En la entrega anterior puse fin con una pregunta ¿cómo construir un proyecto de vida hoy y qué espiritualidad le daría sentido?
La literatura existencialista nos problematizaba con el tema lanzándonos la interrogante de si vale o no la pena vivir la vida, cuestión esta central en la filosofía. ¿Tiene algún sentido nuestra existencia? Muchos filósofos griegos dedicaron gran parte de sus vidas tratando de responder esta cuestión. De la misma manera, Buda como Lao Tse y Confucio, desde el mundo oriental, también se cuestionaban sobre lo mismo. Arthur Schopenhauer, en su visión un tanto pesimista, afirmaba que la existencia es sufrimiento, “si el sufrimiento no es el auténtico y verdadero fin de la vida, entonces nuestra existencia es lo más estúpido que puede pensarse”.[1] Desde una perspectiva distinta, Ignace Lepp en el prólogo de su obra Riesgos y osadías del existir, nos señala “Vivir con autenticidad verdadera significa para nosotros aceptar la condición humana con su exigencia de un perfeccionamiento creador; no resignarse pasivamente, sino aceptar activamente”.[2]
Definitivamente que el sentido de la vida es parte consustancial de la historia del ser humano. Es muy difícil vivir la vida sin el cuestionamiento sobre su valor, su sentido y significado.
En la psicología también este ha sido y sigue siendo un tema de gran importancia y relevancia. Para Viktor Frankl el sentido de la vida se define y organiza en relación con un determinado propósito y la responsabilidad por alcanzarlo. Su obra inspirada desde las peores de las condiciones, preso en los campos de concentración de la Alemania nazi[3], es una propuesta para su búsqueda. A propósito de ello él decía: “El hombre puede conservar un vestigio de libertad espiritual, de independencia mental, incluso en las más terribles circunstancias de tensión psíquica y física”. “El hombre no está completamente condicionado y determinado; al contrario, él decide si cede ante las circunstancias o se enfrenta a ellas. En otras palabras, el hombre se determina a sí mismo, no se limita a existir, sino que decide cómo será su existencia, en qué se convertirá en el próximo minuto”. Según él, “la búsqueda del sentido de su vida constituye una fuerza primaria, no una racionalización secundaria de sus impulsos instintivos”. Y es que “precisamente esa libertad interior, que nadie puede arrebatar, confiere a la vida intención y sentido”.[4] Fue su experiencia real y personal. Tal aseveración cobra especial relevancia con las palabras de Nietzsche cuando decía: “Quien tiene algo por qué vivir, es capaz de soportar cualquier cómo”.
De lo que se trata es, entonces, identificar el propósito y construir o asumir una espiritualidad que le proporcione soporte o base de sustentación. No olvide que al hablar de espiritualidad nos referíamos al conjunto de principios y actitudes que configuran la cualidad de una persona o de un colectivo. La espiritualidad, en ese sentido, nos viene desde adentro como una fuerza interna que nos impulsa a la acción, dándole un determinado sentido a nuestras vidas. Es decir, le proporciona un significado. Esta puede ser o no de naturaleza religiosa.
A lo largo de toda la vida como seres humanos siempre hemos puesto nuestra atención y nuestra mirada hacia el futuro. Visualizamos una vida distinta como persona y como colectivo. La utopía nos guía, nos genera formas de comprender el mundo y de actuar en el mundo. Revolucionan el presente como forma de negación de lo que nos impide ser y alcanzar la esencia de lo que somos. No por otra razón, en un mundo que nos cosifica, que nos ha convertido en “cosa”, que manipula nuestra conciencia y nuestros modos de pensar y actuar, que promueve en nosotros una suerte de anomia personal y social, y que, por lo demás, nos genera la sensación de sentirnos incapaces de enfrentar y cambiar esta realidad, lo que Seligman llama, indefensión o desesperanza aprendidas, nos refugiamos entonces en una suerte de esoterismo personal-colectivo, como forma de refugio.
La ausencia de proyectos sociales comprometidos con el bienestar colectivo, al mismo tiempo que el desarrollo de una cultura política clientelar y corrupta, han contribuido con el desarrollo de actitudes y comportamientos individualistas que refuerzan la negación de nuestra esencia como seres sociales.
