En septiembre del 2020, en una entrevista concedida a Tom Bilyeu, Yuval Noah Harari autor de tres libros que lo han hecho famoso a nivel mundial: Sapiens: de animales a dioses, Homo Deus, una breve historia del mañana y 21 lecciones para el siglo XXI, planteó que en un futuro no lejano serán necesarias dos destrezas fundamentales para enfrentar la vida, sobrevivir y sucumbir a las perturbaciones sucesivas en mundo laboral, las relaciones y la política: “estabilidad mental y la inteligencia emocional para reinventarnos repetidamente”. Según él, estas dos destrezas “marcarán la diferencia entre los que se adaptan y los que sucumben al escenario de variabilidad constante que representa el siglo XXI”. Llega a decir incluso que “nadie sabe cómo será el trabajo en el 2040” [1].
Esta especie de premoción ya la he leído en otros autores que plantean que el desarrollo de las tecnologías cambiará radicalmente, como lo están haciendo actualmente, nuestras vidas, haciendo irreconocibles muchas de las cosas que hace no más de 15 años eran parte de nuestra vida cotidiana.
Tendrá o no razón el autor de Sapiens, lo que sí es muy claro que seguir insistiendo en una educación centrada en la memorización de información y la repetición de la misma no servirá de nada, y ya hoy, es una gran pérdida de tiempo.
En este contexto lo planteado por Jacques Delors y que llamó los cuatro pilares de la educación cobra mayor sentido, es necesario que nos centremos en aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser, y, de esa manera, tener la posibilidad de un accionar con sentido en la época que nos ha tocado vivir.
La historia del ser humano no ha sido otra cosa que la historia del saber. Como muy bien señala Charles Van Doren en su libro Breve historia del saber[2]:
“En nuestras vidas aumentamos progresivamente nuestro conocimiento con cada día y año que pasa, porque siempre recordamos al menos algo de lo que hemos aprendido anteriormente, y vamos añadiendo nuevos conocimientos a esa base. Del mismo modo, como especie, nuestra memoria colectiva retiene, al menos, algo de conocimiento del pasado y aumentamos ese patrimonio con cada nuevo descubrimiento que realizamos”.
Para Van Doren, este proceso perdurará “mientras los seres humanos continúen escribiendo libros y leyéndolos o – lo que cada vez es más común- almacenen su saber en otro tipo de soportes para uso de generaciones futuras”.
Tales ideas no hacen más que ratificar una especie de axioma acerca de la educación formal y su espacio fundamental de gestión de los aprendizajes: “la escuela no puede seguir funcionando de espalda a la vida, ni mucho menos a la época en que se sitúa, como si nada estuviera pasando”.
Los contenidos prescritos en el currículo deben estar puestos a la generación de nuevos relatos, de nuevas maneras de comprender y representar las cosas, desde la perspectiva del desarrollo del conocimiento y del bienestar colectivo, abriéndonos hacia formas de vida más expansivas y saludables, más cargadas de optimismo y esperanzas, de solidaridad, de empatía y compasión, de igualdad y justicia, temas estos tan importantes en el momento que vivimos, plagados de incertidumbres, egoísmos, negación de la vida en todas sus manifestaciones. Diría más, los contenidos curriculares deben estar más acorde con una educación para la vida y la época, orientados por los cuatro pilares antes señalados y propuestos por Delors.
Antes que nada, se trata de formar seres humanos aprendan a vivir la vida en armonía con la naturaleza, consigo mismo y con los demás.
Como institución para aprender, la escuela debe ser organizada para hacer posible que los estudiantes, en sus diferentes edades, desarrollen y aprendan las competencias y habilidades que los prepare para el ejercicio de una ciudadanía responsable en todas las dimensiones de la vida. Que desde la sensibilidad de la vida infantil y transitando hacia el desarrollo del lenguaje, la creatividad y el pensamiento lógico permitan pensar, construir y expresar nuevas realidades, desde la estrategia de proyectos colectivos, fomentando en ellos el análisis crítico de sus propias realidades, el desarrollo de actitudes de responsabilidad y respeto por la naturaleza y la propia humanidad. Hombres y mujeres solidarios, sensibles al dolor y las angustias del otro, compasivos y misericordiosos.
El cambio de ruta que la educación hoy nos exige, implica una actitud de apertura radical a formas de pensamientos disruptivas, que no dudan en “ofender” el sentido común; formas de pensar holísticas, inter y transdisciplinares, que contienen en sí mismas el germen del cambio continuo, orientado por la comprensión crítica y al mismo tiempo reafirmadoras del bienestar colectivo.
En el Modelo de Gestión para la Calidad de los Centros Educativos, que cada vez me convenzo más que no llegamos a comprender su esencia transformadora, está la simiente de esta idea y actitud que debe primar en la escuela y, por añadidura, en la educación. Los seres humanos vivimos continuamente la realidad en nuestro mundo subjetivo, cambiando y transformando nuestros esquemas mentales, por lo que los niños, niñas y adolescentes no tienen que adaptarse a la escuela, es la escuela que tiene que estar continuamente cambiando para responder a esas nuevas realidades subjetivas, que se van objetivizando en las características que adornan los procesos continuos de cambios.
Ellos viven una vida y tienen una mente digital, mientras nuestras propuestas y respuestas permanecen en el mundo analógico. Nuestra mente es binaria, o es 1 o es 0; en la de ellos 1 puede ser 0 al mismo tiempo y viceversa. Vivimos apegados a una estética formal y a los sentimientos que ella despierta, pues aún seguimos apegados a una percepción sensorial limitada a nuestros sentidos ya obtusos para muchas de las cosas que vienen sucediendo. Cuando veía a mis hijos jugar a Mario Bros siempre decía que aquello no me parecía nada lógico, pues a quien se le ocurre dar una patada en el aire a algo que está ahí para obtener más vida… la respuesta era muy clara, ¡Papí! Es que no te das cuenta… definitivamente, no, no me daba cuentas. Solo que ellos, sí.
Creo que atravesamos por un “hoyo o agujero negro” y no nos percatamos de que estamos en otro mundo (o a lo mejor pensamos que estamos en un mundo bizarro y, por tanto, ilógico), y así seguimos aferrados a nuestras creencias y a nuestras certezas, haciéndonos creer que solo nuestras maneras de ver y entender las cosas son las válidas.
Todo luce que seguiremos trillando los mismos caminos “que hemos aprendido”, porque son las mismas preguntas que nos venimos haciendo desde hace ya más de treinta años y que, por supuesto, solo conducen a las mismas respuestas. Le tenemos terror a lo nuevo, terror a dejar viejos esquemas que ya no aguantan más remiendos, terror a perder el estatus del conocimiento adquirido hace añales y que definitivamente han dejado de tener relevancia e importancia en los actuales momentos. Seguimos empeñados en una reforma ya superada, seguimos empeñado en unas políticas educativas que solo justifican nuestra permanencia.
Transformar la escuela implica transformar esas certezas y todas esas creencias, y si eso no es posible, dejemos que sean otras las mentes que la piensen y la construyan.
[1] Recuperado en Las dos únicas destrezas que necesitarás para el resto de tu vida según Yuval Noah Harari – Infobae
[2] Van Doren, Ch. (2021). Breve historia del saber. La cultura al alcance de todos. Editorial Planeta. Barcelona.