Tenía semanas sin escribir aquí. Entre tantas razones, en un momento sentí que me movía mucho la indignación excesiva ante los constantes casos que la sociedad misma pare, de injusticias, de violencia, de anti valores, atrocidades y sucesos que no se explican o que uno antes solo los veía en películas o fuera de este país.
Padres que hacen daño a sus hijos; madres que maltratan niños; un hombre que mata a su mejor amigo; hombres que matan mujeres y peor aún, mujeres que también están matando a los hombres cuando se resisten a su compañía; gente que mata por envidia. En algún momento sentí que todo me indignaba y no me gustaría que esta columna, concebida como una Comparsa, se convierta en un muro de lamentos, pero qué difícil me la pone la situación.
Hoy, el asombro, la impotencia y la pena me invaden y ocupan esta Comparsa. Dos casos de violencia intrafamiliar se vieron en las noticias esta semana. Tamara Martínez y Amelia Alcántara, dos mujeres con presencia en la farándula y en redes sociales, ambas víctimas de violencia, cada una desde una realidad muy distinta, pero bajo el mismo patrón de las víctimas. La primera presa del miedo que paraliza y que ve en el silencio la salida más fácil; y la segunda, en un estado de negación tan grave que ha salido a justificar y hasta a defender al agresor.
Ha sido vergonzoso escuchar entre los argumentos de la defensa que aquella agresión captada en video en un espacio público, se califique como un “pleito de marido y mujer”. Ese intento burdo de normalizar un puñetazo, es sencillamente indignante y además fuera de la realidad. No es cierto que los matrimonios se agreden ni las relaciones de afecto estén concebidas para el maltrato.
Salir de ese círculo de violencia, del ambiente de manipulación en el que uno se cuestiona hasta sus propias razones y juicio, no es que sea una decisión tan fácil. Implica un compromiso muy serio con uno mismo, tanto hombre como mujer, y un empuje que involucra a todo el entorno en esa determinación. Lograr que tu palabra sea escuchada y validada ante los argumentos de un narcisista abusador, la mayoría de veces también golpeador, no es una tarea sencilla, requiere demasiado valor y coraje. Especialmente ante un sistema que sigue teniendo fallos y vicios en su práctica. Y ante un sociedad que más que ayudar, muchas veces hasta sin saberlo, se ocupa mucho de juzgar y apostar al aguante y al sufrir callados.
Es más, reconocerse uno mismo como víctima de cualquier tipo de violencia, tampoco es un asunto sencillo.
El caso de Tamara me conmueve. Veo en ella el drama de una mujer trabajadora y madre vulnerable, y de otro lado, el drama de una hija que se traduce en el sufrimiento de sus propios hijos y también de la madre de ella, que impotente clama y teme por la vida de su hija.
El caso de Amelia a mí, como mujer, me despierta mucha lástima. Más que por ella, porque a fin de cuentas esa es una decisión personal que ella asume con sus consecuencias y que ya se deliberó ante un tribunal, por las miles de mujeres que despiertan todos los días indecisas de si poner fin o no a su ciclo de abusos y maltratos al que les someten la pareja, con la muerte respirándole en la nuca y con la vida a merced de una rabieta de quien entiende que del otro le pertenece hasta el derecho a existir.
Tengo mi fe puesta en que la justicia hará lo propio en el caso no solo de Tamara, sino de todas las mujeres que se arman de valor y deciden denunciar los abusos a los que son sometidas. Que la tragedia no llegue a quienes deciden callar o, como Amelia, hasta defender a su agresor, sea por miedo, por ceguera o por aguante. No hace falta que muera una más.
Rechazo totalmente todo indicio de violencia, venga de quien venga, sea hombre o mujer. Mientras, sigo apostando a la educación en casa. A reforzar los vínculos, a criar mujeres valientes y hombres de respeto. Abrazo a todos los hombres y mujeres de valor que con tanta entereza deciden poner fin al miedo y al maltrato y no se cansan en el proceso. Estar vivos siempre será la mejor decisión. Además, nadie que te quiera tanto te quiere ver muerta, mujer.