He empezado a releer lo que te escribí hace tres años

desde el principio de la pandemia. Las palabras

son vívidas, inquietantes. Despiertan el espíritu

y me asustan. Son como las vitaminas. Entran

en el torrente sanguíneo y empiezan a circular.

El cuerpo se convierte en el beneficiario.

Y la historia. ¿De dónde vienes? ¿De tu madre?

¿De la lectura y la escritura? ¿Del beso de tu novia,

el que tuviste cuando escribías al ritmo de la lluvia

durante la estación lluviosa? ¿De tus amores y pérdidas?

¿Qué vas a hacer cuando descanses? ¿Cuando elijas

a tu pareja, tu trabajo, y no haya vuelta atrás para siempre?

¿Qué significa para siempre? Siempre las palabras me hablan.

Están vivas y no morirán. En el funeral de mi carne serán recitadas.