Entre norteamericanos escuchamos con frecuencia la expresión “Hay un elefante en el cuarto”. Con ese modismo quieren referirse a un problema o hecho bien sabido, pero que nadie quiere darse por enterado; incluso cuando sea clave para resolver discusiones, clarificar dudas o descubrir mentiras. Es un paquidermo cargado de hipocresía, complicidad y temor que, estando a la vista de todos, nadie quiere verlo.
Observando entrevistas realizadas a personajes relevantes de esta sociedad, en su mayoría políticos, y deteniéndome en las preguntas formuladas, compruebo que – sea por simpatía, compromiso o miedo- terminan siendo complacientes. Pocos se animan a mencionar esos “elefantes” que llenan cabinas y salones.
El público que lee y escucha siente desencanto, comprueba que esos conversatorios se manejan utilizando el mismo rasero. En general, mansos, cimarrones, ladrones, honestos, o mentirosos, a los entrevistados se les ayuda a escapar de la picota y a esquivar cualquier esqueleto que guarden bajo llave. Mal servicio a la ciudadanía. Buen servicio a los políticos delincuentes que pudieran volver a gobernar.
Entre quienes ejercen en los medios audiovisuales, difícil es saber quiénes están siendo manejados tras bambalinas o a través de transferencias. Solo la astucia del lector, y de los consumidores de redes y canales, pueden llegar a identificar tendencias y servicios pagados: saben sacar el gorgojo del arroz. Pero esa es una tarea que no está al alcance de todos, pues los más ni son astutos ni están bien informados o, simplemente, rayan en el analfabetismo. Las mayorías pasan a ser s víctimas de la desinformación y, peor aún, de los intentos de santificar y maquillar a elementos de terrible historial.
Sin el menor remordimiento, se las arreglan una y otra vez para hacernos pasar como sopita de pollo cualquier potaje fermentado. Complacientes, hacen esfuerzos por limpiar y resucitar a personajes a los que siguen una fila de elefantes grises, tan larga como en un desfile de circo. Terminado esos programas o reportajes, esa caterva de antisociales que no claudican parecería que van seguidos por monaguillos y franciscanos. Al menos, eso pretenden.
He visto a través de YouTube, con satisfacción y envidia, un par de entrevistas realizadas a Vladimir Putin y a Pedro Sánchez. El primero, proclive a jugar con venenos y pócimas letales; el otro un pico de oro capaz de derribar argumentos y hacer tocar la retirada al mejor de los periodistas. Sin embargo, las peguntas fueron directas, duras, atrevidas. Desvelaron algunos elefantes que rondaban por el salón.
Ni el dictador Putin ni el demagogo de Sánchez brincaron de sus asientos, ni gritaron, ni agredieron. Simplemente, con mayor o menor molestia, contestaron como pudieron. Los entrevistadores cumplieron un orden bien pensado de preguntas relevantes, procurando informar y llegar a la verdad. Profesionales sosegados al servicio de la comunidad; de los que hay muchos por allá y pocos por acá.
En estos tiempos de campaña electoral, el votante dominicano necesita de buenos periodistas que sean capaces de mostrar las bondades y las maldades de los políticos; que ayuden a diferenciar entre unos y otros. Periodistas que no cobren por vendernos gato por liebre o por imponer simpatías sobre la realidad. Hombres y mujeres capaces de enseñarnos la trompa y el rabo de los elefantes.