¿Qué es la pereza? ¿Es solo tedio, negligencia, en las cosas a que estamos obligados, como apunta el diccionario? ¿Cómo definir esa sensación de no querer hacer nada? Al respecto, un cubano afirmó que la pereza es un derecho, tan importante y natural como el respirar.

Imagino a Paul Lafargue alejarse del bullicio tropical de Santiago, donde había nacido en 1842, para empuñar la pluma y escribir y escribir y escribir. Como al acabar sus teorías no le quedaba mucha inspiración y en cambio, sí bastantes ganas de echarse en la hamaca, no encontró mejor título que el ya aludido: El derecho a la pereza.

Ahora bien, la verdad es que para 1880, cuando publica esta obra, ya tenía rato de vivir en las Europas. Cuenta la leyenda que se embarcó hacia Inglaterra y en cuanto llegó, se habría dirigido a Dean Street, para buscar al barbón de Karl Marx y proponerle ser su discípulo.

Sin embargo, parece que congenió más con la hija, así que otra explicación (¿posible, descabellada, mentirosa?) sería que quiso adular al filósofo y economista, quien no estaba nada conforme con el hecho de que un tipo medio mulato y con maneras caribe, léase jacarandoso y poco solemne, clavara sus ojos en la linda Laurita. ¡Claro!, una cosa es la lucha de clases y otra aceptar a gentes de distintas sociedades en casa.

Esto tampoco es del todo cierto. En esos años (1880) a don Marx ya no le quedaba mucho tiempo de vida, mientras que Pablo y Laura ya eran un feliz y militante matrimonio, pero qué más da.

Volvamos al trascendente legado de Pablo Lafargue, y dejémonos de suposiciones tontas. Quién hubiera pensado que un caribeño, hijo de un hacendado francés (la clase opresora) y una humilde cubanita (la clase auténtica), sería el primer latinoamericano en divulgar esas ideas «tan raras» del comunismo y que además, llegaría a formar parte de tan connotado clan.

Hoy en día nada es tan negativo cómo el deseo de ser perezoso. Lo pregonan el catecismo, voraces banqueros, economistas encorbatados, best sellers de autoayuda, autoayúdate que yo te autoayudaré, comentaba con sorna Monsiváis, pero ya me desvié del carril…

Por eso la emisora France Info acaba de mencionar que son ellos, los franceses, los que más han defendido ese derecho gracias al yerno de Marx. Qué importa que nos tachen de holgazanes, si en el rubro productividad no somos los últimos, por el contrario, estamos arriba de la media mundial, alegan, y aunque lo fueran, agregaría yo, con tanto queso y vino al alcance quién piensa en productividad.

En qué momento practicar la pereza y cómo. Tener casi cuarenta días de vacaciones al año (además de los feriados) seguramente ayuda a consentir a la ociosidad. Aunque no todo es cuestión de rascarse el ombligo, dice la radiodifusora, sino que el no hacer nos permite ponerle una barrera ancha a la vida diaria. Así, uno vuelve con más ánimos para enfrentarse al estrés vertiginoso de trabajar, pagar facturas, llenar la despensa, etcétera, etcétera, etcétera.

Es más, el derecho a la pereza se trata de un disfrute propio, personal, importantísimo y, a fines del siglo XIX fue como cultivar una semilla políticamente subversiva, afirman los especialistas… franceses.

La pereza es simple, insistía Lafargue en las reuniones de los nacientes movimientos obreros de París, pero el adulto no hace más que complicarla. ¿A quién se refería? ¿A los patrones? ¿A los inversionistas? ¿A la santa madre iglesia, que la tiene dentro del top ten de los pecados capitales, junto a la avaricia? ¿A las fábulas huecas, que condenan a la cigarra cantarina y aplauden a la tenaz hormiga?

Hoy más que nunca hay que recurrir a este anónimo yerno de Marx, porque en la misma Francia, que se jacta de ser la cuna de este derecho fundamental, no dejan de maltratarlo. Por ejemplo, han aumentado la edad de la jubilación pese a la rotunda y, a veces violenta, oposición de la gente. Por supuesto, no hay dinero que alcance, los números de la economía ni las cuentas cuadran, bla, bla, bla, concluyeron Macron y sus secuaces.

La emisora recuerda que Montaigne renunció a seguir siendo magistrado a los 38 años (¿equivaldrían a los 60 de ahora, a los 70?) para dedicarse al ocio, pero no fue solamente cuestión de flojear, sino que así pudo escribir sus célebres ensayos.

En fin, lo sabemos, el lenguaje típico del capitalismo salvaje nos asfixia (productividad, ingresos, impuestos, riquezas, progreso, consumo), pero dónde dejamos a la dicha inocua de perder el tiempo, como escribió Renato Leduc en aquel famoso soneto.