En la vieja tradición griega el emblema del cínico es el perro de Kúon que representaba la desvergüenza total. Por eso no es de tonto llamarlos vulgares, golfos o en términos despectivos tildarlos de “perros vagabundos”. Los cínicos fueron acusados de que solo se guiaban por sus instintos, y el de no estar vinculados a la sumisión. En el entramado cultural occidental son aquellos que se mofan de las penas y preocupaciones de la vida. En la prosa literaria, ellos o ellas evitan la seriedad y le encanta moverse con el sarcasmo y la ironía.

En este campo, Diógenes fue notable por sus drones voladores cargados de explosivos contra los filósofos griegos, tradiciones y formas ideológicas que alzaban monumentos teóricos de carácter ascético e indiscutible. Él filósofo se burló de esa aparatosa vanidad de las ideas y por supuesto de los tabúes patrióticos.

Es claro, para el pensamiento occidental, que Diógenes es hijo legítimo del pensamiento socrático. Aunque el viejo Platón, lo catalogo como un Sócrates enloquecido por sus hipérboles. Y hasta los epicúreos rechazaron el modo de vida de los cínicos. En pocas palabras, después que aparecieron los cínicos, ni la filosofía, ni la literatura pudieron ser las mismas. La ironía se esparció como un torrente de sangre menstrual directa de  la matriz cínica.

En cambio, los modernos, dicen que los cínicos son los que construyeron una narrativa erótica.  Ellos, establecen que los “desvergonzados” eran buenos acróbatas y que saltaban como marionetas enrostrando sus discursos impúdicos. Los ilustrados, lo acusaron de estar vinculados con la producción de relatos sexuales y subversivos, y aun hoy, se sigue esa tradición. En este marco decían que la filosofía de Antístenes y de Diógenes fue la plataforma que sostuvo  una perspectiva mordaz y creativa contra la sociedad.

En este campo, Diderot fue uno de esos ejemplos. Él desarrolló una escritura crítica con un lenguaje mordaz, tal como se leen en su trabajo escritural que llamó: “El sobrino de Rameau”. Y luego le siguió Nietzsche, llevando el cinismo, a una crítica de la sociedad con sus aforismos y punzantes ideas sobre los límites de la verdad.

Los resultados de la Encuesta de Cultura Democrática del MEPyD ofrecen datas que asustan.  Una de ella fue que el 32 % de la población dominicana, le da lo mismo, un sistema democrático y que prefieren un sistema no democrático.

Leyendo a García Gual y  Laercio en su texto que titularon: “La secta del perro. La vida de los filósofos cínicos” publicado en Alianza, encontré la belleza de las narrativas de esos pensadores griegos, de las cuales todos y todas hemos bebido y saboreado su agridulce manzana.

Estos escritores nos dicen que son los cínicos griegos, fueron los primeros que denunciaron la falta de libertad y de autonomía de los individuos frente a la familia, la ciudad y la moral de compromiso. Por eso cuando leí a Sloterdijk  en su obra: “Normas para el Parque Humano,” me encanto su particular manera de escribir, porque en este trabajo, como en otros de su autoría, su lenguaje es el cinismo. De verdad que me encantó este alemán, no se dejó impresionar del lenguaje de la tradición filosófica y rebotó todas las canicas académicas, a otra calle.

En la actualidad estas reivindicaciones son muy manidas, entre los jóvenes, activistas, feministas y todos los movimientos reivindicativos por los derechos civiles, humanos y de la tierra interpretada como persona. Pero muchos, no tienen ideas sobre ésta generación de subversivos filósofos perrunos que irrumpieron en la plaza griega y que en el siglo XX arremetieron en la universidad, en los pasillos del congreso demandando el derecho al aborto, a códigos más humanos y abiertos para todas las identidades que pueblan la tierra.

El cinismo aporta un estilo irreverente en el discurso y propone invalidar todo aquello que intenta seguir con la metáfora del amo y el esclavo. El acento del cinismo es reírnos de todas esas perspectivas que pretenden dar respuestas verdaderas, a las cuestiones de la vida, la política, la guerra, la crianza, en fin, lo que llamamos, la razón moderna.

Hoy estoy mirando desde mi balcón, como la ciudad se expande y se impregna de un autoritarismo mostrenco que quiere imponer ideas de gobernanzas desfasadas. Estas ideologías cerradas, recurrir  a una caricatura de papel, la idea de que un jefe o líder tipo Trujillo o Hitler sea el que resuelva, los problemas de las cosas públicas es parte de un proyecto de sociópatas y de genios alienados en la soledad de su tetera. Por eso me sorprendieron los resultados de la Encuesta del Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo.

Los resultados de la Encuesta de Cultura Democrática del MEPyD ofrecen datas que asustan.  Una de ella fue que el 32 % de la población dominicana, le da lo mismo, un sistema democrático y que prefieren un sistema no democrático. Por otra parte, señala un 34 % de las personas encuestadas dice que la igualdad es nuestro principal problemas como sociedad democrática. Es decir no tenemos la plataforma ni empujamos la igualdad. A pesar de tantos discursos sin sustancias. Estos datos, ni poniéndolo en una estufa para calentarlo pueden beberse con calma.

Está claro para la población encuestadas, que en este país, hay graves problemas en la gobernanza y en los derechos ciudadanos. En este sentido me pregunte en términos filosóficos si se sería bueno, formar una jauría, para salir a la calle con una buena narrativa perruna, para romper desde cualquier ángulo, el relato antidemocrático y de esta sentida desilusión sobre el espíritu libertario.

Es evidente que los cínicos me pueden dar respuestas para romper el rigor hermenéutico autoritario y servil en el que se refugia la academia, los tratadistas y políticos conservadores. En el horizonte crítico, volver a los filósofos perrunos puede impulsar la irreverencia, la lucha social con una humildad agresiva. En definitiva los dientes y boca babeantes de los perros locos,  todavía tienen algo que decir a la sociedad dominicana. No me niego, a formar parte de esa jauría que todavía tiene la instrucción de facturar con un discurso que acentúa a la generación de sabuesos que puede recuperar la plaza pública.