Magnifica resultó ser la presentación sobre la reforma policial durante “La semanal”, presidida por el presidente de la república. Es innegable: ningún gobierno había acometido esa tarea con tal firmeza y dedicación. El proyecto fue explicado detalladamente. Se permitieron preguntas a los periodistas.
Escuchando al Licenciado Tulio Castaño Guzmán describir el deterioro que han enfrentado, y a la profesora Mu-kien Sang explicando el proyecto educativo (ambos miembros de esa comisión para la reforma policial a la que debemos estar muy agradecidos), comenzó a rondarme, cual mosca impertinente,una pregunta.
El Licenciado Castaño Guzmán describió con pasión y disgusto el desastre encontrado en la institución: falta de equipamiento, cuarteles como pocilgas y falta de ellos, empobrecimiento del parque vehicular y, en fin, una quiebra vergonzosa; parecería como si un ciclón hubiese estado azotando las estructuras policiales por décadas. De paso, mencionó que, por primera vez, la Cámara de Cuentas auditó sus administraciones.
La profesora Mu-Kien Ben, detalló los programas educativos y la renovación y adquisición de nuevos planteles. Acentuó el seguimiento que se dará a las nuevas promociones de agentes del orden público.
Entonces, hablo el presidente sobre la necesidad de promover una “cultura de paz”. Acertada propuesta, puesto que sin modificar los defectos de cualquier cultura es harto difícil cualquier renovación.
Pero existe otra cultura a modificar, pues de persistir debilitaría el proyecto transformador. Es “la cultura de corrupción”, arraigada entre la oficialidad y los agentes policiales desde su fundación; personal que vienen operando sin un auténtico REGIMEN DE CONSECUENCIAS. Consecuencias que impliquen sometimiento y cárcel, no remociones y retiros pagados.
Constituye un incentivo a esa tradición de saqueo en beneficio propio, la ausencia de un régimen de consecuencias. Peor aún, tiende a diluir cualquier lección de ética aprendida en la academia.
Si jóvenes oficiales y conscriptos no verifican que aquellos responsables de destrozar su institución, del pillaje- meridianamente descrito por el vicepresidente de FINJUS-, sufren el escarmiento debido por parte de la justicia, se aumentarían las posibilidades de que ellos se comporten de manera similar.
Esas auditorias sin consecuencias, abundantes en esta sociedad, llevan un mensaje claro y preciso: “Hazte rico que no te pasará nada”. Sin temor al castigo, la sed de riqueza- que a todos puede llegar en posiciones de mando- tiene un camino abierto para saciarse sin parar en mientes.
En estos días me comentaba un chofer, inteligente y agudo como el que más, que en nuestro país existen más generales millonarios que empresarios. Razonó de esta manera: “Un jefe de policía a los dos años es millonario, pero un empresario honesto necesita a veces dos generaciones para hacer fortuna”. Puede que exagere, pero su razonamiento no está lejos la verdad.
La justicia no se ha interesado por presidentes ni por antiguos jefes policiales; de esos que andan por ahí libres de culpa, seguros de trasmitir a su descendencia lo acumulado en el saqueo.
Pero debo volver a esa pregunta que me asedio con impertinencia enterándome de la reforma policial. Es la siguiente: ¿Existe algún acuerdo en esa histórica reforma con el encabezado de “Borrón y cuenta nueva”?
De existir, la ardua y generosa labor de los comisionados y la iniciativa del presidente Luis Abinader, apenas rozaran la costra centenaria de la cultura de corrupción existente. Quizás se debilite, o no sea tan descarada; pero sin duda volveríamos a tener oficiales y clases metiendo mano y delinquiendo junto a delincuentes.
Si toda esa gente de entrega y espíritu cívico no coloca una cuarta columna en su diseño, titulada “Régimen de consecuencia”, demos por descontado que, tarde o temprano, la reforma mostrará su talón de Aquiles. Sería penoso, pues ellos y nosotros merecemos la más exitosa de las reformas policiales.