En los últimos meses, motivado por el agobiante incremento de los papones que ralentizan la circulación vehicular en las calles de Santo Domingo, he vuelto a darle seguimiento al tema que tiene un alto costo para el país, para quienes tenemos que movernos por las calles de la ciudad y pone en dudas la de las instituciones que deben ocuparse y la de los “políticos” que las dirigen.
No tiene sentido que nuestra autoridades gasten tiempo e inviertan el dinero necesario para colocar miles de señales horizontales y verticales para contribuir a la organización del tráfico vehicular, si no asumen con determinación las acciones imprescindibles, mínimas siguiera, para hacer cumplir las indicaciones de esas señales, que son violadas constantemente por los conductores.
Si no pueden hacerlas cumplir, no las deben colocar porque el irrespeto sin consecuencias es un gran estímulo a que crezca el desacato, y este comportamiento en las calles y carreteras es un gran multiplicador negativo de un fenómeno que llena de tensión y agobia a los cientos de miles que debemos salir cada día a la calle.
Mi hogar esta en Piantini en la calle Victor Garrido Puello a dos cuadras de la Churchill próximo a la sede del Banreservas. Hace ya algunos años alguna de las instituciones que intervienen en el tema, no se cual, decidió hacer cumplir la señales y las reglas que organizan el tránsito. Mi sector y mi calle, que en los primeros años del presente siglo era una zona relativamente “tranquila”, comenzaba a tener un tránsito caótico.
Pero un día amanecimos con las aceras del carril derecho, de las tres cuadras comprendidas entre la Churchill y la Lincoln, y otras del sector, señalizada con carteles “NO ESTACIONE”. En los días siguientes una patrulla policial que se movía en dos motores comenzó a pasar por esta zona, primero puso multas a los violadores y en los días siguientes, si encontraba autos mal estacionados y sus propietarios no aparecían rápido, se los llevaba en una grúa. El resultado fue impactante. Desaparecieron los autos estacionados áreas prohibidas. La alegría en casa pobre dura poco. La patrulla desapareció y volvimos a lo peor. Algunos vecinos pensamos que los comerciantes, generalmente con poco o sin espacio para parqueos en el sector “intervinieron para resolver su problema”.
En los intercambios con vecinos recordé la época dorada en la que Hamlet Herman organizó la Autoridad Metropolitana del Transporte, ya “fenecida”, amada por muchos y odiada por los irrespetuosos; que puso orden en las calles de la ciudad. La historia de mi calle y la de AMET, confirma que cuando se quiere se puede, pero las tareas complejas deben asumirlas quienes tienen vocación y la experiencia para hacerlas.
Indigna ver que la Policía a cargo no puede hacer cumplir las reglas, que los motoristas transitan en dirección contraria y pasan semáforos en rojo, y que los agentes creen que son más eficientes que los semáforos y crean tapones que molestan. Lo peor es el creciente disgusto de quienes no entendemos por qué nadie pone orden en las calles. Una ciudad caótica no atrae turismo. El PRM pagará la factura.