Frente a una situación apremiante como la que vive nuestra frontera y el vecino país de Haití, ¿quién levantará su voz para recordar que nuestros vecinos no son solamente lo que nos quieren hacer ver los medios de comunicación?

Al decir esto no pretendo aminorar la realidad de la crisis y negar que vivimos una tensa situación agravada por la escasa legitimidad de un gobierno haitiano que gobierna muy poco, no controla el territorio y ni siquiera puede detener la construcción por empresas privadas del canal de riego que pretende utilizar las aguas del Río Masacre.

Sin embargo, de este lado de la isla, a la luz de la mayor parte de las noticias, Haití aparece simplemente como un Estado fallido compuesto por analfabetos, hambrientos, sucios y salvajes y no por seres humanos.

En situaciones explosivas como la presente, hoy es más necesario que nunca separar el trigo de la paja. Deshumanizar está íntimamente relacionado con la dominación y el poder, así como con la manipulación de las masas.

Procesos como los que se viven en Haití, y la República Dominicana también, abren las puertas a la violencia y a la violación de los derechos humanos. Los falsos rumores que llenan nuestras redes sociales y medios de comunicación los agravan.

¿Quién en este contexto, habla o hace reportajes positivos sobre la intelectualidad haitiana o sobre todas las personas, profesores universitarios, escritores, cineastas, comerciantes que, a pesar de los pesares, por razones económicas, de edad, de salud, o otras siguen viviendo –con muchas dificultades- en Haití?  Como me decía una querida amiga haitiana, alguien también tiene que quedarse al lado de nuestro pueblo, incluso cuando el barco se hunde.

¿Quién habla del drama del pueblo haitiano que tiene que levantar barricadas y armarse de piedras para preservar su barrio, o pelear con machetes enfrentando armas de guerra, para tratar de salvar su vida y la de sus familias?

¿Quién habla de los desplazamientos forzados de los habitantes de un barrio a otro, ricos y pobres juntos, y de las miles y miles de personas hacinadas en los refugios?

¿Quién habla de los muertos, de los heridos, de las mutilaciones, de las violaciones perpetradas por las bandas?

Generalmente, cuando se habla de Haití en los medios se habla siempre del gobierno actual (el que no gobierna), de las bandas y de la comunidad internacional. Nunca se habla de la gente, del pueblo, de la sociedad civil haitiana que se hunde, sufre y sabe muy bien que las armas que nutren las bandas vienen de los Estados Unidos o de la República Dominicana. La gente en Haití sabe también que se apagarían los combates si se acabaran las municiones y que el gobierno no es ajeno al mantenimiento de los grupos armados.

La sociedad civil del vecino país se pregunta si no habrá detrás de todo lo que está pasando un plan oculto. Ante tanto sufrimiento infligido a un pueblo impotente y frente a la destrucción de su propio tejido social, ella pone en entredicho la eficacia de una fuerza de intervención, con independencia, cuál sea su origen, si esta es meramente cosmética y no tiene por misión el control del tráfico de armas hacia Haití, así como la creación de las condiciones necesarias para la realización de elecciones libres y transparentes.