En los próximos meses empezaremos a ver los primeros nacimientos de niños microcefálicos en el país a consecuencia de la epidemia del Zika, que probablemente se está difundiendo con más rapidez de lo que indican las cifras oficiales. El último boletín del Ministerio de Salud habla de 536 embarazadas diagnosticadas desde el inicio de la epidemia, de las cuales 81 corresponden a la última semana de reporte (29 mayo al 4 de junio). Pero la evidencia anecdótica sugiere que muchos casos de Zika no presentan síntomas importantes y por tanto no llegan a los centros de salud. Esto, sumado al subregistro que caracteriza nuestras estadísticas sanitarias, probablemente esté ocultando la verdadera magnitud de la epidemia. En otras palabras, aquí nadie sabe cuántas mujeres darán a luz niños severamente discapacitados por la microcefalia y otros daños neurológicos causados por el Zika.

Lo que sí sabemos es que lo único que les ofrecen las autoridades de salud a las mujeres dominicanas es la exhortación a que eviten embarazarse mientras dure la epidemia, ignorando, claro está, el gran número de embarazos que son producto de relaciones sexuales forzadas, así como los altos índices de necesidad anticonceptiva insatisfecha que reportan los estudios. Vista la pésima calidad de los servicios públicos de salud reproductiva -ejemplo patente de lo cual es que las boticas populares no vendan anticonceptivos y condones-, la recomendación del Ministerio suena como una burla cruel.

Igualmente cruel suena aquello de que el Ministerio “da seguimiento” a las embarazadas que han sido diagnosticadas con Zika. ¿Se puede saber para qué? Porque si se confirma que el feto es microcefálico, a las embarazadas no les van a ofrecer la opción de abortar, al contrario: la supuesta vigilancia de las autoridades probablemente actúe como un disuasivo para que ellas tampoco se atrevan a procurar una interrupción ilegal por su cuenta.

Y una vez que empiecen a nacer los bebés afectados, ¿qué asistencia les van a ofrecer las autoridades a ellos y a sus madres? ¿Acaso van a crear programas de salud especiales para atender las complicaciones asociadas a los terribles daños cerebrales que produce el Zika? ¿Van a solventar a perpetuidad los gastos en medicamentos y otros tratamientos médicos que requerirán? ¿Van a establecer guarderías especiales para atender a estos niños mientras sus madres salen a trabajar? ¿Se van a hacer cargo de las necesidades económicas y de salud de los que logren sobrevivir hasta la adolescencia y la adultez?

Habría que preguntar lo mismo de las iglesias, esas que proclaman incansablemente su devoción por La Vida, en cuyo nombre sustentan el chantaje moral y político que impide la despenalización del aborto. ¿Van las iglesias a hacerse cargo de esos niños horriblemente discapacitados que tanto dicen amar? ¿Harán más llevaderas las vidas de interminables sufrimientos que les espera? ¿Apoyarán económicamente a las familias, y sobre todo a las madres, que tendrán que dedicar sus vidas a cuidar de ellos?  Por supuesto que no. A las iglesias la vida que les preocupa es la intrauterina, lo demás es pura palabrería –como ha evidenciado una y otra vez el comportamiento vergonzante de la Iglesia católica frente a la pederastia sacerdotal-.

En nuestro país la maternidad sólo se reconoce, y de la boca para afuera, el último domingo de mayo. Los otros 364 días del año están para que las familias, y sobre todo las mujeres, asuman ellas solitas la responsabilidad por los hijos. Ya nos dice la última ENDESA que el 40% de los hogares dominicanos están encabezados por mujeres y que menos de la mitad de los menores de 15 años vive con ambos padres. Y como si la pobreza, los pésimos servicios sociales y de salud, y la ilegalidad del aborto no fueran suficientes, ahora nos enteramos de que en Brasil y otros países afectados por la epidemia muchas mujeres están siendo abandonadas por sus maridos cuando los bebés nacen microcefálicos o cuando los estudios revelan que nacerán con esa condición.

Y frente a este panorama desolador, nuestro Congreso se prepara para aprobar nuevamente un Código Penal que prohíbe el aborto sin excepción o que, en el mejor de los casos, solo dejaría abierta la eventualidad del “Estado de necesidad”. Ni siquiera se está contemplando la despenalización del aborto cuando el feto presenta lesiones extremadamente severas, como las que produce el Zika (que no es lo mismo que la excepción por inviabilidad fetal, que fue la formulación incluida en la última ronda de debates). La ceguera ética, la arrogancia machista y la irresponsabilidad social con que congresistas y clérigos abordan la cuestión del aborto tendría que causarle horror e indignación a todos los dominicanos con un mínimo de criterio. Tendríamos que estar protestando masivamente en las calles, en las redes sociales, en los programas de radio, en las universidades y en las plazas.

La prohibición del aborto, aún del terapéutico, muestra la cara hipócrita y cruel del fanatismo religioso que pasa por moralidad en este país. Es la cara de una clase clerical, exclusivamente masculina, en componendas con una clase política, mayoritariamente masculina, que se arroga el derecho de obligar a las mujeres a parir aún a costa de su salud, aún cuando el embarazo sea producto de violación sexual, aún cuando asumir una maternidad indeseada signifique renunciar a estudios, profesión y proyecto de vida.

Y lo peor es que se lo permitimos. Porque somos nosotros, ciudadanos de este país dizque laico y democrático, quienes tendríamos que impedir que los curas nos sigan imponiendo su ética de la Edad de Bronce –ellos que no paren y que nunca tendrán que hacer frente a las responsabilidades de echar adelante una familia-. En lugar de eso, todo indica que otra vez veremos a sus socios en el Congreso acatar servilmente el chantaje clerical aprobando esa vileza de Código Penal sin que nada pase.

Las mujeres dominicanas hace siglos que pagan las consecuencias por este estado de cosas y pagarán un costo mucho mayor cuando empiecen a nacer los niños del Zika. Que no nos vengan entonces con discursitos y lamentaciones vacuas, que no se atrevan a predicarle a esas madres conformidad con los designios de Dios. Que ya está bueno de echarle a Dios la culpa por las barbaridades propias.