El expediente sobre el caso denominado Medusa es aleccionador para todos los dominicanos. El Ministerio Público presenta un documento extenso y situado cuyo contenido compromete a los que aparecen como acusados. Periodistas y abogados profesionales han analizado aspectos centrales en el transcurso de la semana que acaba de finalizar e, indirectamente, les llama la atención a todos los ciudadanos. Le advierte a las familias y a las instituciones del país que hay mucho trabajo por hacer en el campo de la formación y del comportamiento ético.  La corrupción no es un mal exclusivo de la República Dominicana. Es un tipo de cáncer que carcome la dignidad de innumerables países, personas e instituciones. Este mal acompaña a la humanidad desde tiempos inmemoriales.  Por ello es necesario prevenir y prepararse para extirparlo en las acciones más simples de la vida cotidiana. La corrupción de cualquier tipo presenta tres rasgos que requieren atención sistemática: hurto, opacidad e hipocresía. La práctica corrupta es aliada natural de la rapacidad; y sus manifestaciones hay que reorientarlas en las fases evolutivas del ser humano. Asimismo, se ha de enfrentar la opacidad o crisis sostenida de falta de transparencia. Las manifestaciones de este rasgo son visibles y requieren medidas preventivas. La hipocresía es un rasgo que pulveriza la dignidad personal, institucional y social. Provoca un desdoblamiento de los actores que los lleva a vivir simulando. Esta acción genera pérdida de credibilidad integral.

La persona o la institución que opta por una práctica corrupta se va autodestruyendo progresivamente. Por más que pretenda aparentar bienestar, se va convirtiendo en un esqueleto humano o institucional, que cava su propia tumba y escribe su propia acta de defunción.  Por esto, las familias y las instituciones educativas tienen que establecer una alianza estratégica, alianza   para educar, no para reprimir. La educación es la vía pertinente para neutralizar la orientación a la corrupción. La educación familiar se debe reenfocar para que, desde pequeño, se pueda detectar la afición al robo, al ocultamiento de la verdad y a la doblez. La responsabilidad de extirpar la corrupción es un compromiso de todas las instituciones, públicas y privadas. Hay que desarticular, sin pusilanimidad, la corrupción que afecta al sector público y al sector privado. Esta última parece intocable, permanece velada.  En este escenario, los Ministerios de Educación y de Educación Superior, Ciencia y Tecnología, han de incentivar políticas educativas más efectivas para eliminar la corrupción en el sector educación y en la sociedad en general.

El Estado dominicano ha de comprometerse con más tesón y efectividad en la lucha anticorrupción. Los bienes que pertenecen a todos no pueden ser dilapidados por delincuentes de cuello almidonado; tampoco por los ciudadanos más sencillos de la sociedad. De igual manera, es necesario fortalecer la educación de las familias. Estas necesitan estrategias para prevenir la gestación de corruptos capaces de asumir la transgresión de las leyes como una cultura. Urge una ruptura cotidiana con la corrupción. Es insostenible la indiferencia y la inacción ante este problema. Unámonos para fortalecer esta causa. Hagamos de la vida cotidiana una experiencia de aprendizaje a favor de un comportamiento digno y noble.