Es difícil encontrar una muestra más dolorosa de las consecuencias del medievalismo mental y la irresponsabilidad de nuestras autoridades e iglesias que lo ocurrido en el año 2016 con las embarazadas que contrajeron el zika. Sabiendo muy bien cuáles serían las consecuencias, porque ya se conocía la experiencia de Brasil, las autoridades de salud dominicanas se limitaron a exhortar a las mujeres a no quedar embarazadas, exhortación que tristemente no se acompañó de un programa amplio y gratuito de distribución de anticonceptivos en todo el territorio nacional. Esto en una época en que las boticas populares no vendían píldoras anticonceptivas ni condones, y en un país donde el aborto no se permite en ninguna circunstancia, donde las escuelas no enseñan educación sexual y donde los servicios anticonceptivos son muy insuficientes.

Como ya argumenté en su momento, estaba claro que ni el Estado ni las iglesias se iban a hacer cargo de los niños y familias a quienes sus políticas desalmadas condenaban a décadas de sufrimiento. Porque es mucho más fácil hablar plepla sobre la defensa de la vida que hacerse cargo de esta después de nacida, sobre todo si va a necesitar cuidados 24/7 y costosas atenciones médicas en un país donde los sistemas de salud, tanto público como privado, son una vergüenza. Por eso, y porque la mayoría de ellos nacieron en familias pobres, de los niños del zika no se ha vuelto a hablar.

Para octubre del 2019, el Ministerio de Salud registraba al menos 300 bebés microcefálicos a consecuencia de la epidemia. Es posible que muchos más nacieran con los efectos del Síndrome Congénito del Zika (SCZ) dado que, como señalan los investigadores brasileños, “[a]lgunos bebés nacidos de madres con infecciones de zika tenían cabezas de tamaño normal y no causaron preocupación hasta que comenzaron a perder hitos básicos del desarrollo, y las exploraciones revelaron que no tenían estructuras clave en el cerebro o tenían una calcificación grave del tejido cerebral”. Sobre estos niños las autoridades de salud no han dicho ni pío, por lo que solo podemos hablar de los bebés microcefálicos que fueron detectados por el sistema.

 

Además de severísimas deficiencias cognitivas, los niños microcefálicos presentan una gama de síntomas y condiciones. “Muchos tienen problemas auditivos y visuales importantes. La mayoría de ellos han necesitado implantes de sondas de alimentación porque no pueden tragar. Son hipertónicos, con los brazos y las piernas agarrotados por músculos excesivamente contraídos. Muchos se someten a operaciones de cadera porque sus articulaciones se malformaron al crecer. Tienen toda una serie de defectos cognitivos… En su mayoría, se detuvieron en el desarrollo motor e intelectual a los seis meses”.

 

En RD no sabemos con exactitud cuántos niños nacieron con el SCZ, cuántos han muerto, ni cuántos sobreviven actualmente ni con cuáles síntomas, porque las autoridades de salud no parecen dar seguimiento al asunto. La principal fuente de información disponible es el estudio de UNICEF-OXFAM del 2018, el cual indica indica que el 73% de los niños de su muestra presentaba problemas visuales, el 71% contractura o rigidez en brazos y piernas, el 59% dificultades para tragar y a nivel digestivo (reflujo, vómito, tos, babeo excesivo, dificultades para evacuar), el 49% dificultades respiratorias, el 47% convulsiones o epilepsia, el 49% llanto excesivo por dolor u otra razón, entre muchos otros problemas.

 

Además del sufrimiento permanente de los niños, parte el corazón ver el impacto de esta situación en los hogares y en particular en las madres, que son por mucho las cuidadoras principales. Son ellas las que, a pesar de la enorme carga económica que supone la atención de estos niños, tienen que abandonar el trabajo remunerado para cuidar de ellos (lo que obliga a muchos maridos a buscar un segundo empleo). “El 64% de los entrevistados considera que las personas que se encargan del cuidado del niño o niña con SCZ en la familia ha tenido que sacrificar sus estudios; un 74% ha sacrificado su ocio y diversión, mientras que 64% ha tenido que sacrificar su trabajo”.

 

Entre las estrategias de los hogares para hacer frente a los gastos médicos de los niños, Unicef-Oxfam señala que el 46% tiene que pedir dinero prestado a familiares o amigos, el 33% acude a préstamos con interés, el 24% ha tenido que empeñar bienes y los que tenían ahorros los han agotado. Uno de cada tres hogares de la muestra ha reducido sus gastos de alimentación y el 70% ha reducido otros gastos del hogar. A pesar de estos y otros sacrificios, la mayoría de hogares no puede cubrir ni siquiera los gastos básicos para la atención de los niños, como la compra de costosos medicamentos anticonvulsivos. Solo el 9% de los niños ha recibido medicamentos para paliar el llanto excesivo por dolor u otra razón, y sólo el 5% ha recibido medicamentos contra la espasticidad o los problemas de tono muscular, sin contar los que no tienen acceso a aparatos ortopédicos, lentes, aparatos de audición y procedimientos quirúrgicos. El estudio no indagó el porcentaje de hogares que puede costear el uso permanente e indefinido de pampers, sillas de ruedas, sondas gástricas, etc.

 

Los niños del zika ya no son bebés. La cohorte del 2016 alcanzó los seis años y dentro de poco tiempo llegarán a la pubertad y pesarán más que las madres, que ya no los podrán movilizar ni mucho menos cargar. Con el paso del tiempo su calidad de vida seguirá empeorando sin que nadie se acuerde de ellos, víctimas olvidadas de la cobardía de los políticos y de la trifecta inmoral de la Iglesia: ni aborto, ni educación sexual, ni anticoncepción.

 

Esto es lo que pasa cuando la sociedad relega a las mujeres a una ciudadanía de segunda clase, negándoles la autonomía reproductiva necesaria para tomar decisiones sobre sus vidas y destinos. ¿Cuántas de las mamás del zika hubieran elegido llevar sus embarazos a término si hubieran conocido los sufrimientos interminables que le esperaban a sus hijos? ¿Cuántas parejas hubieran evitado embarazarse en la época de la epidemia de haber contado con la información y los medios necesarios para hacerlo? Y lo más importante, ¿cuántos clérigos y políticos hubieran puesto en práctica su prédica, de haberles tocado a ellos esta desgracia, en vez de a mujeres y a familias pobres?