Pienso que hay un cielo especial para los maestros. Y si no lo hubiera, hay que pedirle al Creador que haga uno nuevo con el nombre de todos los maestros de la patria. De todos los maestros del mundo. Sobre todo, de los maestros olvidados, los enfermos, los abandonados. Los recordados por nadie. De los que su merecido reconocimiento social fue entregado a otros por equivocación.  ¡Porque sin maestros no hay escuelas y sin escuelas no hay patrias justas y felices!

Aquí, este 30 de junio debió ser una ocasión para escribir en el firmamento, con letras de oro, la palabra MAESTRO. Sin embargo, fue un día sin brillo. Los ajetreos, el calor, la política, las “operaciones” contra las corrupciones, el paso de los nuestros a la Copa Mundial de Fútbol Sub-20, le robaron los grandes titulares y los editoriales. Para los maestros dominicanos fue un día de silencios ingratos. Le negaron su fiesta.

Fue un día sin repiques de campanas, como se hacía en las escuelas rurales de mi época de estudiante. Pareciera que olvidamos las inmensas gratitudes que tenemos con una larga lista de maestros que pasaron por la vida de cada uno dejando huellas de humanidad.

Yo celebré su día. Yo recordé a todos mis maestros. En un rincón de mi casa cerré  los ojos y abrí el álbum de los recuerdos de siempre, incluyendo los recuerdos del futuro.  Traje a mí memoria todas las aulas en donde uno de los pupitres fue de mi propiedad. Desde mi primera butaca de primaria hasta la del doctorado.

Como si se tratara de un ejercicio de mindfullnes o de una oración centrante me volví solitario, pequeño, aprendiz, alumno, curioso, “iniciado”. Escuché de nuevo sus mensajes de bien tratando de recordar sus rostros y sus nombres. Y, principalmente, el momento en que cada puso su corazón en el lugar del mío.

Recordé sus frases favoritas. Su forma de caminar, de sonreír, de dar las clases. Su manera de considerar sagradas las “tareas”. Su estilo de escribir en la pizarra y hasta sus paternales y maternales reprimendas sin dejar de hacerme sentir que me amaban y que yo era importante para ellos.

Como quien despierta de un sueño “extraterreste”, tuve la sensación de haber tenido un encuentro amoroso con seres eternos. Pienso que entre los muchos cielos de Juan Salvador Gaviota hay un cielo especial para los padres y para los maestros porque  ellos están hechos de infinito.

Como quien lo celebra un viernes después, quiero hacer un homenaje en honor a todos los maestros dominicanos. Deseo compartir dos mensajes memorables. El de Julio Cortázar, el autor de Rayuela y otros tantos libros que hay que llevar en la maleta del alma, quien fuera un maestro graduado en Letras en la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta de Buenos Aires.

En su artículo “Esencia y misión del maestro”, publicado el 20 de octubre de 1939, en la Revista Argentina nos habla de la trascendencia de ser maestro. “Ser maestro significa estar en posesión de los medios conducentes a la transmisión de una civilización y una cultura; significa construir, en el espíritu y la inteligencia del niño, el panorama cultural necesario para capacitar su ser en el nivel social contemporáneo y, a la vez, estimular todo lo que en el alma infantil haya de bello, de bueno, de aspiración a la total realización. Doble tarea, pues: la de instruir, educar, y la de dar alas a los anhelos que existen, embrionarios, en toda conciencia naciente”.

Y el segundo homenaje: “La Carta de Abraham Lincoln al maestro de su hijo”. Abraham Lincoln fue el decimosexto presidente de los Estados Unidos. Introdujo medidas que dieron como resultado la abolición de la esclavitud y aprobó la Decimotercera Enmienda a la Constitución en 1865. A continuación adjuntamos una carta que escribió al profesor de su hijo en 1830. A pesar de que esta carta fue escrita hace más de 100 años sigue siendo una inspiración y parece que se fue escrita ayer.

 Querido profesor:

Mi hijo tiene que aprender que no todos los hombres son justos ni todos son veraces.

Enséñele que por cada villano hay un héroe, que por cada egoísta hay un generoso.

También enséñele que por cada enemigo hay un amigo.

Que más vale moneda ganada que moneda encontrada.

Quiero que aprenda a perder y también a gozar correctamente de las victorias.

Aléjelo de la envidia.

Que conozca la alegría profunda del contentamiento.

Haga que aprecie la lectura de buenos libros sin que deje de entretenerse con los pájaros, las flores del campo y las maravillosas vistas de lagos y montañas.

Que aprenda a jugar sin violencia con sus amigos.

Explíquele que vale más una derrota honrosa que una victoria vergonzosa.

Que crea en sí mismo, en sus capacidades, aunque quede solito y tenga que lidiar contra todos.

Enséñele a ser gentil con los buenos y duro con los perversos.

Instrúyalo a que no haga las cosas porque simplemente otros lo hacen; que sea amante de los valores.

Que aprenda a oír a todos pero que decida por sí mismo.

Enséñele a sonreír y a tener el humor cuando esté triste.

Y enséñele que a veces los hombres también lloran.

Enséñele a ignorar los gritos de las multitudes que sólo reclaman derechos sin pagar el costo de sus obligaciones.

Trátelo bien, pero no lo mime ni lo adule. Déjelo que se haga fuerte solito.

Incúlquele valor y coraje pero también paciencia, constancia y sobriedad.

Transmítale una fe firme y sólida en el Creador. Teniendo fe en Dios también la tendrá en los hombres.

Entiendo que le estoy pidiendo mucho pero haga todo aquello que pueda.

 ABRAHAM LINCOLN.