Acto I
Mientras conducía hacia la consulta escuchaba en la radio las declaraciones de la actriz Sally Field, de cómo fue víctima de su talento y maltratada por su exesposo Burt Reynolds.
Doctora: ¡Eso le pasa por ser buena y ganar el reconocimiento del público y varios Oscars!
Aunque el hecho de que las mujeres tengamos que pagar con la soledad el precio del éxito es una historia conocida, recordar las actuaciones de Sally Field y las consecuencias de su talento lo sentí como un puñal en el esternón.
Acto II
Ya en mi espacio de trabajo, un lugar donde debo controlar las variables (la más grande de todas las falsedades); entra Martina, de 67 años. Tiene cuarenta años de casada y 3 hijos. Demanda que le estreche la vagina porque su marido no siente nada.
Me atormenta todo lo que cuenta, lo que articula y lo que expresa su cuerpo. El patriarcado nos ha hecho creer que somos las culpables de todos los males. Incluso si nuestro marido o pareja nos es infiel, es por culpa de nosotras.
Martina: “Doctora, usted no se imagina, mi marido tiene que irse a buscar fuera lo que yo no le puedo dar. Él necesita una vagina apretada, como las de las jóvenes de 25 y 30 años, ya sabe usted que él no siente nada conmigo, incluso me dice que soy un tanque”.
Le pido que pare un poco y reconozca que decirle que ella es un tanque es un acto de violencia. Que, si bien es cierto que su vagina ha cambiado por los partos y el paso de los años, también el pene de él no es tan fuerte y grueso como 30 años atrás. Ella no escucha, entiende que es su exclusiva responsabilidad volver a tener una vagina apretada para que él se sienta bien.
Luego se vuelve a inculpar afirmando que se ha dedicado a los hijos; ha abandonado atender a su marido y no quiere perderlo. Que por favor la ayude a apretar su vagina.
Acto III
Entra Milly a consulta, una joven de 32 años, llena de vida y con una sonrisa que ilumina el día. Tiene unos miomas, tumores benignos en el útero que deben ser estudiados. Al evaluarla ella insiste en que está ancha, que su vagina no aprieta. Quiere una cirugía para estrechar su vagina. Con un único hijo, vía cesárea y unos músculos de la vagina tan tensos como le corresponde a su edad, no veo ninguna indicación para someterla a cirugía vaginal.
Le ofrezco la posibilidad de enseñarle los ejercicios para fortalecer el piso pélvico, o sea, los músculos de la vagina, y si no es suficiente referirla a una fisioterapeuta del piso pélvico. Todo esto antes de someterla a una cirugía sin indicación.
Ella es terca, considera que la aprobación de su pareja descansa en que ella esté lo estrecha que ella considera debe estar, quizás tan estrecha que le duela. Que no sienta placer, sino dolor. El cuerpo tiene razones que la razón no sabe.
La apropiación del sistema patriarcal del cuerpo de las mujeres, la validación de las mujeres en función a que el hombre la considere deseable, es un verdadero obstáculo para lograr la felicidad.
Acto IV
Antonia, de 42 años, no demanda cirugía. Viene a un chequeo ginecológico de rutina. Sin proponerse, empieza a llorar, y pide disculpas.
Antonia: “Doctora es que estoy pasando por un momento muy difícil. A mi esposo le ha salido una mujer con una niña de 6 años. No imagina lo mal que he estado. Por yo dedicarme a cuidar mi hijo, por no atenderlo como debería ser… ¡Estoy desesperada! Perdóneme doctora sé que no es su área, pero no paro de llorar.”
Para Antonia ella es la responsable de que su esposo haya estado con otra y tenga una hija con esa mujer. No cuestiona en lo absoluto el comportamiento de su esposo. Para Antonia, ella y solo ella, es la culpable.
¿Cómo terminó la obra?
En nuestro sistema de valores, nacer mujer es un factor de riesgo para morir en vida. Nos inoculan la culpa para inmovilizarnos. Nos hacen creer que todas las personas nacemos con el pecado original y es por culpa de las mujeres. La violencia psicológica es la cotidianidad ¡Hemos normalizado la violencia contras las mujeres!
O cambiamos los valores o nos pasaremos la vida sin disfrutarla, viviendo solo para cuidar y satisfacer a otros. Sin reconocer nuestro derecho al placer sexual. Sometiéndonos a cirugías innecesarias, con los riesgos que atañe, y asumiendo responsabilidades que no nos competen.
Quien quiera irse se va sin importar que tan estrecha es tu vagina o como luzcas.
Llego a la casa, y al terminar la novela de Elvira Lindo “Lo que me queda por vivir”, me voy en llanto.
Ser mujer duele, oprime, discrimina, es un factor de riesgo para no estar bien
¡¡Ser mujer me duele en el cuerpo!!