación y regresemos a lo básico: formar personas con buena conciencia, honor, orgullo y responsabilidad. “La formación del carácter primero, la habilidad después”.
La película Karate Kid nos presenta la educación como un “pacto sagrado” con la sociedad. Como espacio abierto en el que el pensamiento tiene lugar, permitiendo nuevos modos de organizar y dar sentido a la experiencia y el conocimiento.
Motivados por la filosofía del cine de Zizek, Cavell y la película Karate Kid asumamos la educación dominicana bajo una perspectiva diferente, de manera diferente en lugar de solo correctamente, exigiendo un rol de actores y no de espectadores. ¡Haciendo preguntas. Buenas preguntas. En una democracia educativa!