Hace falta construir nuevas opciones y posibilidades que hagan resurgir en cada uno de nosotros las motivaciones y convicciones internas adormecidas que les den sentido a nuestras vidas, encaminándolas hacia nuevas posibilidades. Es precisamente el contenido que nos aporta Marcos Villamán en su extraordinaria obra “Trastocar las lógicas, empujar los límites: democracia y equidad”[5], en la que nos invita a “la necesidad de una recuperación de la dimensión ética como condición para la posibilidad de enfrentar con éxito los grandes problemas actuales”. Añadiendo más adelante: “para que esta interpelación tenga sentido deberá existir también el sentimiento y el convencimiento de que la situación es transformable por la acción de los seres humanos hacia formas de convivencia que se consideran más humanas y que se constituyen en finalidades compartidas, en horizontes, en utopías”.
¿Cuáles posibilidades, cuáles utopías? Quizás haga falta soñar y pensar en un mundo nuevo, en una nueva sociedad donde impere el bienestar colectivo; donde se forjen y promuevan nuevas maneras de relacionarnos, donde se desarrolle una nueva conciencia de ser en relación consigo mismo, los demás y el entorno; donde los recursos que se disponen desde los gobiernos se empleen para el desarrollo de las políticas sociales que hagan posible una vida distinta, penalizando muy duramente a quienes, en sus actuaciones, vulneren los principios fundamentales de la vida colectiva. Hacen faltas espacios de educación y formación en las escuelas, institutos y universidades, donde en el día a día, se vaya prefigurando la sociedad y el mundo en que queremos vivir guiados por una ética de la vida.
Recuperar la utopía es promover la cultura del servicio y del servidor, es la promoción del buen decir y del buen actuar en la vida familiar, comunitaria y social, es desterrar de una vez por todas el clientelismo y el nepotismo en las estructuras de los estados y de los gobiernos, es ensanchar la conciencia de que el planeta en que vivimos es nuestra casa común, como muy bien planteó el Papa Francisco en su carta encíclica Laudato SI´; es construir puentes de solidaridad y no muros de exclusión.
Recuperar la utopía y construir espiritualidades que nos impulsen al buen decir y al buen vivir, es tener escuelas limpias y seguras, higienizadas de los intereses políticos partidarios ajenos a ella, con un magisterio altamente formado, motivado y comprometido para que todos los niños, niñas y adolescentes, como los adultos que acuden a ella, aprendan: aprendan a conocer, aprendan a aprender, aprendan a vivir juntos y aprendan a ser, es decir, a construir una nueva conciencia como ser personal y social.
Recuperar la utopía pasa por la “conversión hacia una vida éticamente fundamentada, capaz de hacerse explícitamente cargo de los valores éticos que la soportan, que se dispone a confrontarlos con tolerancia y firmeza, y es capaz de transformación permanente con base a criterios de mejores condiciones para la defensa y el cuidado de la vida. Un ser humano animado por la Esperanza y la ilusión utópica de que la vida es construible por los seres humanos mismos”.[6]
Para ello es imprescindible recuperar nuestra “libertad interior, que nadie puede arrebatar” y que le “confiere a la vida intención y sentido”.[7]
Una vida con sentido, podría decirse, es aquella que se estructura sobre algo más elevado que nosotros mismos, y qué, mientras más elevado sea ese algo, por supuesto, mayor sentido tendrá nuestra existencia.
[1] Shopenhauer, A. (2018). Parábolas y aforismos. Alianza Editorial. España.
[2] Lepp, I. (1967). Riesgos y osadía del existir. Ediciones FAX. Madrid. España.
[3] Auschwix, Dachau y otros campos de concentración.
[4] Frankl, V. (2015) El hombre en busca de sentido. Herder Editorial, S.L. Barcelona. 3ª. Edición, 12ª impresión, 2020.
[5] Villamán, M. (2003). Trastocar las lógicas, empujar los límites: democracia y equidad. Instituto Tecnológico de Santo Domingo. República Dominicana.
[6] Villamán, M. Obra citada.
[7] Frankl, V. Obra citada.