El pasado mes de agosto se celebró en el CELAM el primer Congreso sobre Teología de la Sinodalidad, donde de nuevo se anunciaba que la sinodalidad no es una moda teológica o pastoral de la Iglesia, ni un invento u ocurrencia del Papa Francisco, como algunos han querido presentar, sino que es un retomar de nuevo las sendas del concilio, las cuáles en los últimos tiempos, concretamente a finales del siglo pasado y comienzo de este se han querido estancar. Pero el espíritu que sopla siempre con fuerza aun cuando se le quiera enjaular, sabe buscar los camino para encauzar a la iglesia por el camino que Dios quiere, y al parecer el Señor desea que a partir de este siglo XXI, caminemos juntos, es decir, en sinodalidad.

Pero como ya dijimos, la sinodalidad, está en sintonía y hace patente el cauce del concilio, y lo hace a partir de esa noción de la Iglesia como pueblo de Dios, ya desde ahí la clave sinodal comienza a sortear, es un pueblo que camina junto, no cada uno por su lado, sino caminando con una meta, llegar a la presencia de Dios, y mientras, ir haciendo presente el Reino de Dios, que ya Jesucristo con su venida inauguró. Caminar juntos no equivale a uniformidad, es juntos y unidos cada uno aportando desde los suyo, lo propio y lo particular a todo el conjunto eclesial, a través de una Iglesia ministerial, en otras palabras, una Iglesia servidora, el servicio como su mediación más inmediata para la realización de su misión, una Iglesia en salida hacia las periferias y en las periferias, Iglesia pobre y de los pobres, como los preferidos del Señor. Por lo tanto, quedan fuera de ellas las instancias de poder, la imagen piramidal se sustituye, como bien dice el Papa Francisco, por un poliedro, una figura de muchos lados y espacio, donde ninguna se superpone e interfiere con la otra, sino que cada línea o lado contribuye a la armonía y belleza del conjunto.

Esta unidad en la diversidad, que hace patente la sinodalidad, se inspira fuertemente en la realidad trinitaria de Dios que es uno, pero cada persona tiene su particularidad, y lo que se diga de una se dice del todo, formando un conjunto divino en la individualidad de cada persona. La misma Sagradas Escrituras, nos habla ya, de esa sinodalidad expresada en un Dios que quiere caminar con su pueblo, y que quiere que sus caminos sean los de él (Is 55,9), y el mismo Jesucristo, expresa al final de su trayecto el deseo de que los suyos sean uno, como él y el padre, y la misma Iglesia en sus comienzos manifiesta esa unidad del todo, buscar caminar junto en unión al Espíritu que le guía (Hech 15,28). La historia de la Iglesia a través de su vertiente sinodal y conciliar ha sido la búsqueda y el respeto hacia esta realidad presente, su depósito doctrinal ha brotado de un consenso, junto a un discernimeinto espiritual de un caminar junto a lo largo de la historia del mundo y de la Iglesia misma.

Esta sinodalidad, tiene un elemento primigenio, con el cual se ha dado y se da, que es la escucha, el poder escucharnos los unos a los otros, como fieles miembros y servidores de la Iglesia, cada uno desde el ministerio que le toca, sin imposición de unos o de otros, de pareceres y puntos de vistas, escucharnos, para poder discernir lo que el espíritu quiere y mejor conviene a la Iglesia, pues Dios habla a través del hermano, y sobre todo en clima de oración, no de imposición.

La sinodalidad como vemos, no es un ente nuevo en la Iglesia, es parte esencial de la Iglesia: somos Iglesia sinodal, en sinodalidad. Después del concilio, la Iglesia en el mundo que mejor a captado esto es la Iglesia latinoaméricana, con aquel famoso pacto de las catacumbas y las conferencias episcopales de Río, Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida, en su estamento jerárquico, en su teología latinoamericana de la liberación, pero más aún a través de las comunidades eclesiales de base y hoy día pequeñas comunidades sectoriales y de nuestras parroquias. Nuestra Iglesia dominicana, ha tenido y tiene un camino sinodal, desde nuestros 3 planes nacionales de pastoral, los consejos comunitarios y parroquiales y un derroche de ministerios parroquiales y comunitarios. Pero lamentablemente el ministerio jerárquico y nosotros mismos hemos sido muy tímidos y temerosos a la hora de reconocer esto y darlo a conocer al mundo, tal vez nuestra mentalidad de isla se ha impuesto ante los grandes países o Iglesias del continente.

Nuestro Plan de Pastoral, ejemplo de sinodalidad de esta Iglesia en República Dominicana, en los últimos tiempos muchos lo sienten como una camisa de fuerza, una carga que algunos van llevando y otros ya han tirado, tal vez porque dentro de la agenda sinodal, hay un elemento que cuesta, que hay que motorizar y es el elemento estructura, pues exponer la teología y demás componentes epistémicos de la sinodalidad es tarea fácil, pero hacer concreción de ella en nuestras estructura un tanto caducas en un mundo en cambio cuesta y hasta da miedo para algunos, que transforman su miedo en amenaza para otros diciendo que la doctrina está en peligro y en prácticas rituales y ropajes del pasado que no dicen nada hoy, pero no, lo que está en peligro es el clericalismo si hacemos patente la sinodalidad, ya que nuestras estructuras son muy clericalitas y el clericalismo es un cáncer, que se ve amenazado y no tiene cabida en una Iglesia sinodal.

El cambio de mentalidad y estructural es la gran tarea pendiente de la sinodalidad y de nuestro plan, hay un sínodo de la sinodalidad en Roma, pero la sinodalidad es más que eso, es el camino por hacer, es volver al concilio, es dejar que el Espíritu sople su aliento y que nos dejemos llevar por él, es el nuevo signo de los tiempos para la Iglesia, es la nueva aroma que rejuvenece a la Iglesia y la hace atrayente para un mundo que cada día se olvida de ella y de Dios.