Su ilusión por dentro reverdece el dulce temor de la inocencia y la gota deslumbrante del silencio,
el arpa espesa trasmutada en el verso
y su invisible frescor de paraíso unánime
en el soplo ingenuo y el resplandor inmóvil,
en el espacio como decorado de nada contra el fuego;
penetra mis sentidos con el salvaje aroma de la bestia efímera
que huye en el bálsamo de la blasfemia ausente.
Me aferro desdichado a la púrpura estrepitosa de su cabellera.
XXIII
Cautiva en la vidriera de su cuello helado
el torrente colérico de la danzante,
desfallece entre las confusiones del rumor,
las pestañas perfumadas bajo el trueno
sirenado de las flores ahítas de malévolos
y vanos perfumes en destrucción y espanto.
XXIV
De las dóricas fuentes
marmóreas del rumor
brota un acorde amor.
XXV
Ella asciende
y fija vértigos.
XXVI
La embriagante
ungió los frutos,
ahíta y plena.
El oro y la esbeltez
del vómito y la simetría.
Ubérrima apariencia
de la equilibrista.
Aquella noche la ilusión
de su perfume reordenó.
XXVII
Afuera, la hecatombe encendía todo viento.
Sólo él, el ángel de la destrucción, evocación afiebrad de lo virginal, crucifijo sangrante de la luz, había ingresado desde el sur sembrando el pánico y la desolación en la despavorida.
La fétida visión que acopla el péndulo
sobre el telón y la serenidad,
raya su corpiño disperso en el horror de las lágrimas y el pálido cristal del pus del ángelus.
XXVIII
Línea difusa de la instantaneidad vacía,
amplitud solitaria del estremecimiento,
reposo y oprobio del acto atravesado por la aurora.
Entre risas, soltó su culpa la trascendencia del deleite
y la fatiga, en el trazo perfecto de su gesto.
Vacilación lanzada en el rumor
tumbado del sonido murmullo de la cicatriz.
Descolgada del principio, arcano de los vicios y el Tarot,
calladamente intacto al bordear del destino,
ascendiendo en eormento silencioso por el párpado
su carácter activo, bailarina suplicante,
alabanzas de Teseo,
despoja y frena los presagios,
la inhábil reliquia de la duda.
XXIX
Qué fue de ti delicada y blanquísima
veneranda y celeste de inmaculados despojos.
¡Furioso desdén, íncubo deseo!
Mirabas fijamente el desierto fulgor
como ardida libertad encarnecida.
Inmóvil, dichosa fugitiva…
Halando el pálido miembro de tu cuerpo.