Celebramos con profunda admiración la vida, la valentía y el trabajo de las mujeres, especialmente de las dominicanas. Todos los días son de la mujer; pero, el 8 de marzo adquiere fuerza y un color muy particular. Los rasgos que forman parte del ser de la mujer son multidimensionales. Por ello, en este artículo la mujer se piensa desde la capacidad de resiliencia que muestra; y desde el poder que tiene. Para muchos, resulta contradictorio identificar a la mujer con el poder. La consideran tan débil y dependiente, que no admiten las manifestaciones de ese poder. Si se traza una ruta para auscultar sus movimientos y acciones en la vida cotidiana, se constata su creatividad para resolver problemas, para responder a desafíos cotidianos y más allá de la cotidianidad.

La naturaleza de las problemáticas es diversa; una, propia de la vida ordinaria; otra, articulada a los cambios que movilizan al mundo. La mujer enfrenta con estilo resiliente problemas domésticos, académicos y científicos. De la misma manera, les da el frente a nudos críticos en las empresas, en los compromisos laborales y sociales. No se amilana ante los bloqueos característicos de una sociedad marcada por la cultura y el dominio patriarcal. Mantiene una postura decidida para alcanzar las metas que se traza; y para responder con el equilibrio y la inteligencia que el mundo actual demanda. La fuerza de su resiliencia potencia su capacidad de análisis y de interpretación de lo que ocurre en su entorno. Se vuelve una persona más astuta, despierta, para identificar oportunidades de aprendizaje.

La mujer resiliente no se deja intimidar, actúa para transformar las situaciones difíciles. Por ello se convierte en formadora para el cambio de experiencias que bloquean el desarrollo integral de los sujetos. Asume un rol proactivo; y, a pesar de las dificultades, demuestra valor para colocarse por encima de los problemas y continuar adelante sin temor alguno. En este sentido, la mujer se compromete con la reconstrucción de su propia historia. Este proceso la fortalece no solo para pensar y hacer por su propio avance; por el contrario, se abre a una acción comprometida con el avance colectivo. Esto no solo se observa en la esfera doméstica; se visualiza en situaciones que trascienden su entorno inmediato.

Esta postura resiliente refuerza el desarrollo integral de la mujer y hace que sus aprendizajes sean duraderos. Por ello la mujer construye un pensamiento más abierto; su mentalidad se libera de  prejuicios, mitos y ambigüedades que obstruyen la madurez personal, política y social. En esta misma dirección, fortalece su libertad para tomar decisiones que reorienten las vicisitudes propias y de los contextos en los que habita y actúa. La mujer dominicana enorgullece a la Nación, por poner su capacidad de resiliencia al servicio del desarrollo de todos, por negarse a vivir con estilo egoísta la diversidad de capacidades que la habitan.

El poder de la mujer, para diversos sectores sociales, políticos y religiosos, es una falacia. Estos sectores consideran que la mujer es un ser tan sensible, tan fragilizado, que en su constitución solo se puede encontrar debilidad e impotencia. Es un ser tan dependiente, que requiere una contraparte fuerte que le ofrezca soporte y le complete su identidad. Pues no. La mujer es un ser con un poder que ha de ser admitido y reconocido. Este reconocimiento ha de tener como punto de partida a la mujer misma. Es la primera que debe dejar de dar lástima y de acentuar la victimización que sectores de la sociedad, incluyendo medios de comunicación, proclaman y difunden.

Este poder no se agota en el pensamiento y en la acción de la propia mujer, sino que trasciende sus intereses, por el impacto que produce en los escenarios en los que se mueve e interviene. Se observa este poder en su capacidad para tomar decisiones en contextos adversos y ordinarios. Mujeres sin fronteras para resolver en lo económico, en lo político, en lo social; incluso en el ámbito militar, en el eclesial y el empresarial, en los que, por competencia encubierta, se infantiliza a la mujer, se la reduce a un último plano. Algunos indicadores de este poder no dejan mentir a quienes no solo lo valoran, sino que trabajan para afirmarlo y desarrollarlo.

Las manifestaciones de este poder se visibilizan en su capacidad para crear entornos marcados por el diálogo, la defensa y el reconocimiento de derechos. La mujer evidencia capacidad de escucha y de respuestas a situaciones y ambientes convulsos; contribuye así a la puesta en acción de las mejores actitudes y propuestas de un ser humano integrado. Su capacidad para tomar posición frente a hechos cotidianos y extraordinarios que atentan contra la integridad personal, institucional y social, constituye una expresión de poder transformacional. Es un poder para ser ella misma, así como los sujetos y contextos con los que se relaciona.

Es el poder de intuir, de proponer y de emprender proyectos, programas y procesos para fortalecer a la persona como ser; y no solo como objeto del hacer. Este poder la hace partícipe de una capacidad extraordinaria para aprender de los problemas y aplicar estos aprendizajes con una visión y acción más autónoma. Por todo esto y más, la mujer es un ser humano que no solo es útil y necesario en la sociedad; es un sujeto del que no se puede prescindir, si se quiere avanzar en procesos humanos, inteligentes y con sentido transformante